Capítulo II

3.8K 473 991
                                    

Gerard se sentía relativamente mejor. Podía sujetar un lápiz y eso era todo lo que necesitaba.

Al no tener que someterse a un horario de oficina o tener una rutina estable, decidió que dedicaría todo ese día a hacer doodles en su libreta. Cosas buenas solían salir de momentos depresivos en su vida, como era aquel.

El chico juntó suficiente fuerza de voluntad para levantarse y abrir las cortinas. Sus orbes verdosas se entrecerraron por la inminente entrada de luz. El sol estaba alto. No había ninguna nube en el cielo. La gente salía a pasear sus perritos y, dios, que deprimido lo hacía sentir. ¿Por qué? Mierda, Mikey ya se lo había dicho. Se estaba convirtiendo lentamente en un maldito emo.
Quitó esos pensamientos de su mente y se dirigió ahora a la cocina.

Todo estaba como lo había dejado la noche anterior; tiras de cómic apiladas junto a la cafetera, pinceles y brochas, hasta logró ver su delineador en el mismo lugar en que lo había tirado ayer, cuando tuvo su problema con los antidepresivos. Problema, pensó, que forma más simpática de llamarlo.

—EY EY WAY WAY —Una voz interrumpió lo que pensó que sería una mañana tranquila. El sonido provenía de una voz familiar afuera del apartamento. Gerard se preparó mentalmente para lo que vendría a continuación.

La puerta se abrió con un golpe, dejando entrar a un hombre de unos veinti tantos años y tatuada piel casi morena, trayendo en su espalda el estuche de un instrumento.

—Pete —Dijo el pelirrojo, sin siquiera dirigirle la mirada.— Mikey no está en casa.

—Ya sé —Respondió, acercándose a él y juntando sus manos con las de Way. A veces Pete era tan raro.— Vine por ti, amor.

El chico tomó un sorbo de su café antes de responder. Café negro, sin crema ni azúcar. Muy emo de su parte.

—Nunca en tu vida vuelvas a llamarme amor o no vas a tocar el bajo nunca más. Ni ningún otro instrumento. Porque te voy a cortar los dedos.

—Ese es mi Gee —Respondió, haciéndolo rodar los ojos.— Mira, Mikey me contó lo del accidente. —Bueno, no parecía saber exactamente cómo llamarlo.

—No lo llames accidente. —Manifestó, revolviendo su café.— Fue completamente intencional.

—¡Gerard! —Se quejó Pete, seguía sujetando las manos del chico en las suyas más grandes.— Te estás poniendo todo así otra vez.

—Todo, ¿cómo?

—Todo emo.

Gee dejó salir una carcajada.

—¿Por qué todos dicen eso? Eres tú el que tiene la banda emo que canta canciones depresivas sobre puto azúcar.

—Por cuarta vez, Sugar we're going down no se trata de eso. Se trata de —Se quedó callado, parecía haber decidido que no valía la pena— sabes qué, sí, es sobre puto azúcar. Y sobre tortas, y medialunas también.

—Por eso son gordos. ¿Cómo se llamaba tu amigo, el cantante?

—No vamos a hablar de eso ahora. —Lo calló, sonrojándose y alzando la vista rápidamente, como un chihuahua hiperactivo.— Way, haz perdido mucho peso recientemente. Puedo ver los huesos de tu cara, ¿ya comiste algo hoy?

—No vamos a hablar de eso ahora. —Lo imitó, haciendo un feo intento de la voz del moreno. Gracias a Dios no había nadie más en el apartamento.— ¿Para qué viniste?

Wentz hizo un esfuerzo para no preocuparse, el ojiverde había cambiado de tema demasiado rápido.

—Vine a invitarte a salir y por una vez tener una vida a fuera de estas cuatro paredes.

Prozac y avellanas -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora