Capítulo 7: Hogar

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No sé cuánto tiempo pasó hasta que por fin pudimos salir del aeropuerto, mucho, es la única palabra que se me ocurre; mucho tiempo. Cuando por fin pudimos pasar la aduana salimos del aeropuerto. Después de más de diez horas montados en un avión, era un alivio sentir la tierra bajo los pies y notar como el viento te azotaba.

Daniel tenía mucho mejor color, desde que bajamos del avión la palidez de su rostro fue desapareciendo gradualmente. Miré a mi madre que estaba a mi derecha. Muy pocas veces salía mi madre a la calle sin nada de maquillaje, cosa que no entendía porque era preciosa. Tenía una tez perfecta, blanca como la nieve, y tenía el pelo largo y rubio, casi platino, y para completarlo todo, tenía unos preciosos ojos azules. Mucha gente piensa que es albina, hubo una temporada en la que yo también me lo planteaba. Supe que no lo era cuando mi madre me dijo que mi abuela era sueca. Aquella fue una de las muy pocas veces que mi madre hablaba sobre sus padres.

Nunca he tenido la oportunidad de conocer a mis abuelos de parte materna. La única foto de ellos que he visto en mi vida la vi cuando tenía catorce años, entré en la habitación de mi madre y busqué hasta encontrarla. De no ser por aquella intromisión en su habitación nunca habría visto sus caras, mi madre no tenía ninguna foto de ellos en la casa.

Cuando era pequeña mi madre decía que los abuelos estaban muy ocupados, que tenían asuntos de trabajo y que los vería otro día, pero ese nunca llegaba. Cuando crecí comprendí que no iba a verlos, nunca. Cada año me enviaban un cheque en mi cumpleaños, un cheque bastante generoso. Mi madre se negaba a cobrarlos, pero cuando cumplí los quince y comencé a pensar en la universidad, le pedí a mi madre que cobrara todos los cheques, por suerte los tenía todos guardados. Le pedí que crease una cuenta corriente donde metería el dinero para la universidad. A mi madre no le hizo ninguna gracia, decía que ella podía pagarme la universidad y quería hacerlo. Sabía que lo que pasaba es que no quería tener nada que ver con ellos; no aceptó el dinero hasta que le dije que tenía que plantearse que los abuelos eran unos simples inversores para mi carrera académica.

No sé lo que pasó entre ellos, nunca me lo contó, y yo nunca insistía, porque siempre que lo hacía me soltaba evasivas. Desde hacía tres semanas comencé a plantearme si lo que le pasó a mi madre tenía algo que ver con los abuelos; estaba convencida de que sí. Y si estaba en lo cierto, iba a ser muy pero que muy difícil que me lo contara.

-Ya llegan -anunció mi madre sacándome de mis pensamientos.

Dos coches pararon en frente de nosotros. Reconocí rápidamente la camioneta de mi prima Lucy, sin embargo me confundió que no fuese ella quien estuviese al volante. El tío Adam salió de ella, con una enorme sonrisa en el rostro y los brazos extendidos caminando en nuestra dirección. Fui la primera en sentir como me abrazaba con esos fuertes brazos. Mi tío Adam había sido vaquero de rodeos. Lo fue durante casi once años, había llegado tres veces a los nacionales y quedó segundo la última vez que llegó a la final. Pero tuvo que dejarlo cuando yo tenía once años. Tuvo un accidente, bastante grave que le hecho polvo la espalda. Estuvo casi un año entero con unos dolores horribles y yendo a rehabilitación, y cuando por fin se recuperó, decidió que ya era hora de dejar aquello y dedicarse a otra cosa. Abrió un taller y poco a poco las cosas fueron cada vez mejor para el negocio.

Para Cloe, su esposa, fue un alivio que su marido decidiese dejar de montar, hay mucha gente que decide seguir, y hay mucha gente que vuelve a sufrir accidentes, y no todos consiguen volver a levantarse. Tommy acababa de nacer, y para Cloe la nueva y segura rutina de su marido fue todo un alivio.

-Estábamos deseando que llegaseis -dijo-. Hola Heather.

-Hola Adam.

Se abrazaron y no pude pensar que aquel había sido el tercer abrazo que se habían dado durante los últimos cuatro años; los otros dos fueron durante los días que vinieron para la boda entre ella Y Rob.

-¡Katy!

Mi prima Lucy salió del Toyota gris que había aparcado al lado de su furgoneta y corrió hasta mí. Nos fundimos en un tremendo abrazo.

-¡Lucy! Vuelve ahora mismo al Toyota, ¿cómo se te ocurre dejar solo a tu hermano?

-Tranquilo, que ahora voy -cogió mi bolsa de mano y me agarró del brazo-. Chico de ciudad, te toca llevar las maletas. Nos vemos en la granja papá.

No exagero al decir que me llevó literalmente a rastras hasta el coche.

Me senté en el asiento del copiloto mientras mi prima ayudaba a Daniel a meter las maletas en el maletero. Una preciosidad de cabellos castaños rizados asomó su cabecita entre los dos asientos delanteros.

-¡Hola! -me saludó con una sonrisita.

-¡Hola! -le contesté. En ese momento Daniel entró en el coche y se encontró con esos dos ojos verdes que brillaban de alegría.

-¡Hey! ¡Hola! Soy Daniel -se presentó.

-Yo soy Tommy -le tendió la mano.

-¡Ay va! Que majo -le cogió la mano y se saludaron. Sentí que me derretía de ternura ante aquella escena.

-¿Ya ves que majo es mi hermanito? Mamá le decía que se quedase durmiendo en casa pero él insistió muchísimo en venir -dijo mi prima entrando en el coche-. Tommy siéntate y abróchate el cinturón.

-Vale -hizo lo que le dijo su hermana mayor.

-¿Cómo es que estás con el Toyota y no con la camioneta? -le pregunté.

-He suspendido una asignatura de la universidad y papá me lo ha quitado como castigo -arrancó el coche y comenzó a conducir dejando atrás a su padre.

-¿En serio? ¿Te castiga quitándote la camioneta y dándote este Toyota? -preguntó Daniel.

-Pues claro, sabe que es el peor castigo que me podría poner.

-¿Tanto te gusta esa camioneta?

-Llevaba toda mi vida soñando con tener esa camioneta, era mi coche soñado. Mis padres me lo regalaron cuando me gradué para poder ir desde el centro a la granja los fines de semana. Pero cuando se enteró de que había suspendido una asignatura se puso como loco y me quitó las llaves. Dice que me las devolverá cuando apruebe la asignatura, ¡pero no puedo volver a examinarme hasta septiembre! -reí ante la desesperación que mostraba mi prima en sus palabras.

-¿Ya te has instalado en casa? -le pregunté.

-Sí, hace una semana. Espero que tú seas capaz de convencer a mi padre de que me devuelva las llaves de la camioneta.

-Haré lo que pueda -reí.

El camino desde el aeropuerto era bastante largo. El rancho de mi abuelo quedaba en las afueras de Houston, lejos de la ciudad y toda su excentricidad. Pero a mí me encantaba. Adoraba hacer ese camino en coche, el ver como poco a poco se desaparecían los grandes edificios e iban apareciendo casas y granjas más pequeñas. Ver como las luces de las farolas eran sustituidas por las pequeñas estrellas que iluminaban el firmamento.

Abrí la ventanilla y saqué la mano. Comencé a imitar el movimiento de las olas en el aire. Hacía aquel gesto desde que era una cría. En verano, cuando íbamos a Houston desde Londres, mi padre siempre sacaba la mano y hacía el mismo movimiento en el aire. Decía que le encantaba sentir el aire de Houston, que era mucho más puro y tranquilo que el de Londres.

Yo lo miraba maravillada desde el asiento trasero. Veía su rostro sereno, tranquilo. Adoraba ese momento. Se recostaba en el asiento del copiloto, miraba a su hermano, el tío Adam, el cual miraba concentrado a la carretera, y bajaba la ventanilla. Y en cuanto sentía el aire acariciar sus dedos, cerraba los ojos y respiraba hondo. Y sabía que ese momento, esos instantes, eran los más felices de mi padre; cuando sentía que volvía a su tierra, a su hogar.

-Ahí está -dijo Lucy.

Ahí estaba. Habíamos llegado.


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¡Hola! Espero que os guste el nuevo capítulo. Os comento que la semana que viene ya acabo con los exámenes y volveré a actualizar la novela cada jueves. Espero que disfrutéis de lo que queda de semana. ¡Os mando un beso enorme a todos!


El amor conlleva sacrificioWhere stories live. Discover now