XXI

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-Lárgate.- Musitó levantándose y señalando la puerta.

-Pero cariño, aún ni siquiera hemos empezado.

-¡Largo!- Gritó enojada.

La chica de tez oscura se retiró indignada de la habitación.

Cuando estuvo sola, Dinah pasó una mano por su rubio cabello con frustración mientras caminaba de un lado a otro en aquel cuarto de hotel.

Una extraña ola de ansiedad la abordó, tomándola desprevenida, ocasionando que fuera incapaz de realizar "una de sus actividades favoritas".

Se desesperó, odiaba que su recuerdo significara un impedimento para recuperar su antigua vida, la que tenía antes del accidente.

Detestaba que cualquier mínima cosa terminara trayendo a la morena de nuevo a su mente para ocupar por completo sus pensamientos.

No deseaba pensar en ella, sin embargo, le resultaba algo inevitable, quisiera o no, siempre terminaba haciéndolo.

Su corazón no había sanado totalmente, era esa la verdadera razón por la cual no podía avanzar.

Necesitaba dejar el rencor atrás y perdonar para poder seguir adelante.

Su terquedad no le permitía aceptar los evidentes sentimientos que guardaba por la morena.

Caminó sin rumbo fijo, sus pasos la condujeron hacia aquel puente, el cual recordaba perfectamente.

Se tomó un tiempo para observar la ciudad, su semblante se tornó melancólico.

Ese sitio le traía demasiados recuerdos, estaba tan sumida en sus pensamientos que fue sorprendida por un leve jalón en su pantalón.

Aunque esta ocasión era diferente a la que ya había vivido, pues no se trataba de un adorable bebé.

Dirigió su mirada hacia el suelo y...

-¡Ahh! Hija de...- Apartó de una fuerte patada al gordo roedor que arruinó su costosa vestimenta.

Maldijo por lo bajo con enojo.

Parecía que últimamente la vida estaba en su contra y todo le salía mal.

[...]

-Señorita Hansen, le enviaron esto.- Indicó su secretaría mientras entraba con un enorme arreglo floral.

-¿Venía con tarjeta?- Cuestionó indiferente.

-Sí, tome.- Le entregó lo solicitado.

La polinesia leyó rápidamente la nota.

-Tíralo.- Ordenó molesta.

La secretaria la miró confundida, no obstante, obedeció la orden de su jefa pues no deseaba hacerla enojar.

Cuando la otra se retiró, Dinah arrugó el papel y lo aventó lejos; golpeó su escritorio con enojo.

Pensó que la texana se daría por vencida, pero parecía ser lo contrario.

Deseaba creer que no le afectaba nada, quería mostrarse indiferente y hacerse la fuerte como solía ser, sin embargo, no podía engañarse.

Ahora tenía un punto débil y ese era Normani.

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