Capítulo Doce

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Doce - Religiosos de antaño


36 Horas para la verdad

El aire frío chocó contra su rostro. Las plantas se movían con fuerza, se avecinaba una tormenta. El cielo estaba oscuro y las nubes eran grises.

Un pequeño gato de pelo negro estaba sentado junto a un arbusto de Espìreas. Este estaba sentado sin moverse observando a Erick salir de la casa.

Subió al auto. El aire dentro estaba tenso. Liam no decía ni una palabra; concentrado en la carretera.

—¿Lo que hicimos? —dijo Erick.

Liam le miró de lado.

—Habla —dijo Liam. Las gotas de agua comenzaron a chocar contra el parabrisas del auto.

—Olvídalo —dijo Erick encogiéndose en su asiento.

—Abre el compartimento frente a ti, debería haber un paquete de galletas, cómetelas —dijo señalando la pequeña tapa de cuero blanco—. No quiero que te desmayes frente a tu abuela.

—G-gracias —respondió Erick sacando la bolsa llena de galletas.  Comenzó a comerlas, ya no tenía tanta hambre.

—¿No te estabas muriendo de hambre? —preguntó Liam frunciendo el ceño.

—Después de que me golpean suele huir mi apetito —dijo Erick dando otro mordisco a la galleta.

—Interesante —dijo Liam sonriendo un poco.

—Si. ¿A dónde vamos? —preguntó Erick mientras miraba los rayos iluminar el fondo de los arboles.

—A ver a mi hermana —dijo Liam—. Esa a la que le escribiste un poema.

—¿La reina de escarcha tiene a mi abuela? —preguntó ladeando la cabeza—. ¿Como era que se llamaba?

—Bianca —dijo Liam rápidamente—. Mi jodida hermana Bianca.

Comencé a ver casas rodear las aceras. Casas con diseños hermosos y colores agradables a la vista. Con entradas dignas de palacios, con fuentes y ornamentos florales preciosos

El auto se detuvo frente a una casa igual de hermosa pero con el césped sin cortar, algunos bultos de tierra semiabiertos sobre baldes de metal ensuciaban el panorama. Había una pequeña estatua central de yeso blanco.

—Lo sabía —dijo Erick al observar los copos de nieve rodear a un niño semi desnudo en la escultura. 

Liam le miró confundido antes de comprender a lo que Erick se refería. Al presionar el timbre de la casa, la puerta se abrió de golpe.

Los llantos de una mujer se escuchaban al fondo. Olía a inciensos de lavanda y humedad.

Las motas de polvo brillaban al rozar con los haces de luz que formaban las ventanas.

Liam sabía que algo no estaba bien. Su hermana jamás lloraría por algo insignificante.

—Mira —dijo Erick observando la pequeña rosa medio seca sobre una carta.

Este la tomó y leyó para que Liam escuchase también.

—Hoy me despediré de ti sin hacerlo. Bianca, mi vida corre un peligro inmenso, la tuya también —Leyó Erick dejando la rosa a un lado de la mesa—. Tienes que huir, encuentra a Erick, dile que estaba equivocado, no actuó solo.

—Erick, quita esa cara de inocente —dijo Liam, al ver a Erick ansioso.

Los garabatos inentendibles se difuminaban sobre la mancha de sangre. La hoja estaba tintada y rota.

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