Capítulo 7

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Coriolanus sacó la camisa de su padre que Tigris remendó hace un año, como una forma de presumir que él fue el primer cliente de su prima. Ella se puso el mejor vestido que tenía, heredado de su madre, y se hizo un peinado refinado que adornó con un pequeño sombrero. La Abuelatriz ya los esperaba con una rosa en la mano, que Coriolanus recibió con mucha delicadeza y salieron del lugar para tomar el auto que los llevaría al Palacio de Guerra.

—Pensé que ya no tenías eso —dijo Tigris, señalando la camisa.

—Era de mi padre —recordó—. Es de las pocas cosas que tengo de él.

Tigris acarició los botones de tesela con una melancolía que incomodó a Coriolanus. Por suerte, ya estaban cerca del palacio. Al detenerse el auto, él bajó casi de un salto. En la escalinata estaba Minerva, que se acercó a ellos para saludarlos. Coriolanus estiró la rosa y se la dio antes de cualquier cosa. Ella la recibió de manera elegante y la acercó a su nariz para olerla.

—Vaya, si que huele bien —admitió, guardandola en el bolsillo de su saco—. ¿Por qué me regalas esto?

—Es una forma de decir lo siento —explicó Coriolanus—. He sido descortés contigo de todas las maneras posibles.

—¿Lo dices por el saco?

—¿Lo traes?

Minerva negó con la cabeza, dio media vuelta y subió la escalinata. Tigris se unió a ella. Coriolanus notó que las dos conversaban, pero no alcanzó a distinguir de qué era de lo que hablaban. Al entrar, Ares fue quién los recibió. Los guió hasta el salón donde varios Avox estaban de pie, cada uno vestido con las prendas que habían mostrado en el desfile. Coriolanus no encontró rastro alguno del saco. Minerva no lo trajo, por ende Ares creería que a él se le había olvidado.

—La dinámica va a ser muy sencilla —explicó Ares—. Los patrocinadores van a elegir una prenda que les guste y los diseñadores deberán crear una pieza para ellos.

—¿Cuánto tiempo tendremos? —preguntó Tigris.

—Tendrán que ser rápidos si quieren que su patrocinador use la ropa en la fiesta que haré —dijo Ares—. Si todo sale bien, cada diseñador podrá tener un lugar en la boutique que abriremos.

—Un plan sencillo, pero vistoso —pensó en voz alta Coriolanus.

—En efecto —respondió Ares—. Síganme, por favor.

Los guió hasta otro salón donde los diseñadores esperaban. Les indicó que la finalizar solo tendrían una hora para tomar las medidas de sus patrocinadores y preguntar sobre sus elecciones de color. Coriolanus agradeció que Ares estuviera tan inmerso en la planeación que no notó la ausencia del saco de su hermana.

—Señor Snow —lo llamó una voz que reconoció al instante.

—Dra. Gaul —saludó.

—Venga, señor Snow —pidió—. Necesitamos hablar de sus ideas.

Coriolanus se acercó y caminó con ella hasta su laboratorio. Llevaba una bata negra con detalles en rojo que le parecieron heridas. Lo hizo sentarse mientras ella rebuscaba lo que, pensó, era su propuesta. Una vez que tuvo las hojas en sus manos se acercó a él.

—Es una buena idea la que propone —admitió—. Las entrevistas nos han dado más público, pero si logramos que se vean bien será aún mejor.

—Las personas pondrán atención a lo que sucede.

—Y a lo que sucederá —añadió la Dra. Gaul—. Usted lo sabe mejor que nadie.

—No entiendo.

—El cotilleo también es parte de la naturaleza humana, ¿sabía? Esa necesidad de ser un ente social —explicó—. Lo que ha llevado a la gente del Capitolio a hablar sobre lo sucedido en el desfile entre usted y la señorita Blacksail

—No sucede nada entre nosotros —afirmó Coriolanus.

—Entonces no tengo nada de qué preocuparme. —La Dra. Gaul le extendió las hojas—. Ares Blacksail será el encargado de poner en marcha toda su propuesta. Dígale que se guíe con lo que ha escrito. Confío en los dos para hacer que esto funcione.

—Pero...

—El señor Blacksail ya tiene conocimiento de mi decisión —La Dra. Gaul miró el reloj—. Váyase antes de que llegue tarde al evento.

Coriolanus se levantó y caminó fuera del laboratorio con un nudo en la garganta. La Dra. Gaul era demasiado lista. Ahora era la mente maestra, eso le confería poder. No tanto como el que tenía Ares, lo que era un motivo más para poner en marcha su plan. Podía negarle algo con cualquier excusa, y para que su propuesta funcionara a la perfección debía cumplir cada oración ahí escrita. Al llegar a donde estaban todos, los patrocinadores ya conversaban con los diseñadores. Tigris hablaba con Ares, incluso le pareció que le estaba tomando medidas. Buscó a Minerva, pero no había rastro de ella.

—¡Ares Blacksail! —escuchó la inconfundible voz de Lucky Flickerman—. ¿Dónde está ese maravilloso saco que hizo tu hermana?

—Coriolanus Snow se lo ha quedado —respondió Ares—. Minerva hará otro especial para ti.

—Estoy ansioso por ello —dijo Lucky—. La esperaré por allá mientras consigo exclusivas para el programa especial que haremos.

Coriolanus se acercó a ellos una vez que Lucky se alejó. Este lo barrió con la mirada y estiró la mano para que le diera la propuesta, que hojeó sin interés. Claro. Seguro Minerva le había dicho lo del saco. ¿Cómo no decirle? Era una excelente prenda, era obvio que varios preguntaran por él. Lucky Flickerman no pudo ser el único.

—La Dra. Gaul me pidió que trabajemos juntos para poner en marcha el plan.

—Me comentó algo al respecto —respondió Ares, sin interés—. ¿Dijo otra cosa?

—Nada que pudiera ser de interés para la propuesta —concluyó—. ¿Minerva ya se fue?

—Salió un momento —explicó Ares—. No iba a hacer mucho sin una prenda que mostrar, aunque ahora que llegó Lucky le dará algo que hacer.

—Lo siento...

—Tendrás que tragarte tu orgullo para usar el saco que devolviste en la fiesta. ¿Entendiste? —lo interrumpió—. Nada de trucos.

—Nada de trucos —repitió—. Iré a pedirselo a tu hermana.

—Ve con cuidado —lo amenazó.

Coriolanus no necesitaba más explicaciones. Ares tenía el poder de mandar al olvido su propuesta y relegar de su puesto de vigilante. Peor aún, su oportunidad de ser presidente sería un sueño lejano. No podía arriesgarse. Necesitaba hacer las paces con Minerva, ganársela para que todo fuera más sencillo. Lo demás se daría solo. La Dra. Gaul le dio una pista del camino a seguir. Todo el Capitolio suponía cosas de ellos dos. Solo tenía que acercarse a ella, darle algo a la gente para que siguiera hablando y Ares no tendría remedio alguno que ponerse de su lado.

Sería fácil si su cuerpo no lo traicionaba.

Snow lands on topDonde viven las historias. Descúbrelo ahora