Capitulo XIX

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—No te creo —Bufó la chica, pero su voz se perdía entre el bullicio de la clase.

—Deberías. Lynz, por favor —Rápidamente, él sujetó su brazo. Conectó los ojos azules a los de ella, que eran café oscuro, y en ese momento, parecían impasibles. ¿Podían brillar ojos tan oscuros? Porque de ella lo hacían, sin duda— no te mentiría sobre algo así. Y sé que hice algunas cosas malas en el pasado, pero sé también que...

—¡Ah, si! Hiciste "algunas cosas" —Puso los labios en una fina línea, desaprobado la situación. Tenía tremendas ganas de golpearlo con algo, de reventar la cabeza del chico unas cuantas veces contra la mesa de la profesora— ¿Y qué pasó de lo que le hiciste a Jessica? Ella no te hizo nada, Dios mío. Eres escoria, un parásito. A-l-e-j-a-t-e.
Deletreó cuidadosamente la última palabra, con mucha saña en cada letra.

—¿Puedes escuchar? Fue un malentendido, yo no quería, no pensaba en-

—Bert, la golpeaste. Ella no hizo nada más que "ponerte nervioso". Estás enfermo y no te voy a ayudar en nada —Estas líneas las dijo de forma especialmente dura, intentando que cada frase lo lastimara. Porque sí, se lo merecía.

Lynz sostenía fuertemente sus libros a su pecho, con rabia. Bert tenía fama de tener problemas de ira, de abusar de las personas, manipular; pero su linda cara y su vocecita inocente siempre lo salvaban de los problemas.

—¡BIEN! —Exclamó de repente el chico; la pelinegra se sintió asustada. Él prosiguió a hacer lo último que ella esperaba; arrojar con furia sus cosas al piso, como si hubiera perdido la cabeza— ¡BIEN, MUY BIEN! ¡PERFECTO! ¡FANTÁSTICO!

—¿Te hace falta un diccionario de sinónimos? —Espetó, haciendo su mejor intento en parecer sassy y confiada, en lugar de algo aterrada— puedes decir algo como increíble. Inefable, impresionante... Hay un abanico de posibilidades, pero no estoy segura de que conozcas tantas palabras.

—¡Cállate! ¡Cállate de una vez, puta!

—¿Qué pasa, Bertie? —Preguntó, quizás llevando su acto muy lejos— ¿El niñito tiene miedo de quedarse solo? ¿Le hace falta su noviecita? Aah —Hizo una mueca, como si se hubiera dado cuenta de lo obvio— ya sé, el niñito quiere un noviecito.

Al momento que las palabras escaparon sus labios, la mirada de Bert se oscureció. Y creía que eso solo pasaba en las películas.
Cuando finalmente levantó la vista, había algo inquietante en su sonrisa.

—Me acordé de algo —Soltó, como si de repente estuviera muy muy feliz. Ayuda. Qué pasaba. Qué carajo estaba pasando.

—¿Qué cosa? —¿Era tarde para salir corriendo? Algo en esa conversación no estaba bien, pensó Lynz, mientras meditaba que tan buena idea era saltar por la ventana.

—¡Cuando me besaste! ¡Cuando dijiste que me amabas! ¡Qué simpático! ¿Verdad? ¿VERDAD? —Y sin decir más, estalló en risas. La chica se sintió enferma.

—Nunca te besé. Ni tampoco besaría. Los psicópatas maricones no son mi tipo.

—Claro que nunca lo hiciste, tonta —Dijo, burlón. Se relamió los labios, tal como haría un supervillano de cómic— pero por favor, ¿quién te va a creer?

—¿De qué hablas?

—Tu novio no estaría muy feliz sabiendo que me besaste, ¿verdad?

El rostro de Lynz palideció. Todo tenía sentido ahora, por "eso" la había elegido. Una chica que conocía al chico, que con novio y un pasado que no la dejaba en muy buena posición de defenderse sobre el engaño. Era tan estúpido que resultaba inteligente.

Prozac y avellanas -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora