Capítulo 33

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CAPÍTULO 33

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Los gritos desenfrenados se construyeron en mi garganta y de alguna manera logré reprimirlos, pero las lágrimas ya se arrastraban por mi cara. Mi corazón golpeaba con frenesí y mi pecho apenas lo resistía.

Antes temía a la oscuridad, pero de repente, la luz pasó a convertirse en una gran amenaza.

Siendo consciente del dolor que las uñas producían al incrustarse en las palmas de mis manos, aflojé los puños y miré a Ashton con vacilación. La mancha se esparcía por su piel con lentitud. Lo que debía estar sintiendo no parecía agradable por la forma en que sus dedos se apretaban con fuerza.

El miedo me inmovilizó. Se estaba convirtiendo en una sombra.

Poco después, el suelo, vibrante por un fenómeno incomprensible, empezó con una danza casi hipnótica, moviéndose como lo haría un océano en calma. El sonido emitido resonaba en el aire, un siseo misterioso que se extendía igual que un eco inquietante. Del lugar más próximo, la arena se sacudió con una energía latente y, de repente, con la forma de una telaraña tejida por fuerzas invisibles, se elevó majestuosamente hacia lo alto.

La escena fue tan impactante como impredecible. La fina red de partículas oscuras se desplegó en el aire con una coreografía infernal antes de precipitarse con una gracia ominosa. Acto seguido, la tormenta de arena descendió sobre Ashton, envolviéndolo en una danza de gránulos negros y enterrándolo con violencia.

El asombro se apoderó de mí, paralizando cualquier intento de acción.

No entendía lo que acababa de suceder.

Ni siquiera pude extender la mano para tocarlo o liberar un grito al viento. Me encontré inmóvil, como un testigo impotente de un evento catastrófico. Permanecí de rodillas en la escena surrealista, con la mirada fija en el lugar donde Ashton desapareció bajo el abrazo oscuro de la arena.

Mi silueta quedó marcada en la vastedad del paisaje, una figura estática y casi irreal, comparable a un patético fósil capturado en un momento de desconcierto eterno.

Un pinchazo de dolor me golpeó en el pecho, y en ese mismo instante, comencé a excavar.

Mi desesperación se amplificó tanto que, a pesar de sentir la arena bajo las uñas arder, seguí intentándolo con mayor fuerza cada vez. Con el tiempo, me resultó un trabajo imposible porque la arena resbalaba de mis manos y volvía a rellenar lo poco que había conseguido cavar.

Por un minuto, llegué a pensar que Mango afortunadamente soltó la cortina sobre Ashton y que la luz rozó nada más que su mano, pero ahora ya no estaba segura.

La sombra de los caídos ✓Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt