Capítulo 8: Coby

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Cerré la puerta del copiloto y me apoyé en ella. Un año sin estar ahí era demasiado tiempo. Contemplé la fachada de la granja. Era muy temprano, había comenzado a amanecer, pero todavía se veían algunas estrellas y la luna en el cielo. De pronto, oí el relinche de un caballo proveniente del establo. Supe al instante quién lo había hecho.

-Cobalt -murmuré, era ella, sabía que era ella.

-Anda, lárgate -me dijo Lucy mientras abría el maletero.

-¿Segura? -le pregunté.

-Sí, Daniel y yo podemos llevar las maletas adentro. Lárgate, lo estás deseando.

Miré a Daniel y él asintió con la cabeza a la vez que dejaba en el suelo la maleta que le había dado mi prima. Sin decir nada más salí como el rayo en dirección al establo.

La puerta estaba abierta y divisé rápidamente la cabeza de mi mejor amiga. Atravesé corriendo las cuadras. La de Cobalt estaba entre la de Sylver y Canela.

-Hola -dije en cuanto la miré cara a cara a sus oscuros ojos.

Alargué la mano y le acaricié con lentitud entre las orejas. Recorrí con lentitud la cruz blanca que tenía en la frente. Era preciosa, simplemente hermosa, y no podía creerme que hubiese estado tiempo sin verla; sin ver a mi mejor amiga.

-Te he echado mucho de menos -apoyé mi mejilla en el de ella y sentí su calidez-. Ahora tengo que entrar a dentro, tenemos que instalarnos y tenemos que dormir un poco, pero te prometo que volveré, te veré hoy mismo, y te prometo que mañana también, y pasado mañana, y todos los días. He venido, y voy a quedarme por mucho tiempo -le acaricié las crines negras y le toqué la mejilla con la punta de la nariz.

Me despedí de Cobalt y salí del establo para dirigirme al porche. La puerta estaba abierta y divisé las maletas negras de mis padres al pie de las escaleras. Cerré la puerta una vez hube entrado y le di al seguro. Caminé intentando no sacar ruido; mi abuelo debía de seguir en la cama.

-Katy -oí que me llamaban, y al instante reconocí aquella voz.

Me giré, y sin decir nada, corrí a los brazos de mi abuelo. Lo abracé con fuerza y él lo hizo de la misma manera. No solo había pasado un año sin que pudiese ver a Cobalt, también había pasado un año sin que pudiese abrazar a mi abuelo. Nos separamos y mi abuelo me acarició la mejilla derecha.

-Abuelo, creía que estarías dormido.

-Quería recibirte -me dio un beso en la frente-. Mi niña, estás tan guapa, cada vez te pareces más a tu abuela.

-Tendría suerte si fuese tan guapa como lo era ella -le sonreí.

-Katy -me llamó Daniel asomándose por la puerta de la cocina- Oh, buenos días Tom, creía que estarías dormido.

-Buenos días Daniel -le saludó.

-¿Dónde están nuestros padres? -le pregunté.

-En la cocina con tu tío -me contestó.

-Pues vamos -le cogí la mano a mi abuelo y los tres fuimos a la cocina.

Nuestros padres se giraron hacia nosotros y mi madre dio un paso hacia delante para dar un abrazo a mi abuelo.

-Cuanto tiempo sin vernos -le dijo mi madre.

-Sí, desde la boda, casi dos años -le contestó mi abuelo-. Os he preparado la habitación de invitados -dijo refiriéndose a mi madre y a Rob.

-¿No vais a dormir en la habitación de Jacob? -preguntó mi tío.

-Ahí siempre duermo yo -intervine de inmediato.

-Ya, bueno, pero seguro que tu madre querrá...

-Adam, da igual -le interrumpió mi madre-. Estaremos bien en la de invitados, seguro.

-Gracias mamá -y se lo agradecí seriamente, porque aunque hubiese insistido en que volviese a Houston, aquello no significaba que estuviese dispuesta a dejar de dormir en la cama de mi padre.

Los cuatro nos fuimos a la cama. Después de aquel agotador viaje en el avión todos estábamos deseando tumbarnos sobre un colchón. La habitación de invitados estaba al final del pasillo, la de mi padre, en la cual dormiría yo, estaba justo en frente de mi habitación, en la que dormiría Daniel.

Dejé mi maleta y mi bolsa de mano en el suelo, ya tendría tiempo de deshacer el equipaje cuando me despertara. Abrí el segundo cajón de la cómoda de mi padre y saqué de dentro una camiseta granate de algodón y unos pantalones azules oscuros; el pijama favorito de mi padre. Me ajusté la goma de la cinturilla del pantalón y me até el pelo en una cola de caballo.

Me tumbé en la cama y cerré los ojos, pero no pasaron ni cinco minutos cuando me levanté y salí de la habitación. Entré en la mía sin llamar y me encontré a Daniel con solo unos calzoncillos azules con rayas verticales blancas.

-Hola -me saludó sorprendido por la intromisión.

-Hola, siento haber entrado así. Ahora mismo te dejo -cogí de sobre la cama mi peluche favorito. Era un caballito de color marrón, con los ojos grandes y unas patas muy largas.

-¿No prefieres abrazarme a mí? -preguntó con una pícara sonrisa.

-No, tranquilo, estaré bien con Coby -abracé con fuerza el peluche contra mi pecho.

-Muy bien, tu te lo pierdes, yo abrazaré a... -cogió el peluche de un conejito azul- ¿cómo se llama?

-Bunny.

-Por supuesto -rió-. Buenas noches Katy -me dio un besito en los labios-. Buenas noches Coby -cogí a Coby y lo puse a la altura de su rostro.

-Buenas noches vaquero -dije con voz grave.

-Dios, ¿es normal que me ponga esa voz? -se mordió el labio inferior.

-No, pero hace tiempo que no espero nada normal viniendo de ti -reí-. Buenas noches Daniel.

-Buenas noches.

Lo agarré del mentón y le besé con lentitud. Tras eso me di la vuelta y me fui directamente a mi habitación. Me metí entre las mantas de la cama de mi padre, los cuales tuve que quitarme en seguida por el calor que tenía, y me quedé dormida en cuestión de minutos.

El amor conlleva sacrificioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora