Capítulo 4: The Last Time

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Meredith.

—Debí meterte a la bañera primero y después darte el té —se queja Christine mientras prácticamente me arrastra por el oscuro y polvoriento pasillo—. O conseguir una silla de ruedas, aunque fuera una de esas de escritorio.

No tengo ni la más mínima idea de qué día es. Tampoco sé si es de día o de noche. Todo lo que sé es que paso la mayor parte del tiempo dormida, y que cuando estoy despierta todo mi cuerpo duele a horrores, tanto que ni siquiera puedo caminar sin perder el equilibrio, algo que recién voy descubriendo. Y a pesar de haber bebido un té que supuestamente aliviaría mi dolor, sigo sintiéndome igual que antes de tomarlo, así que no sé de qué se queja Christine.

Christine dice que el dolor es una de las consecuencias de la muerte, otra de ellas es la constante sensación de frío, y aunque sé que ella me seda para que no intente nada en su contra, una parte de mí le agradece que lo haga pues el dolor es más tolerable mientras duermo.

—Vamos, adentro —masculla, levantando una de mis desnudas piernas para meterme en la tina y mi piel se eriza al sentir la fría porcelana—. Calenté agua en una de esas ollas grandes, pero tardamos bastante en sacarte de esa fea cama y ya debe haberse entibiado. —Una vez mi cuerpo está dentro de la porcelana con manchas cafés en casi todas partes, ella se acuclilla y estira sus manos hacia los botones de la camisa de franela que llevo puesta—. No me veas así, Meredith, ¿quién crees que te puso esta ropa en primer lugar? —me dice con una sonrisa, desabotonando la camisa—. Además, necesitas urgente un baño.

Rodaría los ojos si supiera que hacerlo no me causaría una desagradable jaqueca.

Christine termina de desabotonarme la camisa y luego de sacar mis brazos de las enormes mangas la deja sobre el lavabo. Después, todavía en cuclillas, se arremanga las mangas de su suéter y acerca una olla grande a la tina, mete un cuenco de plástico rojo y cuando lo saca veo las gotitas de agua escurriéndose por éste antes de sentir el agua tibia sobre mi pecho. Me da todavía más frío en cuanto el agua cae de mi cuerpo a la tina. Christine vuelve echarme agua con ayuda del cuenco y suspira.

—Es una cicatriz muy desagradable la que dejó la espada del oni —musita echándome un poco de agua en el cabello—. Lamentablemente solo las brujas que manejan la magia negra pueden curarse a sí mismas, lo cual es un poco injusto porque son las malas y, además, tampoco les quedan cicatrices. Siempre he creído que las brujas blancas son las que deberían tener esos beneficios, sobre todo si son descendientes de las originales.

—Tú... ¿tú eres una? —pregunto con voz pastosa y en un murmuro.

Estoy tan débil y adolorida todo el tiempo que nunca puedo hablar con un tono de voz más alto que un simple susurro.

Christine mete la mano en una caja de cartón y de ella saca el empaque de una esponja de baño que no tarda en abrir. Cuando me mira sus ojos tienen ese brillo amable y dulce que de cierta forma me producen una sensación de paz.

—¿Una bruja de magia negra? No. Quiero decir, sé unos cuantos hechizos en latín y griego antiguo pero se requiere hacer algo verdaderamente malo para que el Gran Aquelarre te ponga en la lista negra.

—¿Gran Aquelarre?

Ella suelta una breve risita melódica, echando jabón líquido a la esponja de baño.

—Se me olvida que tú no sabes nada sobre tus orígenes. Ni de brujas en general. —Con la esponja empieza a enjabonar mi adolorido cuerpo—. Lo siento, pero necesito tallar un poco —masculla cuando hago una mueca, tallando mi clavícula con la esponja—. Como sea, el Gran Aquelarre es un grupo de brujas blancas que mantiene el orden y el control sobre la magia, blanca o negra —aclara—. Ellas deciden quién es de fiar y quién es un peligro, pero la decisión final siempre queda a manos de Lilith. Y créeme cuando te digo que ella es una maldita perra que merece arder en el infierno.

About Witches & Covens | AW&W: 3 | Teen WolfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora