Amigos: pasado

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A horas de la tarde, cuando el sol de medio día avanzaba poco a poco hasta ponerse en lo mas alto y alumbrar con potencia en aquel reino; Francisco había salido de sus largas horas de enseñanza con aquel maestro anciano fey; y como consecuencia emprendió su camino hacia el mismo lugar de encuentro que había tenido con Miguel.

El día anterior, ambos niños inmortales se habían conocido por gracia del destino. Se habían presentado a pesar de la timidez del menor de ellos, y habían acordado encontrarse al día siguiente en el mismo lugar.

Francisco siempre fue un niño muy bien portado, inteligente, y amable. Apenas llegó a su palacio después del primer encuentro con su destinado, había buscado a su maestro fey, y con propiedad le había preguntado sobre los sorceri y la pareja destinada.

Su maestro le explicó todo lo que sabía por algún tiempo de ese día; al día siguiente, esto es en la mañana, le había seguido contando sobre aquellos dos temas en específico. El anciano fey había supuesto que su joven estudiante estaba en la etapa de la constante búsqueda por el saber, es por eso que había tratado de no omitir ningún detalle.

El emperador ciertamente casi siempre estaba ocupado con los asuntos del reino; la emperatriz pasaba una parte de su tiempo al lado de su esposo, y otra parte de su tiempo con su menor hijo; pero quién a parte de ellos tenía un alto grado de presencia con el heredero al trono, era aquel anciano fey. Siempre fue él quien le brindaba el mayor conocimiento posible a su pupilo, quizás hasta podría considerarse como un padre para el menor; y éste último lo quería como si fuere de su familia consanguínea.

Al llegar al punto específico de las áreas de cultivo, Francisco se topó con una de las más hermosas vistas en su corta vida.

Miguel estaba agachado en el suelo verdoso, con aquella vestimenta blanquecina de siempre, con su cabello recogido en una larga trenza en su espalda, con la presencia de aquel angelical perfil que bordeaba su rostro. Su sonrisa era suave y cálida, ésta iba dirigida hacia un pequeño animalito al costado de Miguel. La delicada mano del menor acariciaba dulcemente el pelaje blanquecino de aquel pequeño animal; y aquél se dejaba acariciar, incluso buscando el toque de aquella suave mano.

Francisco dudaba de que su compañero fuera un sorceri. No lo parecía, de hecho en ese instante, tenía más familiaridad con un pequeño ángel. Miguel tenía la apariencia angelical, quizás solo le faltaba aquel par de alas emplumadas para completar su pequeña presencia. Una vez más, los latidos desbocados en el pecho del heredero fey, retumbaban sin césar ante la presencia de Miguel. Y es que, nadie jamás se podría comparar con su destinado. Él era el ser más hermoso, lindo y cálido en todo el mundo.

Francisco era muy joven para comprender la grandeza de sus emociones, pero lo que sentía en ese momento quizás se podía expresar con una palabra, y esa era «encanto». El heredero fey estaba encantado con su pequeño destinado sorceri. Si bien apenas ayer lo conoció, ni tan solo un momento dejó de pensar en él, soñó con él, sus recuerdos estaban plagados del pequeño hechicero con aura angelical. Francisco no podía ser más feliz.

El mayor se acercó lentamente a Miguel, y estando a unos cortos pasos de él, le saludó con la mayor precaución posible para no espantarlo. Sabía lo tímido y asustadizo que podría llegar a ser su compañero.

—Muy buenas tardes, Miguel.

Como siempre, se presentó formal, con aquel porte elegante, y con una sonrisa cálida entre sus labios. Eso es lo que vio Miguel, al inigualable y grandioso heredero fey, aquel que siempre radiaba elegancia y amabilidad. Por un momento no supo como reaccionar, así que el pequeño Miguel siguió agachado con aquella mano acariciando al pequeño conejito con quien se había encontrado hasta hace tan solo unos minutos.

Egoísmo [AU] | EcuPerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora