Capítulo 8

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Caminó por todo el salón buscando a Minerva hasta que los murmullos que lo rodeaban se detuvieron. Dirigió la vista hacia donde todos miraban y se encontró con Minerva, que ingresaba al lugar. Le sorprendió ver lo fácil que llamó la atención de todos, y la forma en la que los patrocinadores se dirigían a ella. La respetaban, eso era claro. Se percibía la presencia de Ares, vigilando desde las sombras cada movimiento. Pero, había otra. Era lo mismo que él sentía, aunque de una forma más visceral. Los hombres la deseaban. Su estómago se hizo un nudo al pensar en lo que estarían dispuestos a pagar... A hacer por ella. Era un arma demasiado poderosa. Su hermano lo sabía. Y él lo acaba de descubrir. Caminó hacia ella, que estaba hablando con Lucky Flickerman. Aún llevaba la rosa que le dio, lo que era un excelente tema de conversación. Notó como Lucky señalaba la flor y caminó hacia ellos.

—¿Las flores serán un nuevo elemento de moda? —preguntó Lucky.

—Para nada, creo que todos sabemos que si vemos una rosa es porque los Snow andan cerca —respondió Minerva. Levantó la vista y vio a Coriolanus—. ¿Ves de lo que hablo?

—Coriolanus Snow, Minerva me ha comentado que le gustó tanto el saco que se lo pidió para uso exclusivo —dijo Lucky.

—Sabe que no me gusta compartir —respondió él—. Aunque le haremos unas modificaciones. No suelo usar dos veces la misma prenda.

—Pero esa camisa ya la había usado antes, ¿no es así?

—Mi prima fue la mente maestra tras estos botones —respondió Coriolanus—. Era justo mostrarles quien fue el primero en usar sus creaciones.

—Eso es verdad —coincidió Lucky—. También has sido el primero en usar los modelos de la señorita Blacksail. ¿Crees que veremos otro beso entre ustedes dos?

—Solo si ella me lo permite —insinuó Coriolanus.

Disfrutó ver cómo el rostro de Minerva se teñía de rojo debido a la vergüenza. Lo sintió como parte de su venganza por humillarlo delante de su prima y le acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja en un gesto romántico. Eso sería suficiente para que Lucky hiciera un comentario al respecto y el Capitolio siguiera hablando de ellos dos.

—La pareja del momento —soltó Lucky—. Ya tengo la exclusiva.

—¿Vas a querer ese saco o no? —se defendió Minerva.

—Solo si no es igual al de tu novio —bromeó Lucky.

Minerva soltó una risa, siguiendo el juego de Lucky y comenzó a tomar las medidas para hacer el saco mientras le preguntaba sobre sus colores favoritos y el corte que deseaba para el cuello. Coriolanus aplaudió la habilidad de la chica para distraer a Lucky del tema. La observó otro rato hasta que le incomodó la cercanía de la chica con el presentador. Era cómo aquella vez, cuando él se midió el saco. Ella a centímetros de su cuerpo. Ahora era Lucky quién ocupaba ese lugar. Sabía que el presentador no era una amenaza, pero el solo hecho de que Minerva se riera con sus ocurrencias lo molestaba. Él debía ser el único en tener su atención.

—Minerva —llamó a la chica, que se giró para verlo—. ¿Puedo hablar contigo?

—Ya casi terminó —dijo ella—. Te veo afuera.

Coriolanus salió del lugar. El ambiente era cálido, lo que le fastidió. Si algo sabía bien es que con el calor, la nieve se derrite. ¿Sucedería lo mismo con él? Le dolía admitirlo, pero si cerraba los ojos era capaz de recordar la silueta de Minerva semidesnuda. Si se esforzaba un poco más, revivía cada segundo del beso. Sus labios sobre los de ella, el movimiento profundo, la forma en la que se separó de él. Quería volver a tenerla entre sus brazos.

—¿Todo bien? —escuchó a su espalda. Se giró y vio a Minerva—. ¿De qué querías hablar?

—Quería pedirte disculpas —se sinceró—. Me he comportado de la peor forma contigo.

—¿Lo dices por el saco?

—Por eso y por el beso. No debí hacerlo.

—Vaya. —Minerva comenzó a aplaudir, impresionada—. Sí que eres bueno.

—¿Bueno?

—Fingiendo —aclaró Minerva—. Ares ya me contó su papel en todo esto. No soy tonta, Coriolanus. Sé lo que tramas.

—¿No quieres aceptar mis disculpas? —la confrontó, molesto por su insinuación.

—No hasta que sean sinceras —respondió Minerva.

Coriolanus dio un paso al frente, ganando territorio sobre el espacio personal de Minerva. Ella, por instinto, se inclinó hacia atrás, tropezando con el primer escalón. Coriolanus cruzó su brazo por la espalda de Minerva y la sujetó contra su cuerpo para evitar que cayera. Ella colocó ambas manos en su pecho, en una pose que electrificó cada centímetro del cuerpo de Coriolanus. Acercó su rostro al de ella. Sintió como su respiración acariciaba su piel y cómo sus manos subían hasta sus hombros debido a la inercia del peso de él sobre ella. Él hizo lo propio, sujetándola de la nuca. Podría besarla ahí mismo, disfrutarla tanto como él quisiera. No había forma de que escapara.

—¿Sigues sin creer que estoy hablando en serio? —murmuró. Su voz sonó más ronca de lo que hubiera querido.

—Tienes buenos reflejos —dijo ella, evitando el tema—. Ahora ya puedes soltarme.

—¿Acaso te pongo nerviosa?

—Un poco —aceptó ella.

El control que tenía sobre ella le complació. Soltó un poco su agarre, movimiento que Minerva aprovechó para enderezarse y subir. Coriolanus volvió a atraparla de la cintura y quedaron cara a cara, su nariz rozando con la de ella. Era él momento perfecto para besarla. Así que lo hizo. O intentó hacerlo porque Minerva colocó su mano sobre su boca, deteniéndolo.

—¿Y ahora, quieres besarme? —soltó Minerva.

Coriolanus no supo distinguir si el tono que empleó la chica era bueno o era malo. La liberó de su agarre, a lo que ella hizo lo mismo. Sintió como delineaba sus labios con la punta de sus dedos e hizo un ademán de querer acercarse. Ella negó con la cabeza. Lo abrazó del cuello y ocultó el rostro entre la curvatura de su cuello. Coriolanus se petrificó. Comenzó a sospechar que la piel de esa zona de su cuerpo era demasiado sensible y que le podía jugar en su contra. Se quedó ahí, esperando a que Minerva dijera algo, pero no hizo nada. Al cabo de unos minutos se levantó, le acarició la mejilla izquierda en un acto de cariño que descolocó a Coriolanus y se fue, de vuelta al Palacio de Guerra. Sintió como si despertara de un sueño, agradecido de que nadie los hubiera visto hasta que notó una silueta salir de su sombra. La luz le dio forma a la Dra. Gaul, sonriendo victoriosa por el descubrimiento que había hecho.

Snow lands on topWhere stories live. Discover now