Capítulo 2

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-Coriolanus Snow -respondió él-. Mucho gusto.

-El gusto es mío -dijo-. Soy admirador de todo lo que ha logrado en los Juegos del hambre.

-Gracias a usted es que esta edición fue un éxito -respondió-. La Dra. Gaul me comentó que podría estar presente cuando surjan nuevas ideas.

-Será un honor compartir mis ideas con otras personas -mintió Coriolanus-. Ahora, si me permiten. Debo ir a clases.

No espero respuesta alguna por parte de la Dra. Gaul o de Ares y se adentró al edificio de la universidad para tomar sus clases. Evocó a la aprendiz de Tigris y se preguntó cómo es que alguien con ese nivel de poder decidió ser aprendiz de Tigris. Las posibilidades eran infinitas, ¿por qué acabar en un taller viejo? Agradeció que Tigris le pidiera visitarla para poder ver cómo era el ambiente en el lugar y si la idea que tenía en mente era viable para los Juegos. Al llegar, el ajetreo que lo recibió le pareció de lo más terrible. Era un sitio sin control, sin orden, sin autoridad. La libertad que existía en el lugar lo puso de mal humor. Quizá por eso Minerva y Tigris amaban estar ahí. Prefirió descartar esa idea y convencerse de que se sentía así porque era un hombre muy organizado. Lo que pasaba en el taller era lo opuesto. Gente iba y venía con telas, el ruido de las máquinas lo sintió como un martilleo en la cabeza y casi tropieza con una chica que estaba acostada, cosiendo unas últimas cosas del vestido en el que estaba trabajando.

-¡Primo! -lo llamó Tigris-. Me da gusto que vinieras.

-Me pediste que lo hiciera.

-Necesito que me ayudes a probarte esto -le pidió, dándole un saco.

-Pero...

-Nuestro modelo no pudo venir -mencionó Minerva, con una caja entre manos-. Tigris mencionó que eras de la misma complexión.

Coriolanus puso los ojos en blanco y obedeció. Se colocó el saco, que le quedó a la perfección y se miró en el espejo que tenía a un lado. El saco era de un color morado muy oscuro, con unas solapas grandes, adornadas con guirnaldas bordadas en oro. Minerva se acercó a él para revisar que el ajuste fuera correcto. Casi eran de la misma altura, lo que lo cohibió un poco. Llevaba puesto un delantal y una muñequera con varios alfileres. Se movió con gracia a su alrededor, ajustando detalles de los hombros y la cintura. Se detuvo en el cuello, justo en las solapas, y la vio marcar algunas líneas. Detectó un aroma dulce proveniente de ella y vio con más detalle su rostro. Llevaba unas gafas redondas, muy delgadas en color cobre, que en vez de afear sus rasgos, los resaltaban aún más. Sus ojos eran de un tono más oscuro debido a la sombra y detectó una cicatriz en el costado derecho de la frente.

-¿Puedo? -dijo ella, señalando el cuello.

Él asintió. Ella lo rodeó y acomodó las solapas de la parte de atrás. Parecía estar muy concentrada en lo que sucedía con la prenda porque sus rostros estaban a nada de tocarse. Intentó mantener el temple para no verse nervioso, pero si se concentraba podía sentir su calor, como las manos acariciaban la piel de su nuca, su aliento rozando su oído. Tigris notó la turbación en su primo y le tomó el hombro a Minerva para hacerla retroceder.

-Lo siento -se disculpó, avergonzada-. Gracias por tu ayuda, ya puedes quitarte el saco.

Coriolanus obedeció y le dio el saco a Minerva que volvió a colocarlo en el maniquí. Se quedó mirándola mientras rebuscaba algo en una caja y se disponía a añadir los ajustes. Le sorprendió la habilidad que tenía para hacer los detalles. Ella y su prima eran buenas. Podían hacer un excelente dúo en los juegos. Su cabeza comenzó a maquinar y la idea que tenía le pareció más clara que nunca. Un buen espectáculo necesitaba verse bien, y parte de eso era la ropa de los participantes. Fuera una obra, un evento, una fiesta o incluso un desfile, la ropa era una pieza clave. ¿Acaso él mismo no se había preocupado más de una vez por lucir bien?

-¿Cuándo va a ser el desfile?

-Mañana, en la noche. Pero tenemos que dejar todo listo para solo vestir y maquillar a los modelos -explicó Minerva, sin dejar de coser.

-¿Vas a venir? -preguntó Tigris con ilusión-. Ya convencí a la abuelatriz y Ma está más que encantada con la idea.

-Ya veremos -dijo, intentando no comprometerse-. ¿Nos vamos?

Tigris asintió. Coriolanus observó el vestido con falda de tul de un color turquesa que se unía a un corse con brillos negros y un par de voluminosas mangas negras con detalles dorados. Debía reconocer que su prima tenía talento y era una prenda diferente a los que tenía a su alrededor. Lo más sorprendente es que el vestido y el saco hacían una excelente pareja. Si tenían buenis modelos, la ropa lograria verse costosa y elegante.

-¿Vienes con nosotros? -preguntó Tigris a Minerva.

-Esperare a mi hermano -respondió-. Nos vemos mañana.

Coriolanus buscó una buena razón para quedarse, pero ya no había vuelta atrás. Tigris se despidió de su aprendiz y ambos salieron del taller. Coriolanus esperaba encontrarse a Ares, seguir presente en su mente, pero no había nadie afuera del taller que se pareciera a él. Retomó el camino hacia su edificio, caminando a paso lento para lograr iniciar una conversación con Tigris sobre Minerva. Quería saber más ella, entender por qué no usaba su poder.

-¿Cuánto tiempo lleva Minerva como tu aprendiz? -preguntó de manera casual.

-Seis meses -respondió-. Aunque ya tenía tiempo en el taller.

-¿Ah, sí?

-Sí, solo que nunca habíamos trabajado juntas, ¿por?

-Su hermano fue el patrocinador más importante de esta edición de los juegos.

-Mencionó algo respecto -dijo Tigris, despreocupada-. Prefiere mantener eso en secreto para que no la traten diferente.

-¿Diferente?

-Ayer que te la presenté ni siquiera te interesaba -le recriminó su prima-. Ahora que ya sabes que su hermano tiene dinero me preguntas sobre ella.

Coriolanus se molestó, no con su prima por darse cuenta de lo que traía entre manos, si no de lo obvio que había sido respecto a su repentino interés por la chica. Necesitaba que la información le llegará por sí sola para no levantar sospechas. Odiaba esperar, pero era la mejor opción en ese caso. Vio frente a su edificio un auto color negro que esperaba. Seguro era algún cliente de Strabus. Era común que fueran a visitarlo. Llegaron a casa, donde Ma y la Abuelatriz estaban sentadas en silencio. Coriolanus sabía bien que cuando las dos mujeres estaban quietas era porque Strabus tenía visitas.

-Coriolanus, ¿eres tú? -escuchó la voz de Strabus-. Ven, quiero presentarte a alguien.

Coriolanus fue directo al despacho de Strabus, que estaba hablando con un hombre que reconoció al instante.

Snow lands on topDonde viven las historias. Descúbrelo ahora