Capítulo 10

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—¿Prometido? —preguntó, tratando de sonar desinteresado.

—Eso me dijo Ares.

A Coriolanus le pareció extraño que Ares le confiara ese tipo de información a su prima. Tigris no era nadie dentro del Capitolio. Pero él sí. Coriolanus si era importante. La única razón para que ella supiera sobre el prometido de Minerva era para que se lo dijera. Area quería que Coriolanus se enterara. No tenía opción. Coriolanus debía ir. La sola mención de un prometido era razón suficiente para visitar el taller. Quería saber quién era, el poder que tenía y si era un buen partido para Minerva. También quería reafirmar su lugar. Una semana fue suficiente para que Ares lo hiciera a un lado. No iba a permitírselo de nuevo. Aunque fuera incómodo aparecer como si nada, debía recuperar su lugar. Además, sabía que tenía ventaja. Minerva y él tenían algo que todos podían ver. Algo que llamaba la atención. Algo que podía usar para su beneficio.

—Debo ver quién es ese tipo —se decidió—. No me interesa si Ares se enoja. Voy a ir.

Tigris hizo una mueca de preocupación y se fue a su habitación. Coriolanus se regañó a sí mismo por ser tan cobarde. ¿Qué si de verdad sentía algo por Minerva? Una mala experiencia en el romance no podía definir toda su vida... O quizá sí. Prefirió no detenerse a pensar en eso. Mañana sería un día largo, así que fue a su habitación e intentó descansar. Despertó con las primeras notas de la Joya de Panem y se dio un baño con agua fría. Necesitaba estar despejado de toda duda. Se puso su mejor ropa y antes de salir, la Abuelatriz volvió a darle otra rosa para Minerva. La aceptó sin saber muy bien sí se la entregaría y salió junto con Tigris.

Notó los nervios de su prima por la forma en la que retorcía sus dedos mientras iban camino al taller. Al bajar, Coriolanus pasó sus palmas por sus muslos, tratando de secar el sudor. De nuevo, debía fingir estar seguro de lo que estaba haciendo. Aspiró una gran bocanada de aire, enderezo la espalda e intentó relajarse cuando vieron a Ares esperando por Tigris. La cara que hizo al ver a Coriolanus fue un gozo para el muchacho. Era obvio que no esperaba verlo ahí.

—¿A qué se debe el honor de tu visita? —preguntó Ares a modo de saludo.

—Vine a ver si Minerva ya tiene listo mi saco —respondió Coriolanus—. Falta poco para la fiesta.

—Mi hermana estará algo ocupada el día de hoy —avisó Ares—. Un nuevo patrocinador requiere sus servicios.

—Tendrá que esperar —escupió Coriolanus, molesto—. Yo llegué primero.

Ares se le puso enfrente a Coriolanus para evitar que siguiera caminando por el taller. La altura era otra ventaja con la que contaba Ares. Le sacaba una cabeza a Coriolanus, lo que lo obligaba a alzar la vista. Se mantuvo firme, esperando algún ataque o palabra, pero solo se quedó ahí, como si quisiera adivinar lo que pensaba. Después de unos minutos, soltó una risa y se hizo a un lado. Coriolanus prefirió guardar silencio. Si Ares notaba que ese pequeño gesto era suficiente para molestarlo, no dudaría en volver a hacerlo. Lo siguió mirando hasta que notó que Minerva venía caminando, llevada del brazo de un joven que supuso era el prometido que Tigris mencionó.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Minerva, sorprendida de verlo.

—Quería saber cómo iba el saco —dijo Coriolanus.

—Igual —respondió ella—. No viniste a decirme qué cambios quería que hiciera.

—Nunca me llamaste para hacerlo —respondió él.

—No tenía porque hacerlo, es tu saco... —se detuvo—. ¿O quieres devolverlo otra vez?

—Es mío —repitió Coriolanus—. Ya estoy aquí, podemos trabajar en él.

Sabía que Minerva lo estaba meditando porque parecía morder la parte interna de su mejilla. Soltó el agarre que tenía con el joven y fue con su hermano. Ambos les dieron la espalda y parecía susurrar algo hasta que Minerva giró y estiró la mano para señalar su estación. Coriolanus caminó hacia ella, se plantó frente al espejo y notó la ropa que estaba colgada cerca de ahí. Ahí estaba su saco, junto con uno que adivinó era el de Lucky por el color amarillo brillante de la tela.

—Si quieres que trabaje en el saco, vas a tener que esperar —le explicó Minerva—. Tengo otra solicitud y poco tiempo para terminar.

—Yo llegué primero —dijo Coriolanus—. Lo mío es más rápido. El saco me queda como un guante, solo es hacer algunas modificaciones.

—¿Por qué no habías venido antes? —le reprochó Minerva—. ¿Fue por lo que salió en la televisión?

—En parte, pensé que sería bueno para ambos si me alejaba.

—No lo fue —se sinceró Minerva—. Contigo cerca, los pretendientes me dejaban en paz.

—Tigris me dijo —murmuró Coriolanus—. Lo de...

Minerva lo detuvo poniendo la punta de sus dedos sobre su boca. Él no pudo evitar tomarle la muñeca para que lo mirara, pero ella giró la cabeza. A lo lejos, Ares y el joven parecían discutir. Minerva dio un paso atrás, alejándose de Coriolanus. Ese movimiento lo hizo sentirse abandonado. Tan solo había pasado una semana, no era posible que lo dejara a un lado. Acortó la distancia y le tomó la barbilla. Minerva lo miró. Sus ojos brillaban de una forma que nunca había visto.

—Regresa —le pidió ella—. En la noche.

Coriolanus sacó la rosa de su bolsillo y se la entregó. Estaba algo aplastada y se cayeron algunos pétalos. Eso provocó que Minerva soltara una risa que la hizo relajar los hombros. Coriolanus sonrió, satisfecho por la reacción de la chica ante él. Aún tenían química. Asintió con la cabeza, le acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y se alejó de Minerva.

—Te veo en la casa —avisó a Tigris, que le hizo una seña de despedida.

Coriolanus apenas si cruzó miradas con el joven. Tenía muchas incógnitas en la cabeza, la más importante que debía descubrir era: ¿Quién era ese joven y por qué quería casarse con Minerva?

Snow lands on topWhere stories live. Discover now