Capítulo 6

130 11 0
                                    

Tigris ya lo esperaba. Estaba sentada en el comedor, con una taza entre sus manos. Sobre la mesa descansaba una bolsa que reconoció al instante. Era el saco que había usado en el desfile. Aquel que Minerva diseñó como pieza final. Recordó cuando tuvo que ayudarle a hacer unos ajustes y la cercanía que ambos tuvieron. Sus dedos rozando la piel de su nuca. Lo cerca que su rostro estaba del de él. Desde ese momento, sin saberlo, Minerva logró colarse entre sus defensas. Que tonto había sido.

—Me pidió que te lo diera —habló Tigris—. Dice que lamenta el beso. Que no quería meterte en problemas.

—No lo hizo —mintió Coriolanus.

—Ares estaba molesto, ¿sabes? Tuve que convencerlo de que no eres un peligro para su hermana.

—Pensé que ibas a ver a Minerva —le reprochó.

—Lo hice, me invitó a su casa y antes de irme llegó Ares —explicó—. Él fue el que me trajo.

—¿Ella te dijo algo?

—Solo que lo lamentaba —Tigris suspiró—. La verdad es que no creyó que la besarías. Ella está tan sorprendida como nosotros de lo que hiciste.

—Lo bueno es que solo fue un beso —soltó, molesto. Otra prueba más de que se había dejado llevar por su instinto más primitivo—. Dile que no necesito su ropa.

—No voy a ser mediadora de ustedes —Tigris se levantó—. Si quieres devolverle el saco, hazlo tú mismo. Dijo que iría al taller a recoger sus cosas.

—¡Bien! —soltó Coriolanus, tomando el saco—. Gracias por nada, Tigris.

Azotó la puerta antes de salir y tomó el elevador. Su plan no había funcionado y el hecho de que Minerva dijera que no creyó que la besaría lo descolocó por completo. Ella quería ese beso. Lo leyó en sus ojos. En su cercanía. En su boca entreabierta. Incluso podía escuchar su voz pidiéndolo. Cerró los ojos. Todo pasó tan rápido que era imposible para su mente repasar cada momento. Se sintió humillado. Minerva tenía la ventaja y quería castigarla de algún modo. Pagarle el favor.

El taller estaba solo. Empujó la puerta, que para su sorpresa se abrió, y entró. En el lugar más lejano había una tenue luz. La siguió y conforme se fue acercando una silueta apareció. Estaba vestida de manera casual. Llevaba el cabello suelto y no traía nada de maquillaje. Al verlo, sonrió. Ahí estaba, esa mirada de victoria. La misma que hizo cuando la besó.

—Vine a devolverte esto —dijo Coriolanus, extendiendo el saco.

—Lo vas a necesitar —respondió ella.

—¿Por qué estás tan segura de que voy a usarlo?

—¿Por qué estás tan seguro de que no vas a usarlo? —contraatacó—. Es ropa, Lucky Flickerman mataría por uno así.

—Deberías darle este.

—Tiene tus medidas. Tardaría más en ajustarlo que hacer uno desde cero —explicó—. ¿Estás molesto conmigo por el beso?

—¿Por qué iba a estarlo? No significó nada —dijo en un tono sarcástico—. Además, yo fui quien te besó. Yo quería hacerlo.

—¿Y ahora quieres hacerlo? —preguntó Minerva, dando un paso al frente.

—No —mintió, tratando de sonar tranquilo. Le extendió el saco—. Solo quiero devolverte esto.

Minerva recibió el saco sin decir más y lo guardó en una caja de cartón que tenía cerca. Coriolanus la vio apagar la luz, levantar la caja e irse sin decir palabra. Él la siguió, sin saber muy bien qué decir. Esa chica no dejaba de sorprenderlo. Ahora tenía más deseos de besarla. Pero, debía ser fuerte. Ella tenía que ser quien lo hiciera. escucharla suplicar. Eso le gustaría a sobremanera. Salieron del taller y vio un auto esperando por ella.

—Cuando necesites el saco, dile a Tigris que me llame —pidió Minerva.

—Si eso llega a pasar yo mismo te lo pediré.

—¿Lo juras? —bromeó Minerva.

—Lo juro —prometió él.

—¿Quieres qué te lleve?

La idea fue muy tentadora. Iba a decir que sí cuando le pareció mala idea que él y Minerva estuvieran juntos en un espacio tan reducido. La rechazó con cortesía y volvió a casa justo a tiempo para cenar. Tigris se mantuvo en silencio, mientras la Abuelatriz relataba cómo las rosas comenzaban a florecer después de tanta espera.

—Abuelatriz —la llamó Coriolanus—. ¿Puedo tomar una rosa?

—Yo misma te la cortaré —dijo ella, animada—. ¿Para qué la quieres?

—Es para una chica —habló Tigris—. Quiere regalarsela.

—¿Vas a pedirle que sea tu novia? —preguntó Ma, uniéndose a la conversación.

—Quiero disculparme —dijo Coriolanus.

—Una rosa siempre es un lindo detalle —dijo la Abuelatriz.

—¿No te disculpaste al devolverle su saco? —dijo Tigris, molesta.

—Sí, lo hice —respondió Coriolanus en un tono de voz más serio de lo habitual—. La rosa es para que vea que estoy hablando en serio.

—¿Le devolviste el saco? —cuestionó la Abuelatriz—. Te quedaba muy bien, ¿por qué hiciste eso?

—No voy a necesitarlo —aseguró Coriolanus.

Tigris soltó una risa que enfadó a su primo. Este prefirió no decir más y seguir comiendo. ¿Habrá caído en otra trampa de Minerva? La respuesta le llegó casi de inmediato cuando sonó el teléfono, cosa rara en esa parte de la casa. Se levantó, aún enfadado para contestar, y le sorprendió escuchar la voz de Ares al otro lado de la bocina.

—Coriolanus, habla Ares —dijo este—. La Dra. Gaul me ha solicitado que hagamos una presentación de la ropa con los demás patrocinadores para enseñarles la idea que has tenido.

—¿Mi idea?

—Ha leído tu propuesta y le parece fantástico —explicó Ares—. Para poder realizarla, necesitamos convencer a los demás.

—¿Qué quieres que haga exactamente?

—Tú y Tigris deben ir mañana al Palacio de Guerra, ahí los estará esperando Minerva.

—Está bien.

—Ah, y no olvides el saco —añadió Ares antes de colgar.

Coriolanus no supo qué hacer. Por un lado estaba contento de que la Dra. Gaul aceptó su propuesta y quería ponerla en marcha. Los Juegos iban a ser mucho más llamativos si eran capaces de vestir apropiadamente a cada uno de los distritos. Además, le permitía a personas como Tigris dedicarse a la moda y ser reconocidos por su talento. Eso le daba un extra a todo el espectáculo. ¿No era acaso lo que buscaban? Necesitaban que los Juegos fueran un evento importante para todos.

—¿Quién era? —preguntó Tigris.

—Ares Blacksail, mañana quiere vernos en el Palacio de Guerra —dijo, enojado—. ¿Qué es lo que sabes respecto a eso?

—Menos de lo que tu sabes —respondió Tigris—. ¿Para qué quiere vernos ahí?

—La Dra. Gaul leyó mi propuesta y quiere enseñarles las prendas a los demás patrocinadores para convencerlos —le informó.

—¿Vas a necesitar el saco?

Coriolanus ya no dijo más. Ares dijo que Minerva los estaría esperando. Lo más seguro es que llevara el saco y se lo diera para mostrarlo. Sabía que la chica no era tonta. Era demasiado lista, y aunque eso le molestaba a sobremanera también le parecía atractivo. Minerva sabía bien lo que quería y cómo conseguirlo. Se lo demostró con el beso y ahora volvía a caer en su trampa. Lo obligaba a volver a ella. Al menos la rosa de la Abuelatriz le daría ventaja y era una excelente señal de paz. Tenerla de su lado, junto con su hermano, le era más ventajoso. Ares Blacksail poseía un poder equiparable al de la Dra. Gaul y tenerlo de enemigo no le convenía.

Debía demostrarle que sí quería a su hermana, era algo real.

Snow lands on topDove le storie prendono vita. Scoprilo ora