El celular

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Desenredo mis audífonos sentada en el vagón del metro, rodeada de personas desconocidas y algunos rostros familiares a los que ya le tengo nombre e historia ficticia para matar el aburrimiento del viaje.

A mi lado una estudiante va leyendo un libro llamado La hermana de Johana, que salió hace poco a la venta en la ciudad. Desde el otro lado, creo que el sujeto de la capucha está durmiendo la siesta. Desde hace tiempo que no lo veía por aquí, en el vagón.

Debo hacer un énfasis la palabra «veía», porque no hay que ser un genio para darse cuenta de que se oculta del mundo. Hoy no es la excepción: está de brazos cruzados, casi echado sobre el asiento, su capucha cubre prácticamente todo su rostro y solo se le puede ver una sombra oscura. Desde que me senté no se ha movido, así que deduzco que duerme.

Suelto un suspiro procurando que mis movimientos no lo molesten. Necesito suplir este viaje escuchando música porque de lo contrario se me torna aburrido.

Como siempre voy camino hacia el hospital para visitar a Nano, relatarle de mis aburridos días.

Cada minuto, cada hora que pasa yo...

—Disculpa —murmura con voz rasposa.

La cabeza del encapuchado ha caído sobre mi hombro. Me tenso de tal forma que mi espalda es recta. De reojo lo noto acomodar su capucha negra y luego levantarse.

Tal vez el que no haya respondido lo espantó.

No, se ha levantado para bajarse.

«No fue problema», pienso para mis adentros, mirando el hueco que ha dejado.

Eso no es todo lo que dejó, su celular está allí.

Lo agarro antes de que un universitario de aspecto hippie se siente. Antes de que las puertas cierren salgo en su persecución.

Lo veo subiendo las escaleras entre la muchedumbre que no presta atención a su alrededor. No le quito los ojos de encima, aunque me es dificultoso. En la distancia, a una altura, lo veo escudriñar sus bolsillos y girarse en dirección al metro.

Dudo mucho que pueda fijarse en mí con tantas personas y mi penosa estatura, así que elevo mi brazo con el celular en mi mano, para comenzar a sacudirlo. Con la cabeza gacha, el encapuchado baja las escaleras y yo me dirijo hacia él.

—Lo siento —musita una vez que le regreso el bendito celular.

—Descuida.

Sonrío. Me hace gracia su esmero por ocultar algo que no puede ser ocultado. Tarde o temprano esa marca se verá, así como yo la veo ahora.

—Perdón —vuelve a farfullar—, por mi culpa perdiste el...

—Mi destino no está tan lejos —miento—. Además, caminar hace bien.

Noto que abre sus labios, pero se detiene.

—Bueno... —No sé qué decir—, creo que tendrás que guardar el celular en otro bolsillo.

Es oficial: la capacitación para el call center no rinde muchos frutos si de socializar cara a cara se refiere.


***


De regreso a casa, la noche se vuelve mucho más oscura que antes. Particularmente hoy tuve que salir del call center más tarde que de costumbre. Es pasada la medianoche y todos en sus casas deben estar viendo el partido.

Genial, tendré el vagón del metro para mí sola.

Aunque estando así de sola no parece muy buena idea entrar a un vagón sin tener conocimiento en karate... o gas pimienta.

Pero qué rayos, ya bajé las escaleras y no me tomaré la molestia de subirlas. No importa cuántas horas esté sentada, mis piernas se agotan de todas formas, se adormecen, se sienten tan pesadas...

Paso la tarjeta y continúo bajando más escaleras para llegar al final de la estación. El tren no debe tardar mucho, así que prefiero esperarlo de pie.

Ajusto el cordel del bolso a mi hombro en cuanto veo a dos sujetos bajar a la desierta estación. Mis sensores se activan como los de un animal, atenta a cada uno de sus movimientos. Escucho las carcajadas a mi espalda, los pasos, las botellas chocando entre sí.

Comienzo a inquietarme destapándome en ruegos para que nada malo ocurra.

Espero el momento indicado, ese instante perfecto para empezar a correr, aunque esté sobre unos tacones molestos que estrujan mis pies. No importa, lo que importa es esperar.

Esperar a que el momento llegue.

Nada. Los sujetos se alejan hablando fuerte y claro, con sus botellas siendo batidas en sus manos.

La presión desaparece, mas vuelve al instante al oír más pasos.

No me giro esta vez, sino que opto por hacer algo más. Busco mi celular para marcar a Thomas mientras los pasos se detienen a una distancia prudente de mí.

Quiero escucharle para calmar este miedo errático.

Una vez que consigo dar con su contacto, marco.

La melodía repetitiva de un celular cercano logra oírse por toda la estación, es un sonido que está más cerca de lo que pensé.

Con el corazón haciendo una protesta en mi pecho sobre el derecho que tiene a salir de aquellas rejas que denominamos tórax, me giro en busca del sonido cercano; la melodía que sonó segundo después de haber marcado.

A varios pasos de mí, el encapuchado está con el celular en su mano, plasmando el horror en su sombrío rostro.

La voz no sale de mí, solo me limito a finalizar la llamada cuando él corta, entonces vuelvo a llamar. Necesito saber que no es una simple coincidencia.

El melodioso sonido vuelve a sonar.

Es él.

Mi última señal ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora