Capítulo 19

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— Por todas las estrellas

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— Por todas las estrellas... —jadeó Silwen ante la calidez del agua.

La pulida bañera blanca de su alcoba, rebosaba y emanaba un aroma a flores que la dejaba completamente obnubilada. Había amanecido, y tras descansar en una de las habitaciones y dormir de una forma tan plácida que incluso le sorprendió, decidió darse un baño antes de presentarse ante la dama. 

Debía admitir que estaba nerviosa, no podía evitar sentir una presión en su pecho. No quería avergonzarla, lo que más deseaba era agradar a Galadriel y recibir una de esas maravillosas sonrisas que Gimli tanto le había descrito.

Antes de que su piel se arrugara por exceder el tiempo en la bañera, enrolló su cuerpo en una fina y suave toalla que reposaba a su lado. Debía agradecer a las elfas que habían preparado su baño y también su desayuno, pues había gozado de unos manjares exquisitos aquella mañana. En la soledad de la habitación, encontró el reflejo de su figura en un alto y dorado espejo. Se observó con temor, dejando resbalar la toalla sobre sus hombros. Cuando atisbó la primera cicatriz en su espalda, no pudo sino apretar sus dientes sofocando su rabia y con fuerza, volvió a cubrirse el cuerpo evitando aquella espantosa imagen. 

Tras unos segundos donde recobró su compostura, Silwen cayó en que no tenía nada digno que ponerse para su encuentro. ¿Debía ir ataviada con sus ropas de guerrera? El jubón y el cuero no parecían algo ejemplar para una dama elfa, pero ella no era sino una curtida guerrera. Suspiró dejando caer su cuerpo en la esponjosa cama.

Alguien golpeó su puerta y Silwen cerró sus ojos orando por que aún no había decidido con que presentarse. Volvieron a insistir, y cubriendo su cuerpo con la toalla, se acercó a abrir. Afortunadamente no era ninguno de sus compañeros, sino una de las criadas. Y para su sorpresa, esta portaba entre sus manos un precioso y refinado vestido. No era blanco como cabría esperar, pues había visto que la mayoría de las elfas portaban ropas de colores blancos o grises. Este en cambio, era de un tenue azul, claro como el cielo.

— Es un presente para vos, mi señora. —la elfa le hizo una reverencia antes de entregárselo.

— G-gracias... —tartamudeó aturdida, temerosa de estropearlo con sus ásperas manos curtidas tras tantas batallas. Una corriente de felicidad la invadió al pensar que aquel presente podía ser de Legolas. 

Cerró la puerta tras de si y no tardó en dejar caer la toalla que cubría su desnudez al suelo. El vestido era de seda, muy fina y suave pues acariciaba su piel al tacto. Al colocárselo, tuvo que reprimir sus lágrimas. No recordaba la última vez que había portado un vestido. Era tan elegante, tan bello... Caía como un manto azul, y como el agua, se arremolinaba la tela a sus pies. Sus hombros quedaban al descubierto y las mangas caían vaporosas dejándole una gran movilidad.

— ¡Por todos los Valar! —gruñó tras darse cuenta que no podría portarlo, no con la elegancia que se merecía. Pues a pesar de todo, también debía llevar la espada, o no podría dar más de dos pasos sin desfallecer. Suspiró rendida y en vez de colocar la correa a su espalda cruzando su pecho, la puso en su cintura y envainó la espada antes de alejarse hacia el encuentro de la dama Galadriel. Pero cuando quedó en la linde de la puerta, no pudo evitar mirar hacia el interior de la alcoba, concretamente donde había dejado su armadura reposar sobre un baúl y junto a esta, brillaba con fuerza la daga de Ingwë. Suspiró, pues por alguna razón que desconocía, ella temía aquella daga, y porque de alguna forma, también la sentía familiar.

✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯  ʟᴇɢᴏʟᴀꜱWhere stories live. Discover now