Capítulo 11

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Sin nada que hacer, se sumergió en la rutina de la semana anterior. Le pareció estúpido lo feliz que estaba de ya no sentirse atraído por Minerva. La realidad era que los dos eran imanes opuestos que, irremediablemente, deben estar juntos cuando se acercan. Y él, sumergido en su propio orgullo, decidió alejarse. Además, debía seguir trabajando con Ares sobre su propuesta. Seguro también la había desechado. Vaya, tonto. Al llegar al departamento, solo estaba Ma cocinando. Tigris aún no había llegado, lo que le pareció extraño.

—Coriolanus —lo llamó Ma al verlo—. Alguien te busca.

—¿Quién?

—Está en la oficina de Strabus —le indicó.

Coriolanus se dirigió a la oficina. Al abrir la puerta, Ares Blacksail lo esperaba. Iba a retroceder, pero hizo un ademán de que iba a cerrar para que nadie los escuchara. Al voltear, no pudo evitar sonreír. Después de todo, tenía a Ares bajo su merced. ¿Qué otra prueba más que el hecho de tenerlo ahí, esperando por él?

—¿A qué debo este honor? —se burló Coriolanus.

—Quería hablar de tu propuesta —respondió Ares, mostrándole el montón de hojas—. La fiesta se acerca y debo ver qué se puede implementar.

—Dale a cada diseñador un espacio donde preparar a los invitados —aconsejó—. Invita cámaras y haz que cada patrocinador desfile para mostrar su saco. Puedes usar a Lucky como presentador.

—¿Esto cómo se relaciona con lo que quieres hacer?

—Todo en este mundo es medible —dijo Coriolanus.

—¿Por eso volviste? —cuestionó Ares—. Pensé que habías dejado atrás la idea de estar con mi hermana.

—Eso solo me demostró que hay que estar presente para que no te olviden.

—Mi hermana ya te ha olvidado —siseó Ares.

—¿Por eso ya le conseguiste patrocinador?

Coriolanus no pudo esquivar el golpe. El sabor a óxido invadió su boca y miró a Ares, lleno de orgullo. Limpió el hilo de sangre que bajaba de la comisura de sus labios y se frotó la mejilla, que sentía caliente por el impacto. Notó que Ares aún tenía el puño cerrado, como si quisiera volver a golpearlo.

—No te entrometas —exigió Ares.

—¿O qué?

—Le diré a la Dra. Gaul que tu propuesta no sirve.

—Inténtalo —lo retó Coriolanus—. Ella misma me dijo que era buena idea y quería implementarla. Me gustaría ver cómo la contradices.

Ares dio un paso al frente, listo para darle un segundo puñetazo cuando se abrió la puerta. Tigris soltó un grito ahogado al verlos y jaló a Coriolanus fuera del alcance de Ares. Este, sin poder hacer o decir más, cruzó la estancia para irse de ahí. Al verlo salir, Tigris sentó a Coriolanus en la mesa y fue a la cocina.

—Te dije que no fueras al taller —le reprochó Tigris, mientras le ponía un trapo húmedo en la mejilla.

—Esto es algo bueno —se alegró Coriolanus—. Quiere decir que soy una amenaza para él.

—De verdad que no te entiendo —soltó Tigris—. Ni a ti ni a Minerva.

—¿Sigue en el taller?

—Sí, dijo que iba a pasar ahí la noche porque debía acabar...

Coriolanus se levantó, interrumpiendo a Tigris. Su prima sabía lo que eso significaba, así que no lo detuvo. Coriolanus salió y corrió al taller, llevado por la adrenalina que lo llenaba debido al golpe. Se detuvo unos segundos antes de entrar, seguro de que no había vuelta atrás si decidía cruzar la puerta. Cerró los ojos, respiró profundo y empujó. Una luz al fondo le confirmaba que alguien seguía ahí. Era cómo cuando fue a devolver el saco. Ahora era diferente. Minerva ya lo esperaba.

—Hola —dijo al verla.

—Pensé que no vendrías.

—Tu hermano me dio una buena razón para no hacerlo —se sinceró—. Pero nada va a impedirme estar contigo.

—¿Ah, sí? —soltó ella, halagada.

Ya nada iba a detenerlo. Ni siquiera el dolor que sentía en la mejilla. Dio un paso al frente y la tomó del rostro para unir sus labios a los de ella en un beso que, descubrió, deseaba desde hace días. Minerva enredó los dedos en sus rizos y Coriolanus se dio tiempo de disfrutar del contacto de sus labios contra los de ella. Eran suaves y muy carnosos, tanto que al separarse no pudo evitar morder su labio inferior, lo que ocasionó que Minerva jadeara aún más. Le acarició el rostro, admirando lo bella que era y la envolvió en sus brazos.

—Tu hermano va a matarme —bromeó Coriolanus.

—Tendrá que hacer fila —respondió Minerva—. Varios querrán hacerlo cuando sepan que estamos juntos.

—¿Tantos pretendientes tienes?

Minerva encogió los hombros y volvió a besarlo. El beso era más lento, como si disfrutara de cada movimiento. Coriolanus la apretó contra su cadera y descubrió que el tenerla así de cerca lo excitaba. Ella pareció sentirlo porque soltó un ligero gemido que terminó con la cordura de Coriolanus. La empujó contra una de las mesas, tirando los materiales y la recostó para quedar encima de ella. La dejó desabotonar su camisa mientras seguía besándola. Quería marcar cada centímetro de su cuerpo, hacerla tan suya que no pudiera ser de nadie más. Marcó un camino de besos desde la comisura de los labios hasta la piel expuesta en su escote, le tomó ambas manos para sujetarlas por encima de su cabeza y fue bajando más hasta dar con sus senos.

—Espera —le pidió ella.

Dio un pasó atrás, movimiento que Minerva aprovechó para bajar de la mesa. Coriolanus pensó que había cruzado una línea y que ella iba a detenerse, pero fue todo lo contrario. Minerva se desnudó frente a él, como aquella vez en el desfile. La escena lo excitó de sobremanera. A pesar de la tenue luz que había en el taller, era capaz de vislumbrar cada curva de la chica. Él hizo lo propio, bajando su pantalón para liberar su erección. Ahora podía hacerle ver lo mucho que la deseaba.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó Minerva, entre jadeos.

—¿Tú estás segura de esto? —respondió él.

—Estoy segura desde que te bese en el desfile —admitió Minerva. 

Snow lands on topWhere stories live. Discover now