Capítulo XVII

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Eran las cuatro y media de la mañana.

Afuera seguía haciendo frío y Frank ya había vuelto a su casa (el pelirrojo insistió que se quedara, pero ya lo había hecho muchas veces y resultaría sospechoso dormir tantas veces en la casa de un amigo).

Gerard se encontraba su habitación, recostado contra la cama. Ansioso. Preocupado. Patético, en pocas palabras.

Se dedicaba a pacientemente escuchar la voz de su madre a través el teléfono, conteniendo las ganas de gritarle una serie de improperios y cortar. Eso no sería muy amable de su parte.

—Tú nunca haces nada, ¿verdad? —Se oía bastante molesta. El sonido le trajo memorias de cuando no ordenaba su habitación y recibía incontables regaños— No quería hablar de eso frente a tu padre, pero esto no puede seguir así. Es inaceptable.

—Hago cosas. —La detuvo él, a pesar de no tener muchos argumentos a su favor. Se seguía sintiendo tan pequeño cuando se trataba de discutir a su madre— Dibujo, todo el tiempo. Trabajo en mis historias, en muchas... eh, muchas de ellas.

—¿Y qué, vas a comer papel? ¿Pinceles? —Por primera vez, el chico sentía que quizás ella si tenía razón y el peso de aquello le apretaba en el pecho. No hacía nada, además de ver películas y leer cómics, ¿por qué no podía existir un trabajo que consistiera en eso? —Gerard, no puedo darte dinero siempre. Al menos podrías estudiar algo, no ser tan inútil. ¿Recuerdas ese curso que te mencioné? Todavía hay cupos y..

—Bien, iré al maldito curso —Aceptó a regañadientes, no tenía muchas ganas de llevarle la contra en ese momento— qué más da, voy a aprender cosas.
Como en los viejos tiempos.

—Eso espero, por tu propio bien —La señora Way sonaba seria y tajante— no dejes que ese perdedor que tienes como amigo que te lleve por el mal camino.

—¿Quién? —Exclamó, indignado— ¿hablas de Frankie?

—Hablo del enano, ese que tiene los tatuajes feos hasta el cuello.

—¿Podrías no hablar así de alguien muy importante para mí? —Inquirió, hartándose. Podía insultarlo todo lo que quisiera, llamarlo gorda, inútil y estúpido, pero si insultaba a Frank, no, eso era personal.

La línea quedó en un silencio profundo por algunos momentos, hasta ser arruinado de nuevo por la abrumada voz de Donna.

—¿Y podrías dejar de usar ese delineador? No te sienta muy—

—Chau mamá —Se despidió este, y sin decir nada más, colgó el teléfono con una mueca de disgusto. No iba a dejar el maquillaje. Ni a Frankie.

***
Odiaba completamente lo que estaba a punto de hacer. Demasiado. Preferiría ir y meter su cabeza directamente en el horno antes de encaminarse a la universidad.
Es decir, era solamente un curso, pero el problema era que se encontraba adentro de la universidad; el lugar más tenebroso y solitario del mundo. Claro, esto solamente para él y su paralizante ansiedad.

De repente, su camisa se sentía un poco muy ajustada y estaba tremendamente cansado.

Se sentó amargamente en la parada de bus, mientras observaba cómo las primeras gotas de lluvia caían en el pavimento.

Odio. Mi. Vida. Odio. El. Sistema. Educativo.

¿Por qué tenía que ir a clases para conseguir su título? No le agradaba convivir con humanos, tenía malas experiencias con ellos. Malos humanos que le hacían malas cosas.

Para su infortunio, el autobús no tardó en llegar. Y debía admitir, caminar a su interior se sentía muy parecido a estar caminando hacia su propio funeral.

Prozac y avellanas -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora