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| Anakin |

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| Anakin |

Respiro profundamente, tratando de aparentar serenidad y seguridad. Nuestro padre, Garald, siempre ha sido comprensivo y una persona con la que podemos negociar, pero no sabe ocultar secretos a nuestra madre. Ninguno de ellos lo hace.

Al salir de la casa, lo visualizo caminando relajado, con esa expresión de seriedad que muchos confundirían con enojo. Sin embargo, llevo toda mi vida conociendo a ese macho, sé identificar a la perfección cuando está enojado.

No dejo que siga caminando más, entre más lejos esté de mi casa, mejor.

— Buenos días, padr... — ni siquiera me deja terminar la frase.

— ¿Quién es la hembra que está en tu casa? — pregunta a través de nuestro enlace mental. Es obvio que no desea que nadie ajeno a nosotros nos escuche.

— No quiero sonar grosero, pero eso no es de tu incumbencia, padre — respondí cortante al ver que quiere ir al grano.

La conversación la sigo a través de nuestro enlace mental. Él me mira para nada feliz. Odia con todo su ser no someter a cualquiera bajo su voluntad. Al igual que nosotros, es un Alfa Puro. Es un instinto primitivo difícil de ignorar, sobre todo cuando no quieres cambiarlo.

— Su madre se... — esta vez yo lo interrumpo.

— Nuestra madre nos crió bien, igual que ustedes. Nos conocen — le recuerdo. — No haríamos nada que fuera contra los valores que nos inculcaron y nunca algo que dañe a la manada — él me escudriña. Sus ojos de diferente tono de color me observan detenidamente. En una batalla, lo dejaron ciego de un ojo, por eso su iris es más claro que el otro. Además de que la cicatriz en su mejilla no ayuda para nada. No importa que sea más viejo que yo por siglos, su aura es fuerte y me atrevería a decir que es el Alfa más fuerte de esta manada. A diferencia de lo que muchos creen, la fuerza bruta en un Alfa no es lo más importante. Tu aura y poder para someter a los demás lo es.

— Espero que sepas lo que haces. Les daremos dos días. Tu madre no tardará en enterarse de esto y no deseo que se entere por una boca que no sea nuestra — advierte. Una de sus manos va hacia su cabello, el cual es de un color negro con unas pocas canas. Es lo único que delata los años que lleva sobre esta tierra. De resto, está igual que el día en que nacimos.

— Si ella es quien creo, no es bueno encerrarla — sin más, me da la espalda y se va.

Ya cuando está a unos cuantos metros de distancia, suelto el aire que se acumulaba dentro de mí. Salió mejor de lo que esperaba, pero eso es gracias a él. Si fuera nuestra madre, ya me estaría arrancando la oreja por decirle las mismas palabras que le acabo de decir a mi padre. Ella nos sigue viendo como las pequeñas crías que dio a luz hace más de 50 años. Es más que seguro que nos siga viendo así hasta el día que le toque partir de esta tierra.

Zinerva: Legado de AmorWhere stories live. Discover now