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Octubre 14, 2017.

R A C H E L P R I C E.

Mis pies duelen pero no podría quejarme en serio jamás. Es sábado por la noche y el roast, el lugar en el que trabajo desde hace un año, está repleto de jugadores de fútbol americano de la universidad principal celebrando el juego ganado de hoy.

Con el ruido de sus risas y el sonido de las botellas de cerveza chocando entre sí, mezclándose con la repetición del juego en la pantalla, le dan un toquen más moderno al lugar; contrarrestándolo con estilo retro del roast con el que definitivamente estos chicos no combinan.

Pero así es el roast. Es simplemente un lugar, las personas en él son lo que vale la pena. Y el ambiente aquí es genial.

Esta mañana, después del inconveniente con el chico, me he dedicado a ponerme los audífonos y recoger un poco. Lo acepto, si estaba un poco desordenado. Una canción de Kurt Cobain se ha pegado a mi en todo el día, y justo ahora tarareo la canción mientras camino de regreso al mostrador por la siguiente orden.

—Estoy agotada por hoy, Sam.

Ella, detrás del mostrador, me sonríe empática a lo que digo.

—Lo sé, Rae. Es la tercera vez que te escucho decirlo por aquí.

Bufo. Bien, dije que no podría quejarme enserio, pero algunas cuantas veces falsas si son posibles. Después de la noche de ayer venir a trabajar puede agotarte rápidamente.

—Bien —alzo mis manos en señal de rendición—, he entendido Sam, ya no lo diré más, únicamente porque mi punto ha quedado claro.

Me regala una sonrisa burlona por mi dramatismo y suelto una pequeña carcajada. Me doy la vuelta para seguir trabajando cuando una voz conocida entra a mis oídos. ¿Es la voz que creo oír?

Mi risa se detiene y mi  boca se abre en sorprenda inmediatamente. Camino a paso rápido hasta estar parada detrás.

—¿Qué haces aquí? Creí que llegarías pasado mañana.

Detiene su conversación con Olivia, una de las otras camareras del roast y se gira a mi divertida—Hola Rae, también te extrañé.

Si fuera una de esas "chicas" quizás gritaría, pero en su lugar le doy un ligero golpe en el brazo y la atraigo hacia mi en un profundo abrazo.

—Idiota. Debiste avisarme, hubiese pasado por ti.

Ella suelta una risita y sus brazos también me rodean. Se siente como en casa.

—No lo necesitaba. Estoy aquí ya.

Me alejo un poco sin soltarla. Está aquí luciendo tan perfecta como siempre, con su pequeña cara y facciones finas, su cabello rubio —no platinado, más bien un brillante y cálido amarillo—, y sus ojos intensamente verdes.

—De verdad te extrañé, Mel.

—Solo fue una semana, no seas exagerada.

—¡Ey!, tu no tuviste que lidiar con el rubio durante una semana. No paraba de quejarse de tu ausencia.

Ella ríe dulcemente —. También lo extrañé.

¿Quieres ser mía?Where stories live. Discover now