Tempestad

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—¿Estás bien?

Martha enseña su rostro abstraído en mi campo visual. Pestañeo un par de veces reponiéndome del viaje amargo que presentaron mis pensamientos.

—Sí, sí.

—¿Entonces por qué estás aquí?

Suelto un escuálido suspiro buscando distraerme con la decoración de la mesilla.

—No lo sé —respondo—, solo vine y ya.

—Si pediste una cita conmigo no fue para venir a mirar mis adornos.

La miro detenidamente, infeliz de su perspicacia e insistencia. Me acomodo en el sofá apoyando la espalda en el respaldo y busco que mis piernas se flexionen para abrazarlas.

—Encontré trabajo.

—Perfecto, eso ayuda para distraerte.

—Lo sé, estoy conociendo personas buenas.

Ladea su cabeza buscando esa palabra que siempre necesita aparecer cuando le cuento a Martha mis vivencias.

—¿Pero? ¿Está ocurriendo de nuevo?

—No —niego con vehemencia—. No está pasando.

—¿Qué ocurre entonces?

¿Cómo empezar? Me silencio buscando la manera más simple de contarle lo de Thomas.

—Te daré un ejemplo de lo extraña que es mi vida. O mejor, me limitaré a preguntarte qué harías tú en mi lugar. Cierra tus ojos y amplía tu mente...

Una sonrisa burlona e incrédula se presenta en su rostro.

—Solo hazlo, cierra tus ojos —ordeno. Martha obedece con un dejo de impaciencia—. Bien. Es tu primer día en un centro de atención telefónica. Tu trabajo trata de tener que hacer las tan molestas llamadas ofreciendo promociones y pack para ahorrar dinero al comprador; ya sabes, esas que son tan inoportunas y cortas apenas escuchas a la emisora. ¿Bien?

Alza sus cejas y asiente.

—Tú tienes que seguir una pauta, un guion y nada más. Pero... ¿qué pasa cuando llamas a un hombre que pretende suicidarse?

Conozco la respuesta que dará. Martha es una psicóloga, no dejaría que alguien se tirase de un piso, buscaría la mejor forma de indagar en su mente y decirle que no lo haga. Creo que es razonable, cualquier ser humano con un grado de empatía y altruismo caería bajo tal responsabilidad.

—Le diría que no lo haga.

—Exacto —digo entusiasta provocando que abra los ojos otra vez—. Ahora dime: ¿qué harías si esa persona pudo salvar a tu ser querido de una calamidad?

—¿Qué?

Vuelvo a abrazar mis piernas. Oculto mi cabeza en el hueco de mi cuerpo flexionado, tras mis piernas, en un pequeño espacio sombrío solo para resguardarme de su mirada.

—Él estuvo ahí, en el edificio. Los escuchó morir, los escuchó gritar pidiendo auxilio. Tiene quemaduras del incendio y... y se siente culpable por no salvarlos.

—Ross...

—Yo... ¿cómo podría hablarle otra vez?

—Ross...

—Se irá de mi lado, como Nano. Volverá al edificio y ya no tendrá un mañana.

—¡Ross!

El grito me trae de vuelta. Quito de mis mejillas las molestas lágrimas.

—Conserva la calma —dice dejando a un lado su libreta—. Toma un respiro.

¿Un respiro? Eso es lo que menos necesito ahora. Cuando Thomas se entere del monstruo que llevo dentro nunca más querrá hablarme, entonces perderé la empatía de alguien más, como lo hice con Nano cuando le confesé sobre mi extraña fascinación por el fuego, entonces todo se derrumbará para ambos.

Mi última señal ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora