Capítulo 25: Algo andaba mal

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Sentía que me ahogaba. Durante todos aquellos años mi madre no me dijo nada, y yo no hice nada más que insistir.

2004

- Mamá, ¿por qué yo no tengo dos abuelos y dos abuelas?

- No todo el mundo tiene dos, a veces por circunstancias de la vida se tienen solo un abuelo y una abuela, o dos abuelos y ninguna abuela, una abuela y dos abuelos... Todo depende de la vida.

- Alicia me ha dicho que su abuelo está muerto, ¿mis abuelos están muertos?

- Em... no, están vivos. Pero están ocupados, ¿sabes cómo dices que yo no paso mucho tiempo en casa porque trabajo? Bueno, pues ellos también están ocupados.

- ¿Los conoceré algún día?

- Tal vez.

Me ahogaba. Sentía ganas de vomitar. Abrí algunos botones de mi camisa y bajé la ventanilla del coche. Todas las discusiones, todo lo que le dije, todo lo que le reproché... Había sido muy cruel con ella.

2009

- ¡Tengo derecho!

- ¡He dicho que no! -me contestó mi madre.

- ¡Son mis abuelos! ¿Por qué no puedo conocerlos?

- No necesitas conocerlos, no los necesitas, no los necesitamos.

- ¿Por qué? ¡Respóndeme! ¿Por qué coño no puedo conocerlos?

- Katherine, basta -intervino mi padre poniéndose frente a mí-. No volverás a usar ese vocabulario delante de nosotros, jamás, ¿entendido? Y si tu madre dice que no tienes que conocerlos, es por tu propio bien. Hay cosas que no puedes entender. Pero créeme, tu madre solo piensa en tu propio bien.

Sabía que tenía que ser algo gordo, pero aquello era mucho más que gordo. Demasiada información de golpe para poder asimilarla.

Mi madre nunca me contó nada de lo que me había dicho Richard. Bueno, sabía que había conocido a mi padre un verano que fue a Houston con los abuelos y también sabía que había acabado sus estudios en Estados Unidos y que tras casarse se instalaron oficialmente de nuevo en el Reino Unido, pero todo aquello sobre el prometido, la fusión de las empresas, que la echasen de casa... Todo aquello era demasiado.

Todas aquellas navidades, cumpleaños, celebraciones... todas aquellas ocasiones especiales en los que mis abuelos no aparecían y yo me ponía triste por fin tenían sentido. Me había sentido triste durante años, incluso llegué a plantearme si es que acaso no me querían y por ello no me visitaban y se limitaban a enviarme cheques con dinero, pero en ese momento, mientras conducía de regreso a la granja, todo cobró sentido.

Nunca me quisieron, ni quisieron a mi madre, ni a mi padre. Y nunca lo harían, porque alguien incapaz de amar, siempre será incapaz de amar.

Ni siquiera estuvieron aquel día, no se presentaron aquel maldito día.

2011

- ¿Has estado aquí todo el tiempo? Tu madre se estaba volviendo loca -me dijo mi mejor amigo mientras tecleaba rápidamente en su teléfono-. Heather, sí, la he encontrado... sí, estaba aquí... La llevaré ahora mismo, esté tranquila, ahora mismo llegaremos... no, no me las de, ahora mismo vamos.

Cortó la llamada y se puso de cuclillas frente a mí.

- No sé cómo te sientes, ojalá lo supiese, pero no lo sé. Solo sé que eres mi amiga, mi mejor amiga, y no dejaré que estés así, no dejaré que te hundas, ¿entendido?

- No vinieron... ni siquiera vinieron aquí... -me sequé las lagrimas con las mangas del abrigo.

- ¿De quiénes hablas?

- ¿De quién voy a hablar? De mis abuelos. Ni siquiera vinieron al funeral.

- ¿De verdad creías que vendrían?

- Son mis abuelos.

- Los cuales no te han visitado jamás. Lo siento Katy, sé que estás mal, lo entiendo, pero voy a ser franco contigo, porque te quiero. Estoy harto, harto de que tengas esperanzas respecto a ellos. Puede que me equivoque, pero no creo que los llegues a conocer, y ojalá me equivoque, pero no quiero que te creas falsas esperanzas.

- ¿Cómo puedes decirme eso?

- ¡Porque es la verdad! -se incorporó de golpe y se llevó las manos a la cabeza. Soltó una maldición y se quedó, por unos instantes, mirando el nombre que había frente a la lápida que tenía delante-. No puedes hacerle esto a tu madre, no puedes hundirte, no puedes después de que haya perdido a la persona que amaba.

- ¿Y qué pasa conmigo? ¡Era mi padre!

- ¡Lo sé, pero me tienes a mí! -me agarró del brazo y me obligó a levantarme-. Y ahora mismo, frente a esta tumba, y frente a Dios, te juro que haré lo imposible para que no te hundas, pero tienes que darme tu palabra de que harás lo mismo, de que harás lo imposible para no hundirte.

- No tengo fuerzas para ello.

- Para eso me tienes a mí, para darte fuerzas, pero ahora mismo, tu madre no tiene a nadie más que a ti. Eres la única que puede ayudarla, y si te hundes, ella también lo hará. Ha perdido a su marido, y antes perdió a sus padres, ¿quieres que te pierde a ti también?

Mi madre quería protegerme, no quería que se acercasen a mi, y no la culpaba ni la culparía de ello, después de enterarme de que abandonaron a mi madre a su suerte peligrando no solo su carrera académica, sino también su vida, era yo la que no quería saber nada de ellos. Serían mis abuelos, tendría su ADN en la sangre, pero no compartía nada más con ellos. Yo amaba a mi madre, y me quedaba claro que ellos no.

Ahora, el siguiente paso era decidir si debía o no decirle a mi madre que lo sabía todo. Se enfadaría, se enfadaría mucho, saber que no la había obedecido y que había invadido en su intimidad hurgando en los secretos de su pasado la harían rabiar; pero tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo y eso tendría que entenderlo ella, solo quería entenderla y tratar de ayudarla, al igual que ella querría.

Miré mi reloj de muñeca en cuanto aparqué frente a la granja. Era tarde, ya habrían acabado de cenar. Salí del coche y me dirigí al establo. Solo había una cosa que podía hacer en aquel momento para despejarme.

Le había mandado un mensaje a Daniel antes de emprender la marcha de vuelta pidiéndole que me cubriese. Si lo había conseguido daría igual que llegase un poco más tarde, y si no lo había conseguido, tampoco importaría que llegase un poco más tarde, me la cargaría de todas formas.

-Hola Cobalt -lo saludé sin detenerme ante ella.

Dejé mi bolso y mi cazadora en el suelo y cogí una sudadera gris que alguien había dejado. Probablemente era de Adam, lo que quedaba claro era que tenía que ser de hombre a juzgar por el tamaño.

Me lo puse y agradecí el suave tacto del algodón. Cogí la mantilla y las riendas y me dirigí hacia mi mejor amiga.

-He tenido un día muy intenso -dejé las riendas en el suelo y desdoblé la manta-. Eres la única que puede animarme el día -la miré y me di cuenta que precisamente Cobalt no sería la que me animase el día-. Hey, ¿qué ocurre?

Le acaricié la cabeza, cabizbaja. Me di cuenta de que estaba respirando de manera muy agitada. Algo andaba mal, muy mal. Le acaricié en el cuello, sabiendo que aquello le encantaba, pero no recibí reacción alguna. Tiré lo que tenía entre manos al suelo y entré en su cuadra.

-¿Cobalt qué ocurre?

Lo miré a los ojos, inexpresivos y llorosos. No, no me podía estar pasando aquello. ¿Por qué? ¿Acaso no había tenido suficiente con el tema de mi madre?

Cogí un poco de comida de uno de los sacos, y como sospeché, no comió ni un poco de lo que le ofrecí. No sabía demasiado de enfermedades equinas, pero sabía lo suficiente para saber que tenía que llamar al veterinario.

Salí corriendo del establo y entré en la granja preguntando, o más bien chillando, dónde estaba el abuelo.

El amor conlleva sacrificioWhere stories live. Discover now