Capítulo 9: Cuarenta condones

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Eran las dos de la tarde pasadas cuando me desperté. Me senté en la cama y miré hacia la ventana. El cielo estaba completamente despejado y el sol brillaba con fuerzas. Mi padre tenía razón al decir que Houston no se parecía en nada a Londres, incluso el cielo parecía más puro.

Hice la cama y dejé a Coby recostado sobre las almohadas. Mis maletas seguían en el suelo, donde los había dejado hacía seis horas. Cogí el bolso que había utilizado como equipaje de mano en el avión. Era una bolsa de tamaño mediano, negra con las características rayas de la marca Adidas. Tiré sobre la cama todo su contenido y luego seguí con la maleta morada. Me quité la ropa y me puse unos vaqueros claros y una camiseta color lavanda con las mangas hasta los codos. Me puse mis zapatillas moradas Victoria, mis zapatillas favoritas, y seguí deshaciendo el equipaje.

Cuando hube terminado de guardar la ropa y poner los libros que había cogido en la estantería que había sobre el escritorio, fui al baño con mi neceser en las manos. Dejé mis cosas en los armarios; Daniel ya había dejado ahí sus cosas. Me lavé la cara y los dientes y volví a mi habitación.

Guardé la maleta y la bolsa debajo de la cama de mi padre y bajé a la cocina mientras me ataba el pelo en una coleta alta.

-¿Has dormido bien? -me preguntó mi abuelo en cuanto entré. Tenía entre sus manos una cesta con ropa recién lavada.

-Sí, ¿vas a colgar la ropa? -asintió-. Te ayudo.

Le quité la cesta de las manos y salimos fuera. En uno de los laterales de la casa, había un tenderete alto. Mi abuela y mi abuelo formaban un buen equipo, un gran equipo. Mi abuelo fregaba, mi abuela secaba, mi abuela cocinaba, mi abuelo ponía la mesa... Lo hacían todo juntos, pero desde que ella murió hacía siete años, cuando pilló una neumonía, mi abuelo comenzó a hacer todo él solo. Mi padre y mi tío estaban muy preocupados por él, esa era la razón por la que mi padre le enseñó a mi abuelo a usar Skype y mis tíos decidieron alquilar una pequeña granja a 200 metros de la de mi abuelo y cuando Lucy entró en la universidad decidieron convertir la estancia en la granja en algo permanente y pusieron su piso del centro en alquiler.

Sin embargo mi abuelo no estaba tan mal como creían todos. Si había algo que caracterizaba a mi abueli es que era fuerte, capaz de manejar las situaciones más terribles. Y por eso fue capaz de manejar tan bien la situación cuando murió la abuela y pocos años después, mi padre.

Dejé la cesta de la ropa en el suelo y cogí la prqueña bolsa de tela que colgaba de uno de los laterales del tenderete y que contenía pinzas para la ropa. Comenzamos a colgar la ropa húmeda.

-¿Los demás siguen durmiendo? -le pregunté mientras cogía unos vaqueros y los colgaba en la tensa cuerda.

-Sí -cogió una camiseta verde y la colgó como lo hice yo-. Oye Katy, ¿qué ha pasado? ¿Cómo es que ha venido tu madre?

-Es muy largo de contar -en ese instante oímos como aparcaban como aparcaban un coche frente a la entrada.

-¡Abuelo! -chilló un niño.

-¡Tommy! ¡No salgas corriendo así! -gritó una voz femenina.

-Me parece que tus primos acaban de llegar -dijo mi abuelo sonriendo.

En cuestión de segundos Tommy apareció corriendo y saltó a los brazos de mi abuelo que lo levantó sin esfuerzo alguno.

-Tommy no vuelvas a salir así del coche, ¿entiendes? Nunca -le riñó su hermana pero el niño no le hizo ni caso-. ¡Thomas Holmes! ¡Escucha a tu hermana! -le chilló.

-Tommy escucha lo que te dice tu hermana -lo cogí en brazos. Estaba claro que a mí me costaba más que a mi abuelo coger a ese pequeñín en brazos-. No tienes que salir corriendo así, podría pasarte algo y entonces todos nos pondríamos muy tristes, ¿entiendes?

-Sí -asintió.

-Así me gusta -le besé la sien y lo dejé en el suelo.

-Iba a ir al mercado, ¿te vienes Katy? -me preguntó Lucy.

-Estoy ayudando al abuelo con la colada -dije encogiéndome de hombros.

-Oh, vete -intervino-, seguro que entre Tommy y yo acabamos en seguida.

-¿Seguro? -asintió-. Vale, te quiero -le besé la mejilla y aproveché para susurrarle- te cuento todo a la noche -él asintió discretamente.

-¿Quieres que compre algo, abuelo? -le preguntó Lucy.

-¿Vendrán tus padres a cenar?

-Sí, venimos todos.

-Pues entonces compra carne picada, podemos preparar pimientos rellenos para cenar.

-¡Genial! ¡Hasta luego! -exclamó Lucy agarrándome del brazo y arrastrándome hacia el Toyota.

Nos montamos en el coche y nos dirigimos al mercado local. No estaba muy lejos, a unos veinte-quince minutos en coche, y teniendo en cuenta como conducía mi prima, a pesar de que el límite de velocidad era de cuarenta, llegaríamos en apenas diez minutos.

Aparcamos el coche y antes de ir a la carnicería, fuimos a la farmacia a hacer las compras que tenía que hacer mi prima. Tardé menos de diez minutos en explicarle todo lo que había pasado durante los últimos ocho meses.

-¡Vaya! -exclamó-. Desde luego has tenido un curso bastante más entretenido que el mío.

-Puede que algo más agitado de lo que me hubiese gustado -me quedé boquiabierta cuando vi como mi prima metía en su cesta dos cajas grandes de condones.

-¿Qué? Después de lo que me has contado no querrás que piense que nunca has visto una caja de condones, ¿verdad?

-No, claro que he visto cajas de condones, pero, ¿para qué necesitas dos cajas?

-Los necesito para cuando llegue mi hombre -rió.

-¿Y crees que tu y tu hombre tendréis suficiente con cuarenta condones?

-Para empezar... -sonrió pícaramente y ambas soltamos una risotada.

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Ya sé que el capítulo no ha aportado nada nuevo, pero los próximos dos-tres capítulos son transitorios. Pronto llegarán nuevos personajes y nuevas historias...
Espero que os guste el capítulo, no olvidéis votar y comentar.
Un beso.
PD: ¡El sábado me voy a ver Sinsajo Parte II!

El amor conlleva sacrificioWhere stories live. Discover now