Final

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—Intentaste matarte.

Así no es como Frank imaginó iniciar su primera conversación con un Gerard consciente, pero no le queda otra opción que suspirar y aceptar que muchas, muchas situaciones en su vida no ocurrirían como cuentos de hadas. Además, ¿qué clase de princesa de Disney se tatuaba y usaba piercings? Era en parte su culpa por no verse como una, pensó.

—Intenté varias cosas, terminar con mi vida era solo una de ellas —Contestó Frank, aún presionando el cuerpo del otro contra la pared. Le duelen mucho las costillas y tiene varias vendas a lo largo de su pecho, pero no le importa. No cuando su novio (lo que sea que fuera en ese momento) estaba ileso, a salvo y simplemente... vivo. Era revitalizante, mágico, cósmico: imaginó que así se sentiría sostener a la vía láctea entre sus dedos. Pero claro, esta vía láctea era tremendamente frágil, apenas un pálido cuerpo con mechones de cabello rojo cayéndole por la frente, un desastre con labios rotos y ojos más esmeralda que nunca.

Gerard suelta un suspiro y aleja las manos de Frank de sus caderas, sintiéndose menos enfermo gracias al tacto. Abrazó al más bajo, y sintió que su pecho ardía, se quemaba. Todo dolía, pero era dolor del bueno.

—Te extrañé —Susurra, y una lágrima solitaria cae por su mejilla. Frank lo agarra más fuerte, teniendo miedo de que Gerard desapareciera de nuevo, tal y como arena entre sus dedos.

—Yo también —Las palabras retumbaban por las paredes— prométeme que nunca volverás a ser tan idiota, Gee.

—Uno no puede simplemente dejar de ser idiota —Responde— Es mi talento.

—Se nota.

—Además, ¿estaríamos aquí en primer lugar si yo no fuera un terrible, terrible idiota?

—No, —Frank sonríe al responder— creo que no.

—¡Exacto! —El pelirrojo une sus manos y suelta una risita— entonces, no hay razón para que deje de ser uno.

—¿Podrías al menos dejar de ponerte en situaciones donde tu vida está en peligro? Juro que tienes alguna clase de ganas de morir muy dentro de tu cabeza.

—No quiero morir —Dice— al menos no ahora.

—Que bueno de oír.

Entonces parece que la habitación pierde su eje y que todo se empieza a mover, como si estuviera en una clase de terremoto o algo así. Pero sólo es la mente de Frank, volviéndose prácticamente loca mientras va a abrazar al escuálido cuerpo de la persona parada en la puerta.

—¡Ryan! —Exclama, y abraza al chico tan fuerte que escucha un pequeño "auch".

—Se siente bien estar vivo —Comenta, como si no estuviera consciente de lo dramática de su entrada— aunque tenía ciertas ganas de ver lo que está al otro lado, ¿sabes? Había mucha oscuridad, pero luego apareció algo rosado y no estoy seguro de si el paraíso es fucsia o algo así, porque—

—Cállate ya —Lo corta Frank, rodando sus ojos. Ni siquiera un accidente de tránsito cambiaría a la personalidad de Ross.

—Así que este debe ser el mismísimo Gerard Way, ¿no? —Pregunta este, acercándose al artista. G vuelve a sonreír y sus ojos se achinan al hacerlo, dandole un aspecto inocente y casi infantil.

—El único e incomparable. Sólo que un poco más lastimado, y con un cabello menos fabuloso.

Ryan, por alguna razón, no está enyesado ni usando parches. Sino con su típica bata de hospital, mirándolos con la mirada de cariñosa desaprobación que tendría un padre con sus hijos. Todo es demasiado frágil, demasiado doloroso y el tiempo parece avanzar muy rápido, pero sin embargo, la situación no es incómoda, ni extraña: estar parado en medio de esa nívea habitación de hospital se siente correcto, o al menos así lo dicta la sensación cálida que Frank tiene en el pecho.

Prozac y avellanas -Frerard-Where stories live. Discover now