S i e t e

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Octubre 22, 2017.

R A C H E L P R I C E.

—Te diré algo, salgamos de aquí —propongo a sus espaldas.

Su sonrisa cómplice es todo lo que necesito como aprobación.

Su amigo le llama.
—Te veré entonces.

Ha regresado al escenario y sus facciones parecen tener más luz, e internamente, el orgullo por ser yo la que lo provoca, se esconde.

Después de unos minutos, Melanie vuelve a mi lado.

—Mel, necesitaré que me prestes tus mayas esta noche.

—¿Perdona?

[...]

Bajo de su motocicleta y una vez quitado el casco, permito que la fresca brisa pase por mi.

—¿Dónde estamos?

—Es un pequeño lugar que encontré por ahí.

Si voz parece ocultar algo, pero omito el interés.

Asiento. Sigo su rastro cuando ha empezado a caminar.

Un vasto pasto verde cubre todo el suelo; distintas flores recorren cada tanto en el tramo. Alguien ha cuidado con sumo esmero éste lugar.

—¿Qué hacemos aquí? —casi susurro. El lugar parece han abandonado a pesar de resplandecer externamente.

—Por aquí —camina un poco más hasta llegar a un pequeño kiosco rodeado de un velo color rosa claro.

Sigo sus pasos, ante el velo para mi y entro al interior. Es extrañamente más acogedor de lo que esperaba. Me siento y me apoyo sobre la mesa redonda en el centro.

El velo cae difuminando el exterior, aislándonos de la luz.

No está del todo oscuro y eso me agrada; sus facciones frente a mi reflejan una sombra agradable.

—Me gusta el lugar —apunto.
Se sienta frente a mi y somos bañados por la tenue luz de la linterna sobre nosotros.

—Y entonces... —hablo.

Sonríe, de su lado saca una caja y hace una mirada seductora:— Hora de comer.

—¿Pizza? —no me quejo, sin embargo, es una elección un tanto peculiar.

—¿Qué mejor que pizza? —contraataca.

Encojo mis hombros—. ¿Porqué no?

Pone la caja encima y tomo un pedazo de ella, después de masticar pregunto:— ¿Y entonces? ¿Cuál es la razón de que estamos aquí a las... horas que sean, de la madrugada, comiendo pizza?

—¿Porqué debe de haber una razón para todo? —responde despectivamente.

—Porque siempre la hay —me encojo de hombros— si no, ¿porqué haríamos las cosas?

—Por el simple hecho de hacerlas. Son decisiones solamente, ojiazul.

—Eiden —miro sus los ojos detenidamente, un destello brilla entre el mar de éstos—, estamos hechos de las decisiones que tomamos.

Se ha quedado sin habla, paso una mano por mi cabello antes de proseguir.

—La razón de hacerlo, es lo que buscamos que nos conforme.

La comisura de su labio se ladea y ahora ese destello se ha expandido por toda su pupila.

Sostengo su mirada. He olvidado la idea cuando sus ojos me han mirado de esa forma.

Pero en cuestión de dos segundos, lo tengo frente a mí sosteniendo mis mejillas y estampado su boca con la mía.

Mis ojos abiertos pueden ver como los suyos se cierran y como sus pestañas se mueven ligeramente sobre su rostro. Puedo ver la expresión relajada de su rostro, y justo en ese momento, sus ojos vuelven a abrirse.

Me separo por la inercia que la risa provoca en mi.

—Este, sin duda, ha sido el beso más raro de mi vida —digo entre risas.

Él se reúne a mis risas.

El ambiente se ha dulcificado, y cuando las risas paran, creo —al menos—, que los dos compartimos el sentimiento de paz dentro de nosotros.

—Deberías ver esto.

Toma mi mano y me lleva con él.

Un árbol grande se extiende frente a mi, pequeñas flores amarillas adornan sus hojas. Tiras de luces rodean su tronco.

Mis ojos se han quedado estancados en la brillosa luz que desprende.

—Guau.

A pasos cortos, como si tuviera miedo de ahuyentarlo, me acerco y con mis dedos sigo el camino de luces.

Pienso en decirle que es hermoso, pero mis palabras mueren en mis labios cuando vuelvo la vista.

Él... luce tan pacifico, y a la vez tan atormentado.  Observa el árbol con una intensidad magnífica que el letrero de no interrumpir aparece como advertencia.

Me empapo de su expresión, dejándolo en su tempestad por un momento, me doy la libertad para recorrer con mis ojos los pequeños detalles de su rostro; la ligera curva de su nariz, la casi invisible peca en su cuello, los ligeros toques de negro en su iris, la forma en la que sus labios parece brillar, y la manera en la que su flequillo se mueve tan poco perceptible por el viento.

Supongo que ese día vi una parte de él que sería su destrucción, dejándome atrás, absorbiéndome cada célula de su cuerpo. Supongo que en ese momento mis labios debieron de abandonar la pregunta que murió en ellos; sólo que en ese instante yo no lo sabía, y pienso, que de haberlo hecho, aún así no hubiese hecho nada más que esperar.

¿Quieres ser mía?Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ