Capítulo XXVIII

1.4K 246 91
                                    

Hay groserías xd (lenguaje fuerte, como quieran decirle)
****

—Tienes un lindo rostro para dibujar —Comentó Gerard al desconocido frente a su cama de hospital. ¿Por qué estaba internado, en primer lugar? Se sentía relativamente bien y estaba muy seguro de que la noche anterior había ido a una exposición de arte... quizás se había olvidado de comer y desmayado. Ya le había pasado, y con su estupidez característica, podría haberle ocurrido de nuevo. No sería sorpresa.

—¿Tengo— qué? Gerard, estás despierto, estás vivo... ¡estás vivo, gracias a Dios! —El tatuado chico de bonitas facciones lo abrazó del cuello, acercándolo fuertemente a sí, como si lo intentara de proteger de peligros invisibles. Sintió que los colores le subían al rostro, calentándosele la cara. Quería apartarlo de sí, pero se contuvo.

—Perdón —Rió Gerard, levemente incómodo y desconcertado por la falta de gente en la habitación. Estaba solo con un muy emocional chico que parecía tener su edad, y de alguna forma, se sentía tan familiar a pesar de ser tan lejano— uh... ¿te podrías apartar?

—Gee... —Musitó, alejándose. La felicidad que irradiaba lentamente pasó a ser desconcierto. Lo último que el mayor quería era ser rudo con el chico, pero tampoco deseaba tenerlo encima de él.

Parpadeó varias veces, intentado ajustarse a la situación (¿qué carajo pasaba?) y lentamente deslizó sus manos por su cabello carmesí, ahora sintiéndose mucho más seco de lo que recordaba. Le vendría bien un baño de crema para hidratarlo.

—Ay dios —Exclamó este, tenso y cansado. La delgada figura estaba temblando, de repente se mostraba tan frágil como los adornos de cristal que decoraban la habitación. Sólo que los jarrones tenían pinta de baratos y comunes; el chico era todo lo contrario— ¿estás llorando? ¡No llores, no! Sea lo que sea que te hice, aseguro que puedo pagar por la reparación, a menos de que... uh, ¿nosotros...?

—¿Estás bien? —Preguntó este, tembloroso. Gerard se preocupó casi irracionalmente por él. Quería llamar a algún médico para que lo ayudara, pero no sabía ni dónde estaban los teléfonos del hospital.

—¿Qué puedo hacer para—

Esa vez, como muchas otras, Gerard Way no pudo terminar su oración, porque Frank se acercó abruptamente a él; la distancia entre ambos se pulverizó, y Iero se lanzó a darle un beso increíblemente delicado, sin tiempo de procesar lo que ocurría.

Gerard sintió la presión sobre él y durante un momento, no quiso apartarse. Quizás se debía a que todo se sentía como estar en un sueño; etéreo, liviano y tan agradable como sólo lo era el sabor característico de Frank Iero. Pero no se trataba de ninguna fantasía, sino de algo tremendamente real.

Lo empujó. El "agresor" se separó rápidamente, sorprendido por la fuerza que lo había lanzado. Su rostro era indescifrable.

—¿Gerard? —Preguntó, ahora notándose dolido y hasta podía decir... ¿desesperado? ¿Por qué tendría que verse desesperado? Y más importante, ¿por qué lo había besado?

—¡Basta! —Gritó, asustado y harto— ¿¡quién carajos eres?! ¿¡Qué mierda quieres!? ¿¡Y por qué sabes mi nombre?! Jamás lo dije y estás acá actuando como un loco que—

—Gee...

—¿Es lo único que sabes decir? —No quería ser desagradable, pero estaba demasiado nervioso y confundido para lograr aflorar cualquier otra emoción. Cruzó sus brazos y cerró los ojos. Sintió pena— por favor, te pido que salgas de aquí.

—¿Qué? —Fue lo único que dijo Frank, ahora con todo su cuerpo temblando. Era un maldito maricón de nuevo.

No. Estaba durmiendo, teniendo una pesadilla. Todo era un mal sueño. Todo tenía que ser un mal sueño. No, no, no. Gerard lo tenía que recordar, porque por fin estaba despierto y se suponía, a la mierda, era obligatorio que tuviera el final feliz que había ansiado tener desde que era un pequeño niño con ganas de tocar la guitarra. Un desenlace perfecto, él saliendo del hospital con el amor de su vida, preparados para vivir juntos sin ninguna preocupación mayor a decidir qué desayunar en las mañanas o qué serie empezar a ver.

Cerró sus tatuados dedos y los convirtió a puños. Mierda. Estuvo horas y horas llorando junto a esa estúpida camilla blanca que ahora se burlaba de su infortunio. El cuerpo que pensó que se mantendría quieto por mucho tiempo más, ahora lo observaba sin un ápice de reconocimiento.

Todo en su mente eran esos desconcertados ojos hazel, mirando a su alrededor como si se tratara de un recién nacido. Lo quería tocar, proteger y tener junto a sí. Deseaba tenerlo todo de luz y recuerdos, todo realidad, todo Gerard.

Pero algo estaba mal, algo en esa situación no encajaba como debería y era imposible de ignorar, como tratar de pasar un camello por el ojo de una aguja. Cada intento que Frank hacía de acercarse terminaba con el otro no dejándolo hacerlo, negando cualquier acto de afecto. Se sentía sucio.

—Sal de mi habitación o juro que llamo a los policías... enfermeros... no sé. Llamo a alguien.

Iero no respondió, estaba muy tembloroso para una acción de tal magnitud. Se limitó a salir del lugar. El sonido de la puerta cerrándose se quedaría marcado como uno de los más desgarradores de su memoria.

Su corazón le dolía y apretaba en el pecho, como si lo estuvieran estrujando lenta y dolorosamente. Se preguntó si podría hospitalizarse por tener el corazón roto.

—¿Todo bien? —Ryan estaba feliz. Ryan se notaba increíblemente optimista, como siempre.

Frank no contestó. No planeaba hacerlo en un tiempo.

—¿Frankie? —Preguntó este, ya preocupándose. Sus ojos café se oscurecieron y con sus manos (siempre delicadas, acostumbradas a ayudar a niños y personas frágiles) sujetó el rostro del más bajo, inspeccionándolo— ¿estás bien? ¿te ayudo en algo?

Movió su cabeza, negando. Era pesimismo y oscuridad ese día. Ryan se iba apagando a medida que notaba el estado del otro.

—¿Qué te pasa? —Insistió— ¡Frank! ¡Respóndeme! Te traigo un café y capaz un pie de limón si me dices.

—Gerard.

Eso era todo lo que necesitaba decir, todo lo que su cuerpo le permitía expresar. No sabía bien lo que pasaba esa mañana en que decidió quedarse sólo con su ex novio internado, el día en que su intrínseca esperanza ya no lo era tanto.

—¿Gerard? ¿Qué pasa con él? ¿Tiene algo? —Las preguntas eran demasiadas para la ruidosa mente del chico.

—No.

—Al carajo —Musitó— voy a ir a ver yo mismo. Habitación 201... —Palpó su uniforme, en busca de algo— me quitaste las llaves de nuevo, ¿verdad?

No obtuvo respuesta.

—Dámelas, Iero. Siento que estoy hablando con una pared. Una con graffitis feos y mala actitud.

—Bien —Susurró, entregándole las llaves y sentándose en medio del vacío pasillo, las amarillentas luces dándole un tono enfermizo a su piel.

Gerard había roto una promesa que ni siquiera recordaba haber hecho.

Prozac y avellanas -Frerard-Where stories live. Discover now