T r e i n t a y u n o

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Enero 13, 2018.

R A C H E L   P R I C E.

—Emma te queremos muchísimo, ¿lo sabes no?

Ella asintió, feliz—. También los quiero muchísimo.

El tiempo había terminado, nos lo habían dicho.

—Adiós —susurró Eiden con la voz entrecortada.

Ella estiró su mano y la movió como minutos antes, su pequeña sonrisa no se borró hasta que la pantalla se puso en negro y su imagen desapareció.

Entonces mientras yo estaba en shock, ambos suspiraron de frustración y Eiden escondió su cabeza en sus manos apoyando sus codos en sus rodillas.

—Si me permiten —giré la vista hacia su padre, quien se levantaba del sofá—, necesito estar a solas.

Asentí en comprensión.
—Un gusto conocerte, Rachel.

—Igualmente —después de eso, se dirigió escaleras arriba y me quedé a solas con Eiden.

Me recosté sobre su hombro intentando transmitirle mi calor, el cual sinceramente no era mucho, pues me había congelado después de enterarme de la verdad.

Sentí el movimiento de Eiden al levantar la cabeza y me alejé. Me regaló una pequeña sonrisa.

—Le has caído bien.

Y me rompió que me dijera eso, pero asentí.

—Es una niña muy linda.

Él concordó.

—Quería conocerte... por lo que le había contado sobre ti —explicó.

Yo volví a asentir, ensimismada, pero traté de sonar del todo sincera cuando volví a hablar:
—Gracias por confiarme esto, Eiden —volví a alcanzar su mano que ante la sorpresa había soltado y la apreté.

Me dedicó una fina sonrisa. Así que esperé un poco mientras el silencio reinaba en la habitación hasta que me atreví:

—Eiden... —indecisa y todavía con la cabeza dándome vueltas comencé a hablar—, ¿qué le sucedió a Emma?

Su cabeza salió de entre sus brazos y me observó. Con las lágrimas sin derramar entre los ojos y con un rostro decaído.

—Mi madre.

Fueron sólo esas dos palabras las que salieron de su boca, en un tono totalmente agrio.

Se talló los ojos intentando limpiar esas lágrimas que amenazaban con salir, y entonces decidió acostarse en el sofá y pidió mi permiso antes de apoyar su cabeza en mis piernas. Desde ahí sus ojos llenos de un puro dolor se fijaron en mí.

—Mi madre solía tener algunos vicios —comenzó—, solía fumar, beber, lo hacía en presencia de Emma —cerró los ojos un momento—. Mi padre trató de llevarla a rehabilitación, pero ella se rehúso. Yo prefería que no estuviera cerca de Emma, pero esa vez no... no hice nada —tragó de nuevo—, estaba en la universidad terminando un proyecto, y mi padre estaba trabajando. La dejamos sola con ella.

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