D i e c i n u e v e

4.1K 317 105
                                    

Noviembre 24, 2017.

R A C H E L   P R I C E.

Trago duro y hago lo primero que me viene en mente hacer: irme de ahí.

Me volteo sin decir palabra alguna y camino hasta el ascensor. Creo que mis falta de palabras lo han dejado inmovilizado porque cuando alcanza a reaccionar, el elevador ya ha cerrado sus puertas.

Así que dejo caer mi cabeza contra la pared metálica, esperando el momento de que la puerta vuelva a abrirse para poder ir hasta mi apartamento, encerrarme y gritar muy fuerte.

¿Qué rayos hace él aquí?, ¿qué rayos dijo?, ¿y qué rayos se supone que debía hacer?

Oigo el timbre del elevador sonar y levanto mi cabeza. Si me sincerara conmigo misma, diría que una parte de mi esperaba verlo ahí, pero cuando salgo no hay nada. Sólo un vacío. Suspiro. Así todo será mejor y podré ir a tirarme al colchón. Frunzo el ceño y niego con la cabeza para alejar los pensamientos.

Camino hasta mi entrada y tengo que admitir que el hecho de que esté ahí, parado a unos metros de mi puerta viendo hacia mi dirección, causa estragos contradictorios en mi cabeza que no quiero pero debo enfrentar.

—Por favor —las palabras salen antes de que mi dignidad reaccione. Él hace una mueca e intenta acercarse a mi.

Yo bloqueo su paso y me doy la vuelta quedando de frente, esperando poder entrar a mi apartamento.

—Rachel...

Esto sin duda no va a funcionar. Así que desvío mi mirada hacia el ascensor y corro algunos pasos hasta allí pero cuando él me adelanta cambio de dirección de regreso a la puerta.

Mis manos tocan la perilla, pero sólo eso, un roce. Unas manos atrapan mi cintura y me empujan hacia un cuerpo.

Me quedo estática y no hago intento de separarme. Escucho su respiración acelerada y los latidos de su corazón justo atrás del mío.

—No te entiendo.

Mi voz ha sido apenas un susurro, pero él se tensa.

—No necesitas hacerlo —su cabeza se apoya en mi coronilla—, sólo necesito que me aceptes de nuevo.

—Pides mucho.

Él emite una risa seca—. Lo sé, pequeña.

Me volteo entre sus brazos y ésta vez observo plenamente sus ojos.

—Pero no puedes pedir eso, porque nunca te acepté.

Hace una mueca.

—Rachel...

—Nunca fuimos nada más que un capítulo en nuestras vidas, ¿no es así?

Y simplemente no puede negarlo, porque es la verdad.

El dorso de su mano acaricia mi mejilla.

—Sólo que yo no quería que escribiéramos un sólo capítulo, ojiazul.

—Y yo no sé qué querría, porque no me diste tiempo de averiguarlo.

No puedo sentir nada preciso en éste momento, pues no tengo la menor idea de quién soy en éste momento.

Ahora sostiene con las dos manos mi cara, y sus ojos me observan con una intensa tormenta en ellos.

—Quiero que lo averigües.

—Pero ya no tengo nada que averiguar, Eiden.

Pareciese que mis palabras le duelen, pero sigue firme, sus ojos no se despegan un segundo de los míos.

—Entonces quiero que lo descubras, Rachel.

—Dame una razón para hacerlo.

Su silencio se hace presente, en sus ojos se libra una batalla de la que no soy capaz de entender.

—Sólo me das razones para no hacerlo —susurro.

Y eso es todo lo que necesito para librar mi parte de la batalla y alejarme de sus brazos. Le doy una ultima mirada y voy hasta mi puerta. Él no dice nada cuando saco las llaves y tampoco lo hace cuando entro ahí, y dejo de verlo cuando cierro la puerta.

Una vez dentro hago algo que no quería hacer pero que tampoco contengo: suelto un gruñido y paso mis manos por mi rostro.

Necesito calmarme un poco. Necesito un vaso de agua. Eso hago. Lo sirvo y trato de no tomarlo de golpe.

A medio vaso mi mirada se dirige a la puerta cuando ésta se abre de golpe. Su mirada me busca impaciente hasta que para en donde estoy, parece decidido y nervioso. Deja caer la tensión de sus hombros con un sonoro suspiro.

—Tengo una hermana. O... tenía.

Su confesión me toma por sorpresa. Dudo en preguntar mientras me acerco cautelosa hacia allá.

—¿Ella... murió hace poco?

Sus ojos se abren y rápidamente niega con la cabeza.

—No, no, no... ella no está muerta.

Exhalo el aire que contenía.

—¿Qué ocurrió con ella?

—Se la llevaron.

Sus palabras son pesadas, cargadas de un profundo dolor que sus ojos no alcanzan a ocultar, los cierra. Reduzco la distancia que nos separaba con pasos lentos. Temo seguir hablando, y no sé con certeza que debería decir, así que lo abrazo y recargo mi cabeza en su pecho. Espero el ritmo en el que decida contármelo.

—No sé cómo decírtelo, no le he contado ésta historia a nadie más que a un juez.

Su voz suena estrangulada, ahogada. Sus palabras me alertan y me hacen pensar tantas cosas. No sé cuándo ocurrió eso, así como tampoco sé mucho sobre ella, y sobretodo desconozco la situación. Sólo sé que parece destrozado, y se ha mostrado ante mi así. Así que tengo por seguro una cosa: sé que no quiero dejarlo solo, eso lo sé.

—No lo hagas. No voy a presionarte.

Sus ojos me buscan—. Quiero hacerlo...

Pongo mi dedo sobre su boca y ahora mi mano es la que se posa en su mejilla.

—No voy a presionarte —repito—, vamos a hacerlo lentamente.

Él no necesita recibir ésta clase de golpe después de una batalla. Yo lo sé. Ahoga un sollozo y sus brazos me rodean, su cara se esconde en el hueco mi cuello.

Justo en ese momento sabía que lo que viniese a continuación sería duro, pero estaba dispuesta a enfrentarlo, sea cual fuese el final.

¿Quieres ser mía?Where stories live. Discover now