Capítulo I

5.1K 513 593
                                    

—Pon algo de música antes de que me desmaye aquí mismo, Michael. Por favor. Por fi.

Gracias a Dios, la carretera estaba vacía. A excepción de un viejo Volvo color negro viajando a más o menos 60 kilómetros por hora.

—¿Podrías ir un poco más rápido? —La voz irritada del chico en el asiento de copiloto se perdía a medida que el conductor subía el volumen de la radio.— Me gustaría mucho no morir hoy. Mañana es el día en que salgo a comer tacos ¿sabías? Jueves de tacos.

—Juro que si no te callas, Gerard Way, voy a chocar este maldito auto ahora mismo. —¿Cómo podía su hermano arreglárselas para ser un insoportable aún cuando sufría una toxicidad? Miró de reojo la roja cabellera del mismo a medida que este sacaba su cabeza por la ventana para vomitar. — GEE, QUE ASCO QUE ASCO. NUNCA VAS A SUBIRTE A ESTE AUTO OTRA VEZ, ¿ME OÍS? QUE ASCO.

El pelirrojo decidió ignorarlo, cerró de nuevo la ventana y apretó su cabeza entre sus manos, como si fuera a perder la consciencia en cualquier momento. Y tal vez lo haría.

—¿Seguro que no quieres ir al hospital? —Mikey cambió su tono a levemente preocupado.— Puedo doblar en la segunda avenida y llegaríamos en poco menos de

—No. —Cortó— Sabes lo mucho que detesto los hospitales. Y las agujas, oh, las agujas. Esos inventos del demonio, nunca sale nada bueno de esos artefactos.

—Ey, las agujas literalmente han salvado más vidas que cualquier otra cosa sobre la tierra. Gerard; intravenosas, vacunas, anestesias.

—Voy a morir.

—¿Qué? —Mikey lo miró consternado.

— Voy a morir porque me tiraré de tu puto auto si no te callas de una puta vez.

—Lenguaje. —Lo regañó, aunque parecía más una burla que algo serio.
Continuaron el viaje en silencio, Gerard cambiando estaciones de radio con temblorosas manos hasta encontrar algo que le gustara.

—Llegamos —Sonó la voz del rubio teñido.— Yo ni en pedo bajo. En primer lugar no quiero que me miren como un potencial suicida, y en segundo no sé ni que te causó esto.

—Se llama litio. Se suponía que... —De repente, parecía un poco triste— Se suponía que me ayudaría. Pero bueno.

—Baja, loquito.

—Nunca me llames así otra vez si no quieres morir, hermano.

—Bueno, —Repuso, intentando calmar al mayor— ahora bájate, —Esperó hasta que haya bajado del auto, y cerrado con un portazo característico de él para seguir— loquito.
***

Gerard conocía muy bien a esta farmacia, desde el letrero de luces LED de colores con un signo parecido al de la suma, hasta a las personas que trabajaban allí.
Así que se sorprendió al notar a un par de vivaces ojos avellana contactar encima del mostrador a los suyos, en ese momento casi rojos.

—Buenas noches, señor... —No le gustaba decirle señor, ya que ambos parecían tener la misma edad, pero no le quedaba otra y no estaba de humor para pensar en algo mejor. Leyó rápidamente su nombre bordado en su uniforme. Vaya que le quedaba bien.— Señor Iero.

—Frank —Lo cortó el chico, su voz fue como música en los oídos del falso pelirrojo. No era como nada que hubiera escuchado antes, era levemente rasposa y... ¿Por qué le importaba tanto? Oh, no. ¿Se había quedado mirando al chico a los ojos? Ay, otra vez no Gerard. Concéntrate.

—Frank, —Repitió— mira, necesito algunos remedios y, tengo esta cosa que no me deja, eh —Las palabras se le enredaban, nunca antes le había pasado. ¿Qué era esto?— Mira, me tomé muchos antidepresivos de una vez. No soy un suicida. Sólo quería sentirme un poco mejor. Créeme.

—Entiendo —Dijo simplemente el tal Frank, y de alguna forma, parecía que entendía.— ¿quieres algo para detener el dolor? ¿Las náuseas?

—Por favor. —Había sonado más indefenso de lo que pretendía.

—Ya vuelvo. —Acto seguido, se agachó para buscar los remedios.

Gerard sentía como que se iba a desmayar, y juraba que no era debido a la intoxicación. Había algo en ese chico, algo en su aspecto que hipnotizaba al otro.

—Ah, y algunos antidepresivos más. Carlit, prozac. —Tenía la receta a mano, como siempre. Se la puso en el mostrador.

El castaño salió con los remedios y alzó una ceja, consternado, resaltando sus facciones.

—No sueles hacer esto seguido, ¿no? —La pregunta lo tomó desprevenido. Casi como si lo hubiera atacado.

—Oh, mierda, no. Fue cosa de una vez, ¿sí?

—Claro —Sonrió levemente y Gerard se fijó en sus labios. Tenía un piercing. Un maldito piercing en sus malditos labios.— Mira, cuando llegues a casa puedes intentar acostarte un rato. No comas cosas fritas si no queres terminar con tus tripas afuera. Puedes comer, no sé, arroz. ¿Tienes arroz?

—No, pero puedo conseguir algo —Contestó, sonriendo y entregándole el dinero.— ¿Cómo sabes estas cosas?

—Soy un profesional —Acató, algo burlón. No parecía hablar en serio, así que agregó— Además, ya me ha pasado algunas veces.

Le pasó la bolsa y agarró el dinero del más alto, lo que dio a este último la posibilidad de observar la tinta que cubría sus manos y nudillos.

—Muchas gracias, y por cierto, me gustan tus tatuajes. En serio.

—Gracias, —Frank dijo esto con una sonrisita aún en sus labios— Me gusta tu nariz. En serio.

—G-grac —El chico enrojeció, casi llegando al tono de su cabello.— Gracias. Nos vemos, eh, Frank. A propósito, me llamo Gerard.

—Nos vemos, Gee

Sus cabellos se erizaron al apodo, mientras hacía su camino triunfal hacia el auto.
***

—Dios Gee, ¿por qué tardaste tanto? —Preguntó su hermano, que a juzgar por su aspecto, se había quedado dormido— Además, ¿no estabas muriendo hace unos 15 minutos? ¿Qué con esa sonrisa?

—Nada —Contestó, sin dejar tampoco de sonreír— Vamos a casa. Ah, ¿puedes detenerte ahí? Quiero comprar algo de arroz.

Prozac y avellanas -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora