𝐏𝐚𝐫𝐭𝐞 𝐕𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐮𝐧𝐨

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La noticia de lo que Gloria Kelly le hizo a Lady Jeannette, se entendió como pólvora, junto a lo que la condesa Dorothea le hizo a la reformada princesa Penélope Eckhart.

En esos momentos, en la tienda médica improvisada, Jeannette estaba sentada en una de las "camas" que se habían preparado por si había algún accidente, mientras los médicos curaban sus heridas.

¿Se lamentaba de los golpeas adquiridos? Sí.
¿Lo tomaría como beneficio? Por supuesto.

Con ayuda de varios guardias y un hechizo de la verdad en otros pocos, todos sabían que la anteriormente conocida y glorificada, Gloria Kelly; había buscado herir y provocar a la ya corregida Penélope Eckhart, con crueles palabras que no eran propias de una "dama" nacida en la nobleza, llamando a la madre de la princesa por pronombres que escandalizarían hasta a la persona más vulgar del lugar, terminando agrediendo a Lady Jeannette, quien no se había metido con ella, pero le había pedido encarecidamente que no ocupara esos términos y cuestionando porque trataba mal a Penélope.

Con ayuda de sus propios guardias, quienes ya la conocían lo suficientemente bien, y algunos que le había puesto el príncipe heredero de manera discreta, la fama de Gloria Kelly cayó en picada en solo segundos, y cuando su padre el conde, trato de intervenir, un muy furioso Roger Alpheus y un casi asesino Anastacius lo apartaron, yendo directo al bosque, alejándolo así de los demás, al fin de cuentas, como decía Claude, si quería matar a alguien, que no hubiera testigos.

—¡Esto es un crimen!— exclamó fuertemente el hombre, cuando su cuerpo dio contra la hierba fresca —¡No saben quien soy! ¡Soy el futuro duque de Kelly!

Anastacius al escuchar eso comenzó a reírse.

—¡¿Qué es lo divertido?! — cuestionó el hombre, con un grito furioso

—Tu estupidez — aseguro Roger, dejando que su peso se poyara en un árbol y mirando al padre de su "hija" —Tu mocosa agredió a nuestra hija y en lo que a mi concierne, eso merece la muerte

El solo recordar a Jeannette con esos rasguños en sus brazos, le hace estremecer, él, quien había criado a Jeannette desde que había nacido, no podía dejar que nada le pasara a ese pequeño tulipán amarillo que llenaba sus días de alegría.

—¿Hija? — cuestionó el hombre —¿Hablas de esa maldita mo...

Sus palabras se cortan cuando la magia de Anastacius (misma que había tomado algo de fuerza ese lapso de tiempo) roza su mejilla, provocando un corte.

—¡Cuida como hablas de mi hija! — exclamó el imperial, dejando ver sus cabellos rubios y sus ojos enjoyados —¿Cómo se atreve un simple conde a hablar así a la segunda estrella del imperio de Obelia? Claude ya te hubiera matado

—¿Se-Segunda es-trella? — cuestionó asustado, cuando le dijeron que su hija había agredido a alguien, pensó que se trataba de una simple chica tonta, pero el hombre frente de él, quien ya no tenía el cabello negro ni los ojos oscuros, sino dorado y ojos azules, la había señalado como su hija y una princesa —Y-Yo... Y-Yo...

—Que patético — dijo de manera burlona Roger —¿No puede hablar?

El conde, niega. Por años, se había estado saliendo con la suya, gracias a la reina y el marques Allen, y en la anterior competencia de caza, había obtenido gracias a su hija, una mina de diamantes, todo porque la gente los seguía como perros a un hueso y atacaban a la bastarda de los Eckhart, pero jamás pensó que el mismo movimiento un año antes, ahora le provocaría problemas.

—Conde, a veces me preocupa la ambición de los padres, créame, se lo comentó como alguien que estuvo a nada de vender a su propio hijo con tal de ingresar a la familia imperial y ocupar a una niña inocente — expresó Roger, recordando todas las cosas que estaba dispuesto a hacer para pertenecer a la familia imperial —Pero usted, Dios, usted procreo algo tan despreciable y asqueroso como su hija

𝐓𝐨𝐦𝐚 𝐌𝐢 𝐌𝐚𝐧𝐨 «𝐏𝐞𝐧𝐞𝐥𝐨𝐩𝐞 𝐄𝐜𝐤𝐡𝐚𝐫𝐭»Où les histoires vivent. Découvrez maintenant