⏳︎| 2. Borrones

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Digan presente: 


BAILEY VANDERY



Amar y follar eran una necesidad humana.

Lo descubrí muy temprano en la vida, y era fácil confundir una cosa con la otra. La gente solo te hablaba de que del odio al amor hay un solo paso, pero a veces se les olvida que del odio a la pasión el paso es incluso más corto, pero no menos arrollador. Amar y follar traen consigo algo que todos queremos sentir: pertenencia. Creer que pertenecemos a algo, o a alguien. El ser humano siempre necesitará raíces para sobrevivir, porque sino estaba propenso a secarse, morir.

Yo siempre quise sentir que pertenecía. No obstante, la posibilidad no se me había dado nunca, seguía sintiéndome como un barco a punto de naufragar, como un nómada sin tierra, sin donde posar su mejilla y descansar pensando que alguien más le cuidará.

Pertenecer era una necesidad en mi vida que necesitaba ser llenada, pero nada parecía ser demasiado grande para cumplir con ello. El vacío se sentía como tirarse de un acantilado pero nunca caer en el fondo del mar, quedándote con la sensación de asfixia pero sin morir. Me gustaría algún día caer en el acantilado, saber que se sentía cuando se cae, si es que acaso hay una casa ahí debajo y por eso tanta gente ha preferido quedarse hundido.

Quería una casa y no hablaba de cuatro paredes físicas. Quería un lugar donde ser yo, donde posar mi mejilla y saber que estaría cuidada. Quería dejar de ser un nómada, un barco a la deriva.

Quería tantas cosas, pero lo único que tenía eran mis manos y un arte que me mantenía despierta.

Dejé el carbón al lado del lienzo y suspiré de manera ruidosa, ahí estaban por millonésima vez, esos ojos tan oscuros como el alquitrán, mirándome como si fuesen a saltar en cualquier momento y engullirme en grandes bocados. Me enojé, tomé el lienzo y empecé a despedazarlo en miles de trozos, ¿por qué diablos no podía dibujar nada más? ¿Por qué sus ojos no salían de mi mente? ¿Por qué su maldita presencia me perseguía a todas partes?

¿Por qué había tenido que regresar? Volví a llorar. Ahora que sabía que se encontraba tras mi espalda pensarlo parecía una maldita canción dentro de mi cerebro. Había quemado mis malditos cuadros, había logrado que me despidieran de la universidad. Clarence solo tenía un fin: me quería de regreso en Greenwich.

—Alexa, repite la música —ordené al aparato en voz alta. La melodía volvió a empezar llenando el salón que utilizaba para pintar, sin embargo este estaba tan blanco como si mi arte no se desbordara dentro de el. Escondía todas mis obras, las destrozaba.

Hablaban por mí, y yo no quería que nadie supiera lo que pensaba. Siempre eran ojos, manos, momentos que se suponía que ya no dolían. Me hubiese gustado ser un artista normal, pero no lo era.

Cuando el lienzo estuvo en miles de pedazos, suspiré. Los secretos debían mantenerse siendo lo que eran, secretos.

Y Clarence Dominic lo era.

Tan ocupado en destruirse a sí mismo como para sentirse como una casa, tan fuera de orbita como para confiar en que podría cuidar de alguien. Clarence, el rey de los engaños, el que siempre ganaba en el tablero, el maldito hijo de puta que se desapareció luego de tomar mi virginidad. El animal hambriento que regresó para enamorarme, el desquiciado que destrozó mi confianza y se burló con los pedazos sangrantes que quedaron de mi corazón en el suelo.

Tenía siete años cuando Clarence y yo coincidimos por primera vez en una cena de gente adulta, me tiró del pelo y caí en un charco lleno de lodo. Ese día fue castigada por Julia por ponerla en ridículo, para entonces él ya había desaparecido.

El rey de las mentiras I  | [Trono Envenenado I ] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora