Capítulo 18

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De alguna forma, sintió que Ares arruinó la fiesta. Después de que Lucky lo felicitara, Ares se dedicó a pavonearse por todo el lugar. Presumía sus logros, las ideas que había tenido y lo emocionado que estaba de que el presidente tuviera en la mira lo que estaban haciendo. Era cómo si le robara el crédito. Aunque, estar con Minerva le permitió acercarse a los patrocinadores y decirles lo que se vendría para los siguientes Juegos del Hambre. Con ella a su lado, estaba seguro de que escalaría pronto hacia la presidencia de Panem. Pero debía ir lento. Anunciar un compromiso con ella lo haría ver desesperado. Le gustaba estar a su lado, mostrarse cariñoso, hacerle ver a todos que ella era suya. Lucky fue capaz de capturar cuando los dos subían al mismo auto, así que tendría comidilla para rato.

—¿Cómo sigues? —preguntó, enredando sus dedos con los de Minerva—. ¿Vas a decirme qué sucedió con Dante?

—Prefiero no hablar de eso —respondió ella—. Sería darle demasiada importancia.

Coriolanus miró a su prima. Ella asintió, en señal de que intentaría hacerla hablar para saber lo que había sucedido. Al llegar al departamento, la Abuelatriz no permitió que Coriolanus y Minerva durmieran juntos. Minerva no tuvo problema en quedarse con Tigris, aunque a Coriolanus le hubiera gustado mucho ser quién le quitara el vestido. Después de todo, deseaba repetir lo que sucedió en el taller. De la fiesta ya no se dijo más. Se dieron las buenas noches y los tres fueron a descansar. O eso intentó Coriolanus. No podía sacarse de la cabeza el rostro de Minerva. El miedo que reflejaban sus ojos. Era obvio que Dante quería hacerle daño.

—Coriolanus —escuchó la voz de Minerva—. ¿Estás dormido?

Coriolanus se levantó. Abrió la puerta y se encontró con Minerva. Llevaba una de las batas de Tigris y el cabello suelto sobre los hombros. La dejó entrar a su habitación, para evitar que la Abuelatriz o Ma los descubriera y cerró. Acarició su rostro, sintiendo la humedad en sus mejillas y la abrazó. Seguro ya le había dicho a Tigris lo que Dante intentó hacerle.

—¿Quieres acostarte conmigo? —preguntó.

—Nos van a escuchar —murmuró Minerva.

Coriolanus no pudo evitar reírse. No pensaba en eso. Lo que quería decir es que sí quería que se recostaran un rato antes de que volviera con Tigris. Pero, la mención hizo que todo su cuerpo se encendiera. Extrañaba a Minerva. Su cuerpo. Lo que le hacía sentir. Así que la besó. La besó profundamente, enredando sus dedos en el cabello de la chica. Sin separarse, fue llevándola hasta su cama. Distinguió su sonrisa sobre sus labios y se acomodó sobre ella. Paseó sus dedos sobre sus piernas, agradecido de que Tigris le hubiera prestado un camisón. Le daba un acceso fácil para acariciar su piel. Se acomodó entre sus piernas y estuvo un buen rato besándola, mordiendo sus labios, bajando por su cuello, acariciando sus muslos. Disfrutaba de torturar a Minerva porque escuchaba sus jadeos. Se estaba excitando. Y él también. Una idea perversa pasó por su cabeza. Besó a Minerva y fue bajando. Primero su cuello. Sus hombros. Sus senos, los cuales disfrutó un buen rato. Luego fue hasta su vientre. Fue subiendo el camisón hasta que puso tocar la piel de Minerva con sus labios. Llegó al límite, donde su ropa interior volvía a ser una barrera y se adentró a la entrepierna. Tuvo que sujetar sus muslos para evitar que se moviera. Sintió lo húmeda que estaba y deslizó un dedo por debajo de su ropa. Eso hizo que Minerva soltara un leve grito. La tenía al límite. Era un buen momento para hacerlo suya. Le importaba poco que pudieran escucharlos. Tenía todo el derecho sobre ella ahora que era su novia.

—¿Estás lista?

No le dio tiempo para responder. Sacó su miembro, hizo a un lado la barrera de tela y se introdujo en ella. Empujó y esperó un momento a que Minerva se acostumbrara a él. Una ola de calor llenó su cuerpo y comenzó a moverse. La cama crujía debido al peso de ambos así que lo hizo lo más lento que pudo. Eso fue un reto para él, que deseaba moverse rápido. Quería hacerlo como en el taller. Dejar salir su lado salvaje. Pero, aún tenía ese sentimiento de poder sobre Minerva. Sabía que no podía gemir, lo que lo incitaba a acariciar cada centímetro de su cuerpo. Unió su boca a la de ella y siguió empujando. Lento, profundo, suave. Minerva no pudo aguantar más y comenzó a gemir a un nivel audible para todos en el departamento. Coriolanus le cubrió la boca con la mano, cosa que lo excitó bastante. Volvió a someterla. A tenerla a su merced. Se movió más rápido y Minerva gimió sin pudor sabiendo que el sonido estaba siendo amortiguado por la mano de Coriolanus. Antes de terminar, le liberó la boca para besarla y beberse su clímax. Ese último gemido le pertenecía. Toda ella era solo suya.

—¿Crees que nos hayan escuchado? —preguntó Minerva, avergonzada.

—Quizá, pero, ¿qué pueden hacer al respecto? —dijo Coriolanus—. Eres mi novia.

Decirlo en voz alta le pareció extraño. Era una palabra que nunca pensó que ocuparía. Minerva pareció sorprendida por la confesión y se acomodó en la cama. Él se acostó a su lado y comenzó a cepillarle el cabello con sus dedos. El movimiento fue un arrullo para ella. Al poco rato ya estaba dormida. Coriolanus le besó la frente, la sujetó contra su cuerpo y se permitió descansar. La voz de la Abuelatriz lo despertó. Abrió los ojos y Minerva ya no estaba con él. Al salir, no la encontró en la cocina. La habitación de Tigris estaba vacía. Se le hizo extraño así que se vistió y bajó a la calle. Tigris venía bajando del auto. Notó, por primera vez, el cansancio en el semblante de su prima.

—¿Minerva? —fue lo único que pudo decir.

—Volvió a casa —respondió Tigris.

Snow lands on topWhere stories live. Discover now