⏳︎| Que llore

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ESTE CUADERNO PERTENECE A CLARENCE DOMINIC.

Lloraba cuando la conocí.

Crecí disfrutando del sufrimiento de los demás, ¿por qué no? Hacerlo hacía que el sufrimiento propio menguara, entumecía, como una droga medica de esas que usaban para adormecer a un paciente. No obstante, su sufrimiento no me causaba ese sentimiento de satisfacción que solía producirme el de otros. Sus grandes ojos alargados estaban rojos y sus lágrimas rebosaban sus pequeñas mejillas, odié que lloraba, lo odié con todas mis fuerzas. ¿Pero, como sacas a otra persona de un letargo en donde has vivido toda tu vida? El dolor es lo único que conocía.

No me gustaba la compasión, mucho menos la lastima. Todos teníamos una cruz que cargar y siempre pensé que esta tenía el peso justo para mantenerte respirando. Claro, a veces quería soltarla, quería romperla en mil pedazos. La miseria me hacía preguntarme: ¿por qué dicho castigo divino? ¿Por qué yo de entre tanta gente con una cruz tan pesada y cruel?

Maldecía el día que nací en esta maldita tierra que arde y hace que todos lloren.

Una madre inestable y nunca presente, un padre sumergido en un hoyo que lo dejó irreconocible. Por la mañana todo lo que desayunaba era un puño contra mi rostro, por las noches todo lo que desayunaba era los gritos de dolor de mi madre.

Cuando creces enlodado lo único que te queda es hacerle caso a Pavlov y hacer que ese lodo te haga cosquillas en la panza.

Sabía su nombre. El nombre de la niña que odiaba que llorara.

Bailey Vandery.

Con su estúpido vestido blanco y azul pomposo y su cabello en dos coletas que la hacían parecer un jodido ángel, como si dichas criaturas pudieran ser humanas o mezclarse entre los humanos. ¿Por qué lloraba?

¿Acaso estaba enlodada como yo?

—No llores.

Sus ojos me buscaron en la oscuridad y un jadeo salió de su bonita boca.

—Déjame —soltó en una suplica entrecortada.

—¿Por qué lloras? —inquirí, como si me importara.

La gente siempre quiere que la mires y le preguntes cosas como si a ti te importara lo que le pasa. Los hace sentir especiales. El ser humano es una máquina necesitada de atención que la busca a toda costa.

¿La buscaba yo?

—No lo sé.

—¿Cómo que no sabes?

—¡Te dije que no lo sé! —exclamó —. Ahora vete.

Me encogí de hombros.

—Estúpida llorona —pasé por su lado y jalé de su cabello sin nada de sutileza. Le di una última mirada antes de dar un paso lejos de ella, sus manos intentaron agarrarme y terminó dando media vuelta y cayendo sobre la tierra tierna que se había convertido en lodo a causa de la lluvia de antes. Sus ojos se abrieron desmesurados y entonces sus lágrimas regresaron.

Supongo que el lodo demostraba un punto, era el lugar al que pertenecíamos. Tan sucios, tan corruptibles, tan manchados. Del mismo lugar del cual nos creó Dios. 

No me paré a ayudarla, no le di una segunda mirada, solo me alejé con el pecho latiéndome de forma violenta.

¿Por qué quería regresar y sostenerla? ¿Por qué quería limpiar sus lágrimas y limpiarla como si no perteneciera al lodo?

Creo que tener dos meses en la cárcel me están poniendo malditamente poético y lo detesto. Pero necesito escribir de ella, necesito sacar años de historias y descubrir en qué punto todo se distorsionó como para que ella me traicionara y me vendiera a la mejor oportunidad. Necesito descubrir que la hizo condenarme cuando decía una y otra vez que me amaba.

El rey de las mentiras I  | [Trono Envenenado I ] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora