Capítulo 13

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Tigris lo esperaba en la mesa. Llevaba la bata de su madre y estaba tomando una taza de té. Al verlo, se levantó y le recibió el saco. Coriolanus se sentó a su lado, sin saber muy bien que decir. ¿Se le notaría lo que hizo? ¿Cuál sería la reacción de su prima? Él, un hombre sensato, teniendo sexo a mitad del taller. Lo bueno es que se había asegurado de no dejar ningún rastro de lo sucedido. El acuerdo implícito entre él y Minerva era que ocultarían su relación hasta la fiesta.

—Minerva me dijo que la dejaste trabajar en el taller —comentó Coriolanus.

—¿Va a venir mañana?

—Debe terminar el nuevo encargo que tiene.

—¿Te dijo algo sobre él?

—Solo que es una idea de su hermano.

—Ares no vendría aquí si no creyera que tú y ella... —Tigris detuvo la frase—. ¿Tú y ella?

—Aún no —respondió Coriolanus—. Siente lo mismo que yo, pero no quiere hacer nada hasta la fiesta.

—¿Eso te dijo?

—Sí —titubeó Coriolanus, recordando lo sucedido en el taller—. Tendré que esperar a que venga para que lo discutamos.

—Hasta en cosas románticas parece que estás haciendo un negocio —se quejó Tigris—. Espero que sea beneficioso para ambos.

—Lo será —aseguró Coriolanus—. Ahora, sí me disculpas. Es hora de ir a dormir.

Coriolanus se dio la vuelta y entró a su habitación. Se desvistió para ponerse su pijama y evocó a Minerva quitándose la ropa, mirando su cuerpo, observando las marcas que él había dejado en su cuerpo. Estaba seguro de que la fuerza que había aplicado dejaría leves moretones en la piel sensible de la chica. Los buscaría cuando volviera. Podrían divertirse un poco antes de que ella hiciera las modificaciones a su saco. Lo malo es que debía esperar todo un día para hacerlo y no podía acercarse al taller sin que fuera sospechoso. Decidió que lo mejor sería buscar a Ares, ver cómo iba la fiesta y la manera en la que su propuesta podía ser demostrada. Eso le ayudaría con la Dra. Gaul y mantendría su mente ocupada.

El siguiente día transcurrió con normalidad. Tuvo la suerte de que Ares se encontraba en el Palacio de Guerra y pudo ir a discutir sus ideas con él frente a la Dra. Gaul, que parecía impresionada con el ingenio que demostraba para llamar la atención de los espectadores. Usar a Lucky como comentarista y dejar que cada patrocinador revelara quién era su diseñador daba pie a un espectáculo de lo más entretenido. Mostrar las prendas en televisión, usadas por gente importante, haría que las personas del Capitolio desearan evocar esa importancia y usar lo mismo. Así, cada diseñador tendría pedidos y se harían tan reconocidos que al momento de los juegos, el saber que cada uno tendría a un tributo para vestir haría las personas estar atentas a cada fase. Sobre todo a la entrevista, que es donde habría mayor posibilidad de que los tributos se vean bien y los reconozcan.

Al terminar, Coriolanus fue directo a su departamento. Saludó a Ma y se encerró en su habitación. Aburrido, tomó el saco que Minerva le dio y se lo colocó. Pudo apreciar mejor porque a Lucky le había gustado tanto. Era diferente a todo lo que usaba el Capitolio, y aún así parecía encajar. Incluso lograba hacerlo ver más alto. El bordado estaba hecho con hilo de oro y las solapas le daban un porte de majestuosidad que le gustó demasiado. Estaba hecho para él. Que estúpido fue al quererlo devolver. Pensó en cómo podían cambiarlo y se le ocurrió que añadir algunas rosas al bordado le ayudaría a que todos supieran de quién era. Le faltaría un pantalón que fuera a la perfección, pero eso era mucho más sencillo de conseguir. Cepilló sus rizos hacía atrás, enderezó la espalda y se vio a sí mismo en la fiesta, con Minerva cómo su mejor accesorio. Ojalá ella llevará algo que combinara, que a simple vista todos supieran que son pareja.

—¡Coriolanus! —escuchó la voz de Tigris.

Salió a ver lo que sucedió, aún con el saco puesto, y se encontró con Tigris que venía acompañada de Ares y Minerva. Se quitó el saco, para dejarlo en su habitación, y se reunió con ellos. Ma, alegre por las visitas, los invitó a sentarse a la mesa y disfrutar de lo que había preparado. Ambos Blacksail se sentaron a la mesa, junto con Tigris. Coriolanus se les unió y minutos después, la Abuelatriz salió del elevador. El aroma a rosas inundó el lugar.

—No tengo el gusto —le dijo a Ares al verlo.

—Soy Ares Blacksail —se presentó, levantándose de su lugar para acercarse a la Abuelatriz—. Soy hermano de Minerva.

—Minerva —dijo la Abuelatriz, mirando a la chica—. La novia de mi Coriolanus.

—No es mi novia —aclaró Coriolanus—. Anda, ven y siéntate.

—Yo le doy las rosas —habló orgullosa, ignorando a su nieto—. Y tu, chiquilla, tienes el porte que se necesita para usarlas.

—Le agradezco —respondió Minerva, avergonzada—. Fue un gesto muy lindo que Coriolanus me regalara una. Tigris me comentó lo valiosas que son para los Snow.

—El hecho de que sean efímeras las hace valiosas —respondió la Abuelatriz—. Su belleza solo dura un par de días, pero vaya que vale la pena mirarlas florecer.

La abuelatriz tomó el lugar de Ares, justo a lado de Minerva. Coriolanus supo lo que estaba tramando. La estaba escaneando para ver sí merecía llevar el apellido. Minerva Snow. Le gustaba cómo sonaba. La miró y ella le sonrió, avergonzada. Leía en su mirada que lo que pasaba no era cómo quería. La presencia de su hermano la limitaba a sutiles muestras de afecto, lo que lo molesto. Se había ganado el derecho de besar a Minerva. Deseaba más que nada hacerlo.

—Minerva me comentó que iba a terminar tu saco, y que quizá tendría que dormir aquí —dijo Ares—. Pero, vine a decirte que eso no va a ser necesario.

—Ares —le reprochó—. La fiesta es en tres días, necesito terminar.

—A Coriolanus no le importara vestir el mismo saco del desfile —soltó Ares—. Aún te faltan algunos detalles del diseño de Dante.

—Pero a mí sí me importa —le respondió Minerva, levantándose de la mesa—. Disculpen la grosería, pero al parecer mi hermano no cree que sea capaz de terminar. ¿Coriolanus, podemos ver de una vez las modificaciones?

Coriolanus asintió, se levantó y guió a Minerva hasta su habitación, donde estaba el saco. Lo agarró y salió de ahí para ir directo al taller, que Tigris ya había abierto. A Coriolanus le pareció extraño entrar al que consideraba el santuario de su prima. Nadie entraba ahí, a excepción de Minerva. Ella le pidió que se colocara el saco y comenzó a trazar algunas líneas sobre el bordado.

—Pensé en colocar algunas rosas —dijo ella.

—Me gusta la idea —dijo Coriolanus, cohibido—. Así que, Dante...

—Ni lo menciones —lo detuvo—. Vine a pasar tiempo contigo, pero mi hermano es demasiado listo.

Coriolanus la tomó de la barbilla para que lo mirara. Ese gesto logró tranquilizarla. Le sonrió y se acercó para darle un beso. Uno corto, como el del desfile. Dos. Cinco. Diez segundos. No podía separarse de ella. Escuchaba la voz de Ma. La adrenalina de saber que podían descubrirlos fue una inyección de energía para él y abrazó a Minerva para profundizar el beso. Ella lo siguió hasta que escucharon el ruido de una silla moviéndose hacia atrás. Intentaron acomodarse, pero ya era tarde.

Tigris los observaba desde el marco de la puerta. 

Snow lands on topWhere stories live. Discover now