Tacto

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¿Esto es la vida real? ¿O es solo un sueño?

Despierto encadenado a las sábanas y con Bohemian Rhapsody sonando desde mi celular. Queen tiene ese "algo" que anima las mañanas, tal cual lo dijo Ross.

Seguir su consejo me ha sentado bien.

Por ahora.

Trato de disuadir mis pensamientos infectos por distracciones que merezcan la pena. Me entretengo en alguna cosa lo bastante interesante que me mantenga ocupado. Centro mis pensamientos en la búsqueda de mi amarre, lo que me ate a la vida. Cada ápice de bienestar es un paso que voy dando.

Anoche, de regreso a casa, tuve la vaga idea de hacerme un corte de cabello y asistir al gimnasio. También pensé en retomar mi viejo oficio, mas descarté la idea al segundo.

Y por consecuencia, descarté el pensamiento sucesivo a ese.

No puedo hacerlo, no ahora.

Confieso que no descarto la idea de decirle a Ross con quien está tratando, qué pasó, pero sigo atándome a ella. La sensación de familiaridad que siento junto a ella es reconfortante. Adictiva.

Creo que soy adicto a sus palabras, sus sonrisas, sus miradas buscando la mía.

Cada segundo que pasa ella se complementa más a mi mundo.

Ya no caben dudas de lo que es.

Mi última señal.

¿Qué pasará cuando salga el tema de mi quemadura? ¿Qué ocurrirá cuando le mencione que estuve presente el día del incendio? ¿Qué dirá una vez le confiese mis crímenes?

Siempre tomo la ruta larga para evitar el edificio con el séptimo piso oscuro y vacío. Huyo de los gritos que me atormentan, del calor enloquecedor, de la falta de aire, de la sensación palpable de sentirse acorralado por las llamas.

Es...

—Buenos días, Thomas. Oh, espera... ¿te he despertado?

—Hola, Ross. No, apenas me levanto.

—Ayer te dejé un mensaje para cerciorarme que llegaste sano y salvo a casa. Ya sabes, las calles son peligrosas.

Volví a casa muerto de cansancio; llegué y me tiré en la cama.

—Lo iba a responder en un rato, anoche estaba agotado.

—Uh, no debiste llevarme al edificio entonces.

De hecho, ese es el camino corto, Ross.

—Tranquila, dije que me queda de paso y... ¿cómo era? ¿"Caminar hace bien"?

—Dios..., eso fue un desastre. Pero admite que tengo razón. Lo que quiero decir es que, andar caminando por la noche es peligroso, tanto para una mujer como para un hombre.

Sonrío.

—No tengo mucho que puedan quitarme.

—Sí, claro que tienes.


***


Ross y yo coincidimos siempre en el metro, creo que es la primera vez que la veo esperándolo. Luce tan radiante como de costumbre, perdida en sus propios asuntos sin percatarse que desde hace minutos la llevo observando.

Un sujeto alto se acerca a saludarla con un beso en la mejilla; ella le comienza a hablar.

Me siento como un acosador, pero no puedo desplegar mis ojos de ella. De su sonrisa, de sus muecas, de cómo habla con tanta facilidad al sujeto. ¿Cómo nos vemos mientras hablamos? ¿Ella lució así de apacible cuando me vio?

Es frustrante. Comienzo a introducirme en un perturbador juego de celos y romances adolescentes.

La voz que anuncia la llegada del metro me pone en alerta. Acomodo el gorro del saco que traigo encima y me preparo para entrar.

A las personas no les importa darme empujones una vez que me detengo frente a la puerta para elevar mi cabeza y visualizar a Ross, quien se despide del sujeto.

Me apresuro en entrar, pero termino siendo detenido por la aglomeración de personas que quieren lo mismo. Termino detrás de una señora que se voltea horrorizada de mi presencia. Escucho el sonido de las puertas cerrarse. Quejas, murmullos, miradas puestas en mí.

Decido girarme hacia las puertas del vagón, encontrando a Ross apoyando su espalda contra éstas. Un ápice de sorpresa se mece en su rostro al chocar con ella de casualidad. Los empujones van y vienen. Para no verme siendo comprimido en su contra, apoyo mis manos en la puerta, tensando hasta el más pequeño de mis músculos.

—Disculpa —musito en un intento de excusarme por la cercanía.

Mantengo mi perfil en alto. Si llevo a bajar la cabeza no soportaría.

—No te preocupes. Y buenos días.

—Buenos días —respondo comenzando a sofocarme—. ¿Vas al trabajo?

—Me toca turno en la mañana.

Sus palabras van directo a mi cuello y el cosquilleo en mi mollera indica que la capucha está por caer. Trato de acomodarla con una mano, pero es en vano.

—¿A dónde vas tú?

—También al trabajo.

Otro intento que no da resultados.

Me doy por vencido.

—Déjame ayudarte.

Ross se acomoda su bolso ajustándolo en su hombro, luego estira sus manos en mi dirección. Huyo del posible tacto que pueda hacer, mas choco contra alguien y desisto.

—Tranquilo, Thomas —pronuncia en voz baja al tocar el borde de la capucha y acomodarla sobre mi cabeza—. ¿Así?

Asiento en silencio obligándome a no recorrer su rostro más allá de sus ojos.

—Así está bien.

Mi última señal ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora