Zara acepta el reto de su mejor amigo: invocar a Ashton, el supuesto dueño del circo que se manifestará para reclamarla como suya.
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El Circo de la Muerte, como se le conoce en las leyendas, se desvaneció en las sombras de Port Fallen hace alreded...
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EXTRA 01
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Las columnas de humo, como fantasmas en la noche, se elevaban hacia el cielo oscuro, ansiosas por alcanzar la libertad que les negaban las gotas de lluvia, manteniéndolas atrapadas en un baile eterno. El aire, en una furia incomprensible, soplaba con fuerza desmedida, azotando las delicadas flores y arrastrándolas por el suelo empapado. Parecía jugar con sus restos, revolviéndolas con caricias bruscas, como si el mundo fuera su propio tablero de juego, y los objetos, sus piezas.
Entre el caos atmosférico, Ashton se erguía impasible, como una roca en medio de la tempestad. La lluvia caía sobre él, sin embargo, no lograba penetrar su sereno semblante, desprovisto de frío o miedo. Trataba de comprender su entorno, pero su mente se veía envuelta en un vacío perturbador. Como si una ruleta caprichosa hubiera decidido detenerse en el último momento, dejándolo con una sensación de desconcierto.
No podía recordar cómo llegó a donde se encontraba, ni lo que había ocurrido.
Sus ojos, fijos en el horizonte tumultuoso, luchaban por adaptarse a la escena que se desplegaba ante él. Intentaba enfocar los objetos movidos por la brisa errática, pero sus esfuerzos eran en vano. Aun así, permaneció allí de pie, sin parpadear, como si estuviera esperando que el mundo a su alrededor cobrara sentido.
El aroma de la tierra mojada, el sonido del viento entre los árboles, todo asemejaba estar ausente para él.
Observó a una figura distante, apenas una silueta entre la neblina, que parecía esquivar con destreza los peligros que significaban los cables de luz oscilantes. Los postes, como centinelas enloquecidos, lanzaban destellos de luz que perforaban la oscuridad, iluminando el suelo igual que dagas descontroladas.
Algo en su mente le gritó que se moviera, pero sus músculos parecían estar en llamas, y al mismo tiempo, pesaban tanto como el plomo.
Ashton parpadeó, momentáneamente cegado por el resplandor, y cuando recuperó la visión por completo, descubrió que estaba de pie sobre los restos humeantes de un incendio reciente. La sorpresa lo impulsó a moverse, pero sus piernas apenas respondieron, como si estuvieran sumidas en un sueño profundo.
Examinando el paisaje desolado, se dio cuenta de que el circo entero había desaparecido sin dejar rastro, sumiéndolo en una confusión aún mayor.
Al inhalar profundo, sintió un nudo en la garganta porque había estado conteniendo el aliento todo este tiempo. Tal vez no necesitara respirar en realidad.
Pudo haberse reído de ese último pensamiento. Pero algo más sucedió en el mismo instante.
La figura fue atrapada por la luz. Los rayos la perforaban y sacudían con furia eléctrica.
Sus labios se despegaron para emitir un sonido apenas audible de asombro, pero antes de que pudiera comprender lo que estaba sucediendo, la figura desapareció, engullida por una nube oscura que surgió de la nada.
Los sentidos de Ashton volvieron a funcionar, pero nada parecía estar bien.
Un objeto metálico se precipitó hacia él de manera súbita. Apenas lo vislumbró acercarse, por lo que tampoco pudo apartarse; solo le dio tiempo a cerrar los ojos, aguardando el impacto que nunca llegó.
No hubo dolor, el objeto había seguido con su camino a través de él, y esa fue la noticia que aclaró lo que ocurría.
Buscó frenéticamente su pulso, pero no encontró nada.
Así, se dio cuenta de que había llegado a un lugar que parecía ser su purgatorio personal, sin saber cómo o por qué. Y mientras la lluvia seguía cayendo y el viento continuaba su danza salvaje, Ashton permaneció allí, atrapado en un torbellino de incertidumbre y desconcierto, sin un final.
