23. Meditar sobre las consecuencias

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Incluso cuando su cuerpo pedía a gritos no levantarse de la cama se obligó a hacer ejercicio para no caer en la rutina que atentaba contra su equilibrio emocional. Comenzó estirando su cuerpo, alentándose mientras repetía una y otra vez que sería buena idea crear una rutina que le ayudara a mantenerse ocupada y saludable al mismo tiempo. De esa forma mataría dos pájaros de un tiro, aunque no podía aceptar por completo la palabra saludable cuando cada dos días decidía comprar una malteada para llenar su cuerpo de azúcar, alejándose de aquello que podría considerarse sano.

Luego de encontrar la energía suficiente comenzó su recorrido hacia la playa. Disfrutó de lo cotidiano, del sonido de la brisa, las voces de las personas, la energía de su cuerpo al caminar, así como del ardiente sol que abrasaba su piel desde muy temprano. Al principio creyó que no lo lograría ya que su corazón a punto de estallar le indicó lo que estaba por suceder y sus piernas prometieron no llevarla a un lugar en donde pudiese descansar; sin embargo, se negó a ser la perdedora entre miedos insignificantes.

En lugar de encontrar un lugar alejado en el cual refugiarse decidió hacer uso de la frase "dejar los miedos en la orilla" una vez más y acercarse lo suficiente como para recordar sus palabras. Se permitió atender cuatro de sus principales preocupaciones del momento: el constante miedo de no poder controlar la inquietud que aborda su pecho en los momentos menos oportunos; él y su magnífica forma de apropiarse de sus pensamientos; él y su silencio al aceptar las mentiras evidentes que salieron de su boca hace dos días, y, por último, él y su espléndida forma de mejorar su día con tan solo una frase o sonrisa.

¿Debía preocuparse? Una parte de sí lo estaba, lo que sucedía entre ambos avanzaba a pasos agigantados. Él parecía no temerle a nada, lo afirmaba con cada acción, cada palabra o gesto, incluso podría decir que estaba seguro de lo deseaba ya que para él no existía duda de que aquello terminaría con ambos atados al corazón del otro. Por su parte también sabía cómo terminarían las cosas: involucrados en un acto de amor con sentimientos de escape; lo supo desde el primer día que se permitió besarlo. Ese día comprendió el impacto que generaba su presencia y era... aterrador.

Lo que sentía era aterrador y meditó sobre las posibles consecuencias. 

El aire se vuelve dulce con su compañía y su presencia es la dosis acaramelada que le encantaría tener a diario, esa que se permitiría saborear hasta sonreír, sin saciarse jamás. Debía aceptarlo, se volvió codiciosa, desde el día número uno que saboreó sus labios no pudo evitar anhelar sus besos ansiosos y aquella sonrisa sincera que adornaba su rostro al encontrarse con su mirada. Necesitaba más de sus manos sosteniendo su rostro mientras que, entre cada beso, le demostraba lo deseoso que estaba por obtener uno más. Ansiaba repetir el baile en la cocina, así como sus manos en su cintura asegurándole sujetarla sin permitirle escapar de lo abrasador de su cercanía. Necesitaba, entre tantas cosas, comprender qué tan difícil sería aceptar lo que estaba sintiendo sin querer abandonar el baile de sus deseos que lo llevaba hasta él.

Le gustaba... no, le encantaba, pero estaba tan aterrada como para aceptar que esperaba ansiosa otro día más para encontrarse con su mirada azul, esa misma que le prometía mantenerse fija solo en su dirección; sin embargo, ¿no lo había aceptado ya?

¿Realmente estaba hablando de consecuencias?

De repente, el ruido a su alrededor comenzó a molestarle, su corazón marcó un ritmo acelerado que no logró comprender y la pesadez en su pecho generó inquietud al comprender lo que estaba a punto de suceder. Fue así que aceptó regresar recordándose que debía continuar con su intento de cuidado físico y psicológico al día siguiente, pero se detuvo cuando una mano sostuvo su muñeca frenando su caminar.

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⏰ Cập nhật Lần cuối: Jan 08 ⏰

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