Capítulo 11

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Ya en las puertas de Minas Tirith, Silwen contempló el horizonte bañado por las primeras luces del alba

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Ya en las puertas de Minas Tirith, Silwen contempló el horizonte bañado por las primeras luces del alba. La ciudad estaba rodeada por una infinita llanura, que se extendía más allá de donde alcanzaba su refinada vista. El pasto y las altas hierbas, comenzaban a adquirir un tono más rico e intenso con cada día transcurrido. El clima también estaba cambiando, lo olía en el aire. Éomer, montado en su corcel, fue el primero en llegar a su lado, seguido por su respectiva guardia tras él.

— ¿Te encuentras bien? —preguntó deteniendo el caminar del caballo. 

El hombre había encontrado a la elfa con la vista clavada en la lejanía. Para él, no había más que el paisaje de Gondor ante sus ojos, pero desde aquella distancia, Silwen era capaz de ver Mordor. Las manos de ella temblaron de forma inconsciente, aferrando con una excesiva fuerza las riendas. Su descompasada respiración, debido al encuentro con el sindar, se transformó en algo inexistente. El aire no entraba en sus pulmones y mantenía los labios apretados tornándolos blancos y finos. No encontró fuerza para formular una respuesta, abrumada por las horribles montañas negras del horizonte, dejó su mente vagar. Recuerdos despertaban en ella, unos tan vívidos que comenzaba a experimentar de nuevo la tortura en su piel.

Las muñecas de Silwen se encontraban aprisionadas por aquellos tediosos grilletes, que llevaba ya décadas portándolos desde su último acto de insumisión. Su hermano, la observaba comer con dificultad debido al estorbo que le provocaban.

— No te harían falta si dejaras tus impertinencias a un lado... —murmuró el elfo sumido en el plato que estaba frente a él.

La piel de Silwen estaba amarillenta y amoratada, bajo sus ojos, unas profundas y oscuras ojeras le daban un aspecto aún más mortecino. Alzó la vista de la escasa comida que tenía ella, a diferencia de su hermano que gozaba de una abrumadora variedad.

— ¿Impertinencias hermano? —golpeó el plato provocando que cayera al suelo. El movimiento hizo que sus cadenas, chocara emitiendo un irritante ruido metálico— ¡¿A caso negarme a torturar a un inocente es un acto erróneo?!  —escupió con veneno tras recordar las insistencias de Sauron por aprender aquella oscura magia. La Lengua Negra era algo que sus labios no osarían pronunciar jamás, de ello estaba muy segura.

Los largos cabellos del elfo, oscuros como el carbón, se hicieron a un lado dejando ver su expresión contrariada. Sus puños impactaron fuertemente contra la mesa sobresaltando a su hermana.

— ¡Deja de ser tan ilusa Silwen! —se alzó, y sus pasos retumbaron en la pequeña estancia, hasta que quedó a poco menos de un metro de ella — Jamás pondrás un pie fuera de estas tierras a menos que Sauron lo ordene.— agarró las cadenas de su hermana obligándola a levantarse de la silla— ¡Nunca seremos libres! Ya es tiempo de que lo asumas... — la arrastró con él lejos del sombrío comedor. Silwen no se atrevió a decir palabra alguna, mientras descendían por la fortaleza de Orodruin. Pequeños huecos entre las escarpadas paredes, dejaban ver la aterradora imagen que era el Monte del Destino. El calor del dormido volcán impregnaba el aire, ahogándolos a ellos, y a los orcos que moraban la fortaleza. Era asfixiante y las rocas que formaban los muros y paredes, desprendían una oscura ceniza que se adhería constantemente en su piel. Los pies de la vanyar tropezaron debido a la rapidez con la que su hermano bajaba aquella angosta escalera. El descenso parecía no tener fin, y a medida que bajaban las antorchas titilaban apagándose a su paso— Crees que es valor lo que tienes, pero tu necia temeridad terminará costándote la vida. —apretó con más fuerza el antebrazo de Silwen, pero esta no mostraba ninguna resistencia a ser arrastrada por él. La infinita escalera terminó de forma abrupta, dando paso a un estrecho corredor con celdas a cada lado. Lómion se detuvo frente a una de ellas, la única que albergaba un sujeto aún con vida. No abrió la puerta, pero empujó contra esta a Silwen, quien tuvo que aferrarse a los barrotes para no terminar cayendo al suelo. Ni con su vista de elfa podía vislumbrar algo con aquella intensa oscuridad, hasta que su hermano aproximó una antorcha a ella. La imagen frente a sus ojos, hizo que brincara del susto golpeándose la espalda contra el pecho de su hermano— ¿Es acaso así como deseas acabar?—susurró en su oído produciéndole un escalofrío que erizó el vello de su nuca. La joven negó frenéticamente aferrándose desesperadamente a los barrotes, pues deseaba entrar a aquella celda y aliviar la tortura del prisionero.

✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯  ʟᴇɢᴏʟᴀꜱWhere stories live. Discover now