1. Desde cero

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La primera vez que pensó en marcharse lo consideró una locura. Se había acostumbrado a la rutina: despertar a las cuatro de la mañana, preparar el café y luego desayuno, ducharse e ir a la universidad. Luego llegaba la parte más importante: después de finalizar una larga jornada, volvía al pequeño apartamento para encontrarse con su sonrisa.

La mayoría de los días él estaba allí para preguntarle cómo estuvo su día, se acompañaban el uno al otro por las noches y en los días que más se necesitaban inconscientemente, se abrazaban en silencio y terminaban el día envueltos en una atmosfera cálida que poco a fue desapareciendo.

Cuando descubrió que su refugio comenzaba a desintegrarse poco a poco no pudo evitar sentirse culpable. La comunicación entre ambos disminuyó, la compañía dejó de ser frecuente, los abrazos no se sentían cálidos, su presencia dejó de ser reconfortante y su mirada jamás se animó a encontrarse con la suya.

Entonces lo aceptó.

Lo que tenían estaba roto, no había razón para aferrarse.

—Supongo que ya sabes por qué estoy aquí... — lo sabía perfectamente. Iban a dejarlo, discutir quién se quedaba en el apartamento que ambos habían decidido compartir hace menos de un mes y luego la calidez que en algún momento los acompañó desaparecería.

—Sí, eso creo — trató de sonreír.

—Estoy viendo a alguien más, ella es importante para mí y quiero estar con ella.

Sus palabras dolieron, pero se las arregló para sonreír una vez más.

—Eso es genial... — abrió el refrigerador en busca de agua. La bebió bajo su mirada oscura que reflejaba arrepentimiento. — Gracias por decirlo finalmente.

—¿Acaso tú...?

—Sí, lo sabía — suspiró obligándose a mirarlo para que él notara que no dolía, que podía seguir sin arrepentimientos — Lo confirmé ayer cuando traté de comunicarme contigo alrededor de diez veces.

—Lo lamento.

—No hay nada que lamentar — trató de aclarar con seguridad al pasar por su lado — Y si me disculpas, debo irme.

—Espera, ¿qué? — tomó su brazo deteniéndola — No tienes que marcharte, quédate aquí.

—Ya he hecho las maletas, no te preocupes — sonrió soltándose de su delicado agarre.

Ingresó a la habitación con el corazón a punto de explotar en su pecho. Terminó de empacar los accesorios que quedaban en el armario y salió arrastrando la maleta.

Se observaron en silencio por unos segundos.

¿Qué debía decir? ¿gracias? ¿hasta luego?

—Luego de que llamaras intenté comunicarme contigo; no respondiste. ¿quieres contarme que sucedió? ¿necesitas ayuda? — su voz suave detonaba arrepentimiento. Sabía que, si no fuera por algo importante, jamás lo llamaría tantas veces. De alguna forma reconoció que cometió una equivocación al no atender su llamada y deseaba remediarlo, aunque ya era muy tarde. — ¿Piper?

—No era nada importante — una parte de sí le agradecía por no responder las llamadas. De haberlo hecho, lamentaría mucho más la situación en la que se encontraban, se sentirá patética.

—Fueron diez llamadas, sé que es algo importante.

—¿Entonces por qué no respondiste? — lo encaró con algo de rencor.

—Porque no quería escucharte. — su respuesta terminó por desaparecer el escudo que trataba de mantener para no derrumbarse.

—¿Y por qué ahora sí? — trató de demostrar que sus palabras no la habían lastimado. Incluso se atrevió a mirarlo para demostrarse fuerte; sin embargo, su respuesta fue la clave para llorar sin importarle cuan miserable podría verse.

|Deseos a la luna| BORRADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora