T r e i n t a y t r e s

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Febrero 16, 2018.

R A C H E L P R I C E.

Esa noche Eiden llegó con una sonrisa en su rostro que me recibió apenas abrí la puerta de mi departamento.

Le sonreí de vuelta y me apoyé en la puerta—. ¿Que haces aquí?

—Quería pasar un rato juntos... —levantó unas bolsas que seguramente traía comida y entró. Reí y cerré la puerta.

Caminó hasta llegar al salón  y como si fuera su casa fue y colocó un disco en el estéreo y se volteó hacia a mi. Chet Faker no tardó mucho en escucharse.

Me dedicó una sonrisa risueña indicándome con gestos que me acercara a él. Así que eso hice, sus manos se posaron en mi cintura pegándome a su pecho y sus labios no tardaron en trazar su camino a mi boca. Sonreí en el acto, pues el roce de sus labios siempre enviaba corrientes eléctricas a cada parte de mi cuerpo.

Entonces se separó y sus ojos quedaron a la altura de los míos.

—¿Bailaría esta pieza conmigo, my lady?

En ese momento admití una cosa en mi cabeza: me sentía como una chica enamorada.

Ese pensamiento hizo que el mundo se detuviera un instante para mi, pero cuando mis ojos se alzaron y captaron los de Eiden, ahí esperándome, el mundo comenzó a girar otra vez.

Estiré mi mano y lo dejé sostenerme, pero, sin saberlo, también le estaba permitiendo sostener cada parte de lo que era; hasta mi propio corazón.

—Por supuesto —susurré.

Su mano se aferró mas a mi cintura y yo descansé mi cabeza en su pecho mientras nos movíamos por el salón en un lento vaivén, justo como lo que éramos: dos chicos probablemente perdidos.

Chet Faker cantaba de fondo, y nosotros bailábamos ahí, como si no tuviésemos ninguna preocupación en el mundo.

Necesitaba escuchar a una mujer que pueda tratar mi corazón —cantó.

Tal como él había dicho, la música era el comienzo.

Levanté la cabeza y fui de nuevo en busca de sus labios, traté de transmitirle aquella nueva verdad que acababa de descubrir.

Sonreí con su toque y sin darme cuenta había retrocedido unos pasos hasta que la parte trasera de mis piernas chocó con el sofá, haciéndonos caer y romper el beso.

No pude evitar soltar una carcajada mientras me deslizaba hacia el piso con Eiden a mi lado en la misma situación.

Lo tomé por la nuca y acerqué sus labios en un suave desliz que no tenía intención de llegar más allá.

Después sonreímos porque estábamos viviendo ese momento de paz, sólo nosotros dos siendo nosotros mismos después de tanto tiempo, y entonces, el caos se desató.

Cabello rubio notoriamente tintado, cual probablemente antes había sido oscuro

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Cabello rubio notoriamente tintado, cual probablemente antes había sido oscuro. Ojos verdes y grandes que habían perdido su brillo. La piel parecía arrugada, como si los años hubiesen hecho efecto en su antigua belleza, pero no era así. Mantenía un porte digno de su hipocresía mientras entraba en una desconocido —para ella— vecindario. Esa no era su casa, ellos no deberían estar aquí, deberían estar todos juntos en su casa en Connecticut, pensó.

El tacón resonaba en el piso en su camino hasta la puerta, y tocó. Era una casa sencilla, se mezclaba con las demás, de un café claro, modesta, justo como había pensado que sería. Esperó mientras el hombre iba hacia la puerta, hacia frío aquella noche así que se ajustó más el abrigo que llevaba.

Y entonces lo vió: después de poco más de dos años. Tenía la misma apariencia de cuando estaban juntos, la misma apariencia que había heredado a su hijo, su pequeño hijo que ya no era tan pequeño.

—Elise... ¿qué haces aquí?

Lucía una expresión atormentada, no podía creer que la mujer que había arruinado la vida de sus hijos, y la suya, estuviese ahí frente a él, como si tuviera derecho alguno.

—Vengo a ofrecerte un trato.

La cara del hombre se transformó en una totalmente indignada, rojo de la furia y el asco que ahora le producía esa mujer que un día amó.

—Lárgate.

Trató de cerrar la puerta pero ella ya la había empujado y entrado.

Era un hombre débil: había vivido más de cincuenta años, ya no era el mismo hombre viril que había sido antes. Estaba cansado de luchar. Las canas comenzaban a salirle y sus ojos comenzaban a apagarse.

—Escúchame —habló la mujer—, si luego decides que me vaya, lo haré.

Ésta le dió la espalda mientras observaba a su alrededor. Le gustaba la casa, no era tan grande como lo había sido la anterior pero quizás se lo pensaría, podrían vivir aquí. Le dió nuevamente la cara.

—Quiero que volvamos a ser una familia.

Él suspiro, deseando que todo fuera diferente—. Ni hablar.

La mujer frunció el entrecejo ante el poco tacto que su esposo había tenido. Enderezó su postura.

—Damián, sé que lo que hice estuvo mal, pero fue un accidente, tienen que perdonarme.

Le dolía la cabeza, comenzaba a sentir fuertes pulsaciones, eran parte de la migraña que había tenido estos últimos meses desde que se había enterado del juicio que su ex mujer les estaba haciendo enfrentar.

—Elise, ni Emma ni Eiden quieren saber más de ti.

La mujer estaba furiosa.

—Eiden vino a verme hace un mes.

Aquello provocó la sorpresa del hombre que abrió los ojos todo lo posible: ¿qué había hecho su hijo? Suponía lo difícil que habría sido para él volver a verla.

—Déjalos en paz —dió un paso hacia delante y un brillante punto de luz apareció en la esquina de su retícula. Se detuvo por un momento sintiendo el mareo presentarse, pero aún así continuó; agarró a la mujer del brazo y la arrastró hasta la entrada.

—Damián, eres un hombre inteligente, deberías saber que no te conviene hacer eso.

—Es mejor que te vayas, Elise.

Damián abrió la puerta para echarla, pero ella se soltó y le dedicó una mirada ferviente de ira.

—Si no vienen todos juntos, vendrán ellos dos solos entonces.

Y se fue, dispuesta a cumplir su palabra sin saber qué sería la causante de otra destrucción más.

El padre agotado en alma y cuerpo subió las escaleras hasta su habitación.

¿Ahora qué harían?, ¿cuál sería el siguiente paso de su ex mujer?, ¿de verdad habría posibilidad de ganarle en el juicio?

Deseaba de todo corazón que las cosas fueran más fáciles para sus hijos, sin tener que soportar todo aquello. Sin que su pequeña hija tuviera que aparentar más ser fuerte, y sin que su muchacho tuviera que seguir peleando sus batallas.

Con esos pensamientos, se acostó en la cama, —queriendo olvidar todo y dejarlo atrás—, donde no volvió a abrir los ojos.

¿Quieres ser mía?Where stories live. Discover now