Prólogo

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-Quiero que salgas ahora mismo de mi casa -le dijo el padre a su hija.

-¿Qué? Papá, ¿qué estás diciendo?

-He dicho que salgas ahora mismo de mi casa.

-Papá, por favor, no hagas esto.

El hombre miró a la joven que tenía delante. Tenía el cabello rubio, al igual que su esposa, y entre los mechones de su flequillo se asomaban dos ojos celestes que en aquel momento se encontraban cristalizados. Se parecía muchísimo a aquella niña que había sostenido entre sus brazos veintiún años atrás en aquel hospital, sin embargo aquella muchacha que tenía delante no podía ser su hija, y si lo era, era incapaz de reconocerla.

-No tienes por qué hacerlo, las cosas no tienen por qué ser así -le dijo la rubia, en un desesperado intento de hacer cambiar de opinión a su padre; pero sabía, en el fondo, que sería inútil.

-Te advertí, te advertí de que ese muchacho no te convenía, te dije que no haría nada más que traernos problemas.

-Estás siendo muy injusto papá.

-¿Injusto? ¿Yo? Eres tu la que decidió no hacerme caso. Fuiste tu la que decidió seguir saliendo con ese muchacho. Te advertí de que esto tendría repercusiones y decidiste no hacerme caso.

-Decidí seguir con él porque lo amo.

-Pues vete con él, si tanto lo amas vete con él. Anda, vete, lárgate con él, cásate con ese maldito vaquero, iros a vivir a una granja, me da igual, pero no vuelvas aquí, no vuelvas nunca más.


El amor conlleva sacrificioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora