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1. Esencia de bestia

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Esa esencia.

Era innegable. Ese olor particular me provocaba nostalgia, dolor y tristeza, pero también miedo, ira y frustración. No comprendía las razones ni por qué llegaban a mi mente evocaciones sin sentido, pero ahora tenía muchísimo miedo para prestar atención.

Esa esencia asquerosa no dejaba de perseguirme. Lo aborrecía. Me hacía sentir sucia y asquerosa.

Estaba escondida bajo un árbol con el miedo en cada poro de mi piel. Debido a la maleza que cubría los alrededores, mi cuerpo diminuto se ocultaba a la perfección. Ni siquiera podía recordar cómo llegué a inmiscuirme en ese reducido espacio, ni sentía con claridad el dolor que me provocaba los piquetes de las espinas. Tenía mucho miedo. El pavor me absorbía por completo.

Alguien, por favor, alguien...

La bestia estaba a unos pasos. Me matará. Solté un sollozo profundo. Me obligué a cubrir la boca con ambas manos en mi vano intento por amortiguar los ruidos que hacía sin querer.

—Por favor, señorita. No merezco regresar viva a su casa si me atrevo a desobedecer los mandatos de su padre. No viviría en paz si algo malo le sucediera. Escóndase. —Fueron las últimas palabras de mi doncella, Mika.

Quería gritar de la frustración. El último deseo de Mika se emitió bajo la esperanza de poder salvarme, lo que me daba motivos suficientes para querer romper en llanto. Apreté todavía mis manos alrededor de mi boca. Me sentía abatida, exasperada y muy dolida, mas las lágrimas no se presentaron.

Por culpa de mi insistencia me encontraba en este punto sanguinario. El fuerte aguacero, la caída de la noche, la frondosidad del bosque, el cuerpo sin vida de mi doncella parecía gritarme lo evidente: ¡jamás debí haber salido de casa, ni debí obligar a mi doncella a acompañarme solo para cumplir mis tontos caprichos!

Debido a un listón y un tonto vestido viejo, la única persona que convivió conmigo desde pequeña, ahora se encontraba tirada viéndome con los ojos abiertos mientras era devorada por una bestia.

Las náuseas me invadieron.

La imagen espantosa que tenía de mi doncella pronto hizo revolotear sensaciones asfixiantes desde mi interior. Ese rostro pálido y esos enormes ojos azules alguna vez tuvieron color y brillaron de felicidad, pero ahora, mientras miraba en mi dirección, se encontraban opacos, sin vida.

Y era culpa mía.

Ese espantoso monstruo de cuernos enormes se erguía con una leve inclinación sobre su cabeza, con sus patas de carnero y espalda ancha, despedazaba y engullía la carne humana con gruñidos. Su gran cabeza de buey se inclinaba hacia adelante para despedazar, masticar y digerir cada parte del cuerpo de mi doncella como si tuviera el festín de su vida.

Pronto me sentí más cohibida, e incluso me pareció ser menos que una cucaracha a punto de ser aplastada. Mis sollozos aumentaron. Quería desaparecer y acabar con la pesadilla que venía torturándome con lentitud desde la entrada de la noche.

Tenía mucho miedo.

El ronroneo del monstruo llegaba a mis oídos, haciéndome temblar del horror. El silencio de la noche solo aumentaba la tortura. El deglutir de la bestia, el choque de sus dientes al masticar, el sonido que emitía cada vez que arrancaba un pedazo de carne; la forma que adoptaba su cuerpo para seguir devorando; el movimiento de su espalda, su estómago y el largo sus brazos —ahora manchados de sangre—; todo ello me hacía estremecer, evocándome vagos y lejanos recuerdos del pasado.

Seguía sin comprender por qué creía haber visto algo peor antes, algo terrorífico.

Mis pies comenzaron a adormecerse. En mi débil intento por cambiar de postura, una rama seca crujió bajo mis pies descalzos. Aterrada, quedé estática al instante, no pude mover un solo músculo cuando el mugido de la bestia resonó por todos lados. Al notar que el monstruo comenzaba a resoplar por la nariz y a olisquear en el aire, me quedé sin respiración por unos instantes.

Finalmente, cuando advirtió mi presencia entre los matorrales secos, un par de ojos enormes brillaron en el crepúsculo del bosque Kejo.

Me observó con detenimiento, lamiéndose el hocico, llevando la sangre directo a su boca. Me sentí asqueada e intenté retroceder, pero la gran cantidad de espinas y malezas limitaban mi espacio. Apreté los ojos fuertemente, guiando mi mano a la altura de mi rostro, si iba a morir, la imagen de esa bestia no iba a ser lo último que verían mis ojos.

Quería una muerte lenta para que el dolor se grabara en mi alma y recordar que al menos estuve viva.

Aunque seguro que un solo golpe con sus garras grandes bastaría para matarme. Moriría, un monstruo me mataría y comería. ¡Qué destino más horrible y merecido me esperaba!

Luego escuché lo que parecía ser una risa entrecortada, demasiado distorsionada que se repetía una y otra vez. ¿El monstruo se burlaba?

—¡Qué horror! —dijo con la voz dispersa y ronca—, esa joya, humana, ¿cómo puedes tenerla?

Abrí los ojos con lentitud y deslicé mi mano desnuda fuera de mi rostro. Quería descubrir a qué se refería.

En su lugar, descubrí algo inimaginable y poco creíble: el horror grabado en la expresión y en esos ojos enormes de la bestia. ¿Incluso ellos podían sentir terror?

¿Por qué?

La única joya que llevaba puesta esa noche era la pulsera que simbolizaba mi compromiso con la familia de Sauto. Esa joya bonita que mi prometido mandó a regalarme parecía relucir más que nunca.

Afortunadamente, nada malo me sucedió. La bestia se fue farfullando palabras ininteligibles en un idioma que no conocía. Me dejó sola y completamente abatida. En lo más profundo de mi mente, sentí curiosidad. ¿Esto qué significaba...?

No valía el esfuerzo. Nadie dispersará mis dudas. Esta joya me encadenaba a un hombre que no conocía y cuyo rostro no había visto jamás. No poseía otro significado, no merecía darle importancia.

Nadie me responderá.

Pronto un inmenso alivio me invadió al instante, sucumbiéndome en una oscuridad profunda.





***

Ando emocionada con esta historia. Gracias por leerme 😍



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Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora