Castigo

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El cuerpo de Miguel seguía siendo apretado por los brazos de Francisco; éste lo mantenía encerrado contra sí, pudiendo así sentir los latidos de sus corazones.

El rostro que en un primer momento estuvo tan cerca del pecho del emperador, se elevó a fin de observar a la persona que temblaba contra él.

El noble fey, quien siempre le sonreía y atesoraba como si fuera lo más delicado y hermoso en el mundo, ahora respiraba pesadamente, sus dientes rechinaban, y sus ojos se volvieron tan oscuros que no había ningún rastro de luz en ellos.

Miguel pestañeó lento y pausado, perdiéndose en el momento, no teniendo idea del tiempo, pensando y sintiéndose como un extraño ante el suceso.

¿Era un sueño el que estaba teniendo? Miguel se sentía así. Tan ilusorio y real a la vez. Como si fuera un ente abstracto que conoce y desconoce lo de hace un momento.

Fue lo apretado y doloroso del agarre que lo trajeron a la realidad. Sus brazos le dolían, sentía pequeños aguijones en ellos, aguijones que lo hicieron sangrar.

La mirada dorada fue hacia ellos, en donde las garras de Francisco salían a la superficie, hincando sus costados y enterrándose en ellos.

El sorceri sabía muy bien sobre la fisiología de los feodales. Ellos eran conocidos por ser muy rápidos y resistentes a varios tipos de venenos. Además de eso, sus características físicas eran elegantes y majestuosas, con orejas puntiagudas, orbes claros, altos y esbeltos. Ellos casi siempre se mantenían en una buena compostura, con diplomacia y frialdad, pero solo cuando los problemas llegaban a un grado que ni ellos mismos pueden tolerar, sus ojos se oscurecen como el obsidiana y sus garras salen al exterior para defenderse de cualquier enemigo.

¿Francisco estaba enojado? ¿Por qué lo hería entonces? No, ¿Desde cuando estaba el emperador en su habitación? ¿Ya era tiempo de su regreso?

Con el paso de los segundos, los aguijones en sus brazos le ardieron como si lo estuvieran quemando. Fue en ese instante, que la realidad lo golpeó fuertemente.

Cadeon...

El susurro por parte de Miguel hizo que la mirada oscurecida se dirija hacia él.

Aún con el agarre sólido que lo apretaba contra Francisco, Miguel trató de separarse de él, alejándolo con sus brazos heridos.

— Debo sacarlo...debo...

El mayor enfurecido lo tomó de los hombros, sin darse cuenta que sus garras lo seguían lastimando.

— ¡Deja de mencionarlo! —gritó.

Enfrentándose a la mirada del Fey, Miguel no dejó su trance, repitiendo que debía liberarlo. El pecho de Francisco se apretó al igual que su mandíbula en cuanto su enojo crecía.

Nunca pensó que lo primero que vería de su destinado al regresar de su viaje, sería la imagen de él besándose con aquel sorceri que juró solo eran amigos. Engañándolo en su propio palacio, y ahora desesperándose por él.

— ¡No lo llames! ¡No volverás a verlo! ¡Se pudrirá de por vida encerrado!

Sus gritos retumbaron en las paredes del castillo.

Al decir esas palabras, varias lágrimas se escurrieron por las mejillas de Miguel. Su desesperación aumentó, restándole importancia a sus heridas, y luchando con todas sus fuerzas por separarse del agarre del mayor.

Egoísmo [AU] | EcuPerUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum