13. Dejar los miedos en la orilla

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4:57 am.

Una vez más no logró conciliar el sueño, ¿la razón? Una pesadilla.

En medio del silencio, acompañada por la casi oscuridad de su habitación y el café caliente que sostenía en sus manos, suspiró llevando una galleta de mantequilla a su boca para saborearla; moría de hambre y por suerte podía robar tantas galletas como deseara, pero eso la delataría, así que debía mantener el margen.

Suspiró llevando la taza a sus labios. Tomar café sin azúcar era el único desafío que había decidido enfrentar hasta lograrlo. Una vez se acostumbró al sabor, no hacía nada más que disfrutar del café solo cuando no podía dormir, obligándose a sí misma a pensar en el delicioso sabor de la bebida negra y no en las razones por las cuales no podía descansar.

Apoyó su espalda en la comodidad de las almohadas en la búsqueda de algún pensamiento agradable en el cual refugiarse. Entonces, en un parpadeo, recordó lo que tuvo que pasar por tratar de ayudar a un chico ebrio que no dejaba de murmurar tonterías; palabras que no hacían más que desesperar a su corazón.

¿Acaso era ese un buen pensamiento en el cuál descansar? Si no lo era, no tenía otra opción. Darle vueltas al asunto de las pesadillas no sería buena idea, aunque tampoco consideraba que repetir las palabras que brotaron de su boca durante su borrachera fuese lo adecuado, menos cuando lo único que deseaba era no reaccionar ante el recuerdo de los susurros. Aun así, bajo el cálido refugio de sus sábanas, recordó a la perfección sus cuerpos bajo la manta, tan cerca uno del otro con la posibilidad de sentir el calor de sus cuerpos mientras él pretendía dormir aferrándose a su cuerpo rígido.

Agitó su rostro.

No.

No debía creer en las palabras de un borracho, después de todo, siempre murmuran incoherencias, ¿no es así? Debía ser así, deseaba creer que nada de lo que dijo era real; sin embargo, una parte de sí sabía que estaba lo suficientemente borracho como para decirle la verdad sin pelos en la lengua.

—¿Piper? — saltó en su puesto al escuchar tres toques en la puerta. El café que sostenía se derramó en sus manos y salpicó en las sábanas. Jadeó el descubrir que aún seguía caliente — ¿estás bien? ¿estás despierta?

—Estoy despierta y estoy bien — manifestó acercándose, abrió la puerta con una sonrisa — Buenos días, Morgan.

—¿todo bien, cariño? ¿qué haces despierta tan temprano? — dio un sorbo a su café sin eliminar la pequeña sonrisa de su rostro.

—Se me espantó el sueño — mintió con tranquilidad.

Se había vuelto una experta, ¿no?

—¿Te preocupa algo? — percibió algo de preocupación en su voz. Su mirada buscó la suya en busca de una señal de ayuda y le regaló otra sonrisa para tranquilizarla.

—No es nada, no tienes de qué preocuparte — la mujer asintió dudosa — He preparado café. Si gustas, dejé un poco.

—Gracias, me fascina cuando preparas el café — sus dedos atraparon su mentón en un gesto dulce antes de alejarse — Prepararé el desayuno, ¿deseas algo en especial? Me he levantado con mucho ánimo hoy — mentía. Su mirada cansada, sus ojeras y sus expresiones de alguna forma la delataban.

Sabía que algunas noches no podía dormir por las pesadillas que la atacan debido a su antigua y abusiva relación. Conocía a la perfección lo difícil que era para ella continuar, incluso fue difícil mantenerse juntos luego de lo que sucedió aquel año, también sabía lo duro que fue recibir ayuda; pero creía que lo había superado. Ahora solo entendía que, de alguna forma u otra, solo vivía con ello día a día intentando ser más fuerte y mejor persona.

|Deseos a la luna| BORRADORWhere stories live. Discover now