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A la menor de los Hofferson no le quedó de otra más que aceptar su realidad, no había forma de que vaya a la mesa de su madre y le refute aquel compromiso, al menos, no delante de todos. Sintió una cálida mano que conocía a la perfección, aquella tiró con suavidad su brazo e hizo que vuelva a tomar asiento.

-Patapez Ingerman, el príncipe heredero de Galadawn.- dijo despectiva, mientras analizaba cada movimiento del mencionado.

El castaño también lo miraba con atención.

Ellos estaban en la primera fila de las tantas mesas que se habían puesto en todo el salón, mientras que la reina con los invitados especiales estaban en la mesa principal al frente de ellos y a lo largo de una especie de tarima del salón.

-Pensé que había dos de ellos.- atinó a decir el chico.

-Sí, habían dos. Pero uno de ellos cayó de un árbol.- afirmó la ojiazul dejando de mirar a su prometido para ver a su mejor amigo, quien también la observó perplejo por sus palabras y lo fría que había soñado al mencionarlas- Así que tengo que casarme con ese.- añadió, mientras volvía a mirar al príncipe con desdén.

-¿Y ya has hablado con él?- se atrevió a preguntar Hiccup sin ocultar muy bien su curiosidad.

-Sí, pude hacerlo.- contestó Astrid en medio de una risa amargada- Cuando llegó, lo saludé por cortesía, como toda una verdadera dama, y luego él gruñó por lo bajo y arrastró los pies, creo que es un verdadero... Ganador.- narró mezclando rabia y sarcasmo.

El ojiverde no la podía culpar por su actitud y cambio de humor, él también lo estaba, no podían obligarla a casarse con un hombre que ella no conocía. Y, en especial, sabía que a Astrid no le gustaba que la traten como un objeto más para favorecer a la corona, sólo por el hecho de ser mujer.

Así que, sí, él también estaba enojado, pero lo sabía disimular mejor. Además, ahora se sentía culpable por el otro secreto que le está ocultando.

No podía y no debía esconderlo más.

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-No, Helga, ni lo pienses.- le habló con seriedad una de las veteranas cocineras al verla quitarse con rapidez, y algo de torpeza, su mandil de cocina.

-¡Solo serán unos minutos!- pidió la pelirroja arreglado su cabello ondulado en una cola baja, aquella mujer aún la veía con desaprobación- ¡Te lo pido, por favor!- rogó juntando ambas manos y la mayor suspiró con resignación.

-Nosotras pertenecemos a la cocina, niña, no a aquellas fiestas para la gente importante y la realeza.- le dijo severamente y cruzando sus brazos, mientras que la ojiverde bajó la mirada con desgano- Tampoco me gusta que te relaciones con ellos, ese no es tu lugar. Y, mucho menos, con el príncipe Eret.- agregó y Helga frunció el entrecejo.

-¿Por qué nadie lo entiende?- cuestionó con irritación- Nos queremos, ¿por qué es tan difícil creerlo?- bramó.

-Nadie duda de tus sentimientos, sino se duda mucho de él y tú sabes el porqué.- contestó con calma la mujer y luego observó a toda su gente moviéndose de un lado a otro por toda la cocina- Bueno, vete ya. Que aquí hay mucho trabajo que hacer y me estás quitando tiempo.- concedió para alegría de la joven, quien soltó un chillido, antes de salir corriendo.

Sin embargo, cuando puso un pie en aquel salón desde el pasillo discreto para los camareros, ya quería marcharse al ver la sonrisa coqueta que le dedicaba Eret a algunas damas sentadas en una mesa.

-Oh, claro que ayudé con todo...- lo escuchaba hablar, mientras les servía vino en sus copas- Yo limpio, cocino, curo a los enfermos. De hecho, yo hice el vino que están bebiendo.- mintió con descaro y las señoritas rieron.

∞ Protectors of Magic ∞Where stories live. Discover now