Epílogo

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EPÍLOGO

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Los días se convirtieron en semanas, y el invierno regresó antes de lo esperado. Aunque el tiempo parecía volar, no me importaba porque estaba junto a él.

Al principio, me inquietaba la idea de que su existencia, así como la de los demás en el circo, estuviera íntimamente ligada a la fuente de energía del circo, dependiendo de la magia para sobrevivir. Después de todo, tanto su partida como su regreso estuvieron vinculados a esos artilugios mágicos. Sin embargo, él se encargó de que esto no supusiera un problema para nadie. Todo permanecería bien siempre y cuando nadie volviera a separar los objetos.

Me aseguró que, ahora que los medallones estaban juntos, podía alejarse de ellos sin necesidad de colgárselos al cuello. Aunque traté de evitarlo, mi preocupación me llevó a preguntarle sobre la fuente de energía y los artefactos en sí. Él confirmó haberlos ocultado en un lugar seguro, y preferí no profundizar más, consciente de los riesgos.

Días atrás, me entregó los anillos de Dallas, que debía custodiar tras su muerte. Sin embargo, le pedí que también los ocultara para evitar problemas, ahora que su propósito se había cumplido. En repetidas ocasiones hablamos de Frey, pero Ashton no parecía saber mucho al respecto. Y cuando tocamos el tema de su padre, el maestro de ceremonia, lamenté haberlo hecho al enterarme de su fallecimiento. Su avanzada enfermedad le impidió salir del otro lado, lo que lo llevaba a mirar el lago, ahora congelado, con mezcla de pesar algunas veces, pero también con orgullo. Su padre hizo todo lo que tuvo en sus manos, incluso para salvarle la vida de Reidar.

Cada tarde, después de clases, solía desviarme hacia la vieja estación, donde los encontraba trabajando en el contenedor quemado o en la cabina principal, cambiando y modificando casi todas sus partes.

Una tarde, lo vi cargando un gran repuesto sobre su hombro, sin camisa y con manchas de grasa en su piel. Su esfuerzo físico realzaba su atractivo, y esos detalles me tenían fascinada. Nunca imaginé que debajo del traje que llevaba cuando lo conocí se escondiera una capa tersa y fibrosa de músculos. Pero así era el circo, ya que me habían mostrado viejas instantáneas y pósters donde todos lucían en excelente forma física. Incluso había adquirido un tono bronceado bajo la suave luz del sol que se filtraba entre las nubes, abandonando su característico tono pálido.

Algunas veces, solía colarse por la ventana de mi habitación. La primera ocasión fue en mi cumpleaños diecisiete, me sorprendió con una caja llena de golosinas y boletos, que al abrirla tenía olor a palomitas de maíz.

—¿Quieres ver una película conmigo? —preguntó emocionado. Por un segundo pensé que hablaba de ir a una sala de cine, pero con él nada era ordinario. Se las ingenió para crear una pequeña estrella, en donde una película antigua, de la que nunca escuché hablar, se reprodujo en el cielo. Fue uno de los días más felices de mi vida, a pesar de que también marcaba mi primer cumpleaños lejos de alguien muy importante para mí, del cual aún no tenía noticias, también contaba con el apoyo y la amistad de Natale, quien se habían convertido en una verdadera amiga, y me hacía extrañar a Thomas un poco menos en su presencia.

La sombra de los caídos ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora