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Esto era una broma pesada, ¿cierto? ¿Me están huebiando que el Alejandro estaba afuera de mi casa?

—¿Qué paso, hija? —me palmeo la espalda mi papá, mirándome con preocupación. La aceituna había saltado al plato de mi mamá. Menos mal no cacho.

Tragué saliva. Me paré de la mesa casi dando vuelta mi vaso de bebida. Puta, que era hueona.

—Nada. Es un compañero. Voy a ver que quiere —mentí a medias.

Cuando pasé por el lado de mi mamá, ella me miro con cara de: A mí no me vei la cara de hueona, cabra culia. No obstante, se quedó piola viéndome salir.

Cuando llegué a la puerta, me pasé los dedos por mi moño desordenado y acomodé el polerón extra grande que traía. Parecía una bolsa de papás, pero bueee.

Abrí la puerta. El Ale estaba allí. De espaldas a la reja, al parecer mirando su celular mientras me esperaba.

Exhale. Vestía unos jeans oscuros que se aferraban a ese culo rico que se gastaba y una camisa celeste. Oh, mierda. Como me calentaba ese estilo en los hombres. ¿Y a quién no? No era como ver a un flayte culiao con la bolsa de caca en los pantalones acompañada con la polera de algún equipo de fútbol.

—¿Alejandro? —llamé, una vez que llegué a la reja.

Afuera ya estaba atardeciendo, por lo tanto, solo algunos rayos de sol nos iluminaban. Probablemente eran las seis o siete de la tarde. El cabro se dio vuelta. Su pelo oscuro se agitó ante el movimiento.

—Hola, Tamara —saludo, metiendo su celular en el bolsillo de sus jeans ajustados.

Se acercó para darme un beso en la mejilla, pero retrocedí.

Pucha, que era como las hueas. Ni yo me soportaba.

Él suspiro ante mi accionar, sin embargo, permaneció frente a mí.

—¿Qué haci en mi casa, Alejandro? —interrogue, alzando la mirada. El hueón era muy alto.

—Quiero hablar contigo. Y antes de que pregunti me conseguí tu dirección con tu amigo.

Tomás re culiao. Le voy a sacar la cresta cuando lo vea.

Asentí.

—No tenemos nada que hablar nosotros dos. Las cosas quedaron bien claritas el otro día. No estoy para el huebeo de nadie. —aclaré.

El Ale sonrío casi con pesar.

—¿Por qué eres así, Tamara? ¿Por qué eres tan mala onda cuando solo intento conocerte? Quiero ser buena onda contigo, compartir hueas, pero siempre andai con tus malas vibras por delante y ese mal humor. No seai tan pesa. Alejas a las personas con esa actitud
—comentó, mirándome fijamente.

Lo que me dijo me emputecio. La sangre ardió en mis venas con potencia y el mal humor se hizo presente con el rojo de mis mejillas.

Era mi manera de ser, po hueón. Yo nunca fui una mina simpática, mucho menos sociable o una culia que ande 24/7 con la sonrisa corchetia en la cara. De alguna manera sabía que con mi actitud mala onda terminaba alejando a muchas personas, que gracias a mis caras de raja muchos no me transaban, pero eso siempre me importo un pico. Pero que en este instante me lo diga él de esa manera, hace que una parte de mi grité que tiene razón.

—Es mi forma de ser. Lamento que a ti no te guste —le hice saber, mirando el suelo. De nuevo soné pesa, ¿pero que le iba hacer?

Él río bajito.

—Contigo no se puede —negó.
—Vine a disculparme por la huea que paso el miércoles en el liceo. Sé que me comporté como un pendejo de básica, pero no lo pude evitar. El Carlos y yo siempre hemos tenido problemas, era de esperarse que esta huea pasará algún día. Pero en serio, lo siento. No quise que te sintierai mal o pasa a llevar.
—habló.

Su forma de decirlo logró que algo dentro de mí se ablandará. Quise ser más simpática con él, en serio que quise.

Ignorando el temblor en mis dedos ante lo que iba hacer, acerqué la mano derecha a la suya.

Cuando tomé su mano, él alzo la mirada con los ojos entero de grandes. Quise reírme, pero me contuve.

Puta, el hueón lindo.

—Mira, Ale. Sé que desde que te conocí he sido como las hueas contigo. Pero no es como si fuera mejor con las demás personas
—me reí. —Es como soy no más, po. —encogí los hombros, ante eso él sonrío. Las margaritas se le marcaron. —Aceptó tus disculpas. El Carlos también fue hueón.

Su mano se sentía caliente contra mi piel, y por un extraño motivo una explosión culia se hizo presente en mi vientre cuando él, con su pulgar hizo una caricia en mis nudillos.

A la mierda.

—¿Viste que podí ser simpática?
—sonrío de nuevo.

—Ah, culiao —negué, tirando lejos su mano.

Ambos soltamos una risa.

Luego, vino un silencio. Pero cuando sus ojos se alzaron de nuevo y se encontraron con los míos, fue la primera vez que me sentí entera de cohibida.

—Ven al carrete conmigo. —soltó, de la nada.

Mi cuello saltó como un resorte para mirarlo.

—¿Qué?

Él se acercó más. Me quede de piedra. Juraría que, si en ese momento me agarra, me caliento como tetera.

—Ven al carrete conmigo, cachetitos.

—No me gusta carretiar —le dije.

Él negó sonriendo.

Abúrrete de sonreír, conchetumare que me excito, ah no.

—No importa, hueón. Solo ven conmigo —pidió. —Por fa.

Me mordí el labio.

Hácelo, ahueona y cometelo de una vez para que se te quite la calentura, me dijo mi diablito malo.

Comparte con el chiquillo, sé más simpática pero no te pasi, po, me dijo mi angelito interno.

Ay, no sé. Weno si sé pero no te wa a decir.

—Tengo que tomar once, Ale. Mis viejos me están esperando hace rato.  —informé. Antes de asimilarlo lo agarré de los hombros, me puse de puntillas y le chanté un beso. Pero en la mejilla, sipo. —Pero lo voy a pensar.

Posteriormente sonreí. Cerré la reja y antes de entrar en la casa el ahueonao seguía ahí parado. Dijo:

—¿Te dai cuenta que acabai de decirme Ale, tú fuiste la que me dio un beso, y fuiste simpática? Te estoy ganando, cachetitos.

Le saqué el dedo de al medio.

—Ándate luego, culiao.

—Nos vemos, wachita rica.

Cuando llegué al comedor mis papás se habían comido casi toda la pizza, pero me dio la misma huea, la revolución de hormonas que tenía en ese momento me quito el hambre.

Después de un interrogatorio de parte de mi mamá y que le explicará que era solo un compañero ella me advirtió: Mejor dime las hueas ahora, Tamara. Si andai con las hueas escondidas te va a ir mal.

Yo solo le dije que no pasaba na' y me fui a mi pieza.

Me tiré sobre la cama.

¿En serio yo era tan mala onda?

Bueno, analizándolo bien. Era bien como el pico a veces. Incluso con el Tomy. Él siempre me hacia los gustos y cuando él me pedía algo yo lo hacía de mala gana.

Sí, definitivamente era como el pico.

Agarré mi celular. Abrí WhatsApp, busqué al Tomy e ignorando la voz maraca que me decía que lo hacía por mí y que igual era una mala amiga, escribí:

Ponte tu mejor pinta de maraca, porque te voy apañar a la caga de carrete.


















Adivinen quien está escribiendo en vez de estar estudiando para la prueba que tiene mañana… Si me saco un dos fue culpa de esta novela re culia, ah.

Ámenme. 

¡Hueón culiao, me rompiste el choro! #HCMREC 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora