Capítulo XXIII

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Disclaimer: este capítulo contiene lenguaje explícito y escenas kinda gore. Ni siquiera es tanto pero bue si tenes 8 años no leas. Igual si sos fan de MCR estás acostumbrado.

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A esas horas de la noche, no había tráfico. Gerard vivía en una zona donde los únicos vecinos eran padres jóvenes o grupos de ancianos, y todos ellos parecían dormir a las siete. Pisó el acelerador sin una sola preocupación.

Le dolía la cabeza, como si tuviera una especie de jaqueca o migraña. Pero sabía que la causa de esta molestia tenía nombre, apellido y una adorable fascinación por los perros; Pete Wentz.

Mentira, se trataba de Frank Iero.

Sus finos dedos se apretaron al volante; hacía esto para dejar de temblar. En ese momento descubrió que tenía miedo, porque tantas cosas podrían salir mal.

Frank podía no querer escucharlo, burlarse de él, podría incluso haberse conseguido otro novio. Su mente no pudo evitar imaginar a su pequeño Frankie cruzado de piernas en su sillón naranja, contándole anécdotas y besando a otra persona, hablando de sus sueños y las cosas que le molestaban, cosas que sólo Gerard sabía. No pudo evitar sentir como si lo hubieran golpeado fuertemente en el estómago.

En ese momento, básicamente era un desastre con patas, ropa negra y tinte para el cabello.

Rogó mentalmente para que la florería siguiera abierta. Si iba a pedir perdón, lo haría con estilo. Llevando un gran ramo de rosas y cantando, o algo que había visto en alguna película clichè de 2007. No se decidía entre rojas o blancas, había oído de las azules, pero no parecían románticas.

Gerard amaba a Frank tanto que quería propinarse un buen golpe en la cara. Bien sabía que enamorarse era algo estúpido y sin sentido. Siempre pensó que el amor estaba sobrevalorado, tan explotado por los medios que perdía la gracia. Amor esto, amor lo otro; ¡sólo vale la pena vivir si es que estás enamorado! Era todo una gran mentira manufacturada para crear dependencia y hacerte comprar collares en forma de corazón. A la mierda, ni siquiera el corazón latiéndole en el pecho tenía realmente forma de corazón. Eso también era una mentira. Los corazones eran órganos feos, y ese amor ideal correspondido del que tanto hablaban una creación absurda.

Claro, esta ideología la mantuvo hasta conocer a cierto enano.

No sabía qué era lo que le gustaba tanto del chico, nunca lo pudo terminar de entender. Sólo sabía que le hacía sentir cosas cada vez que lo veía, como si su mente se fritara y sus pensamientos no se pudieran conectar adecuadamente. Le encantaba. Se sentía vivo.

Cada vez que este tocaba la guitarra en el escenario, Gerard quería estar a su lado, acompañándolo. Cuando sus oscuros pensamientos intentaban tomar control sobre él, solo tenía que escuchar la voz de Iero para calmarse. Frank era mejor que cualquier prozac que le pudieran recetar.

Si tuviera que definirlo, diría que Iero es un ser muy puro. Es decir, sí, estaba lleno de piercing y tatuajes, lo cual te haría pensar que estaba en una clase de pandilla o que robaba autos, pero su mente estaba atestada de buenos pensamientos. Su mayor deseo era que todas las personas sean felices, a pesar de que él mismo no lo era tanto. Sabía que si pudiera renunciar a su propia felicidad para dársela a otros, Iero lo haría sin titubear.

Le gustaba dibujar a Frank. Tenía que mezclar miles y miles de pinturas para lograr tener la pigmentación adecuada de sus ojos, pero lo hacía igual. Desde el momento en que lo vio, el guitarrista había sido arte y lo más justo que podía hacer era intentar plasmarlo en una verdadera obra.

Prozac y avellanas -Frerard-Where stories live. Discover now