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54. Su obscenidad, su lado oscuro

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Su obscenidad, su lado oscuro.

Todas las palabras de Sauto cobraron sentido en mi cabeza ahora que lo veía todo. Esa parte que él ocultaba con tanto fervor se abrió paso ante mí, como si hubiese sido yo la que tenía los ojos vendados. De pronto, el velo que me engullía del mundo, parecía abrirse paso despacio para mostrarme una realidad diferente. Su secreto me absorbía por completo, incitándome a conocerlo. No temía a nada, no le tenía miedo a él; esa naturaleza me tenía capturada, fascinada. Era diferente a lo que alguna vez pude haber imaginado que sería.

Me parecía sumamente familiar; poseía cierto sentimiento de extrañeza ante lo que veía, como si no fuese la primera vez que lo viera, como si todo ello hubiese pasado una vez. Algo... se encendió en mi cabeza, diciendo que recordara; no, que lo recordara.

Algo en mí se sacudió como una fuerte ventisca.

De un momento a otro, cuando me esforcé por fin en ver a mi alrededor, me percaté que mis pies habían abandonado la tierra. Me encontraba suspendida en el aire. Mi vestido y mi cabello revoloteaban a causa del fuerte viento que pronto azotó el lugar. Mi aliento falló por instantes; como si mi entorno me arrebatara un pedazo de mi cuerpo a cada embestida.

Como una ráfaga llegó a mí y fui tan solo una pequeña hoja que se dejó llevar por la corriente del viento, me sentí ligera por breves momentos y aturdida en otros.

La última mirada de él se desvaneció en mi mente, para ser sustituido por una incompleta. Sus ojos... o lo que quedaba de ellos, los tenía entrecerrados y me observaban con cierta forma extraña; oscilaba entre la excitación, el reconocimiento y la nostalgia.

Aquellos cuencos vacíos que antes había visto por mero espejismo en el pasado se volvieron a difuminar, como si absorbiera todo lo que tuviera a la mira, y también, como si hubiera vida en su interior. Como si un mundo extraño existiera dentro de los ojos de Sauto. Solté un suspiro arrebatador, sentía mi aliento irse por momentos, como si mi alrededor me arrebatara algo más que la cordura de mis pensamientos. Todo se resumía en ese encuentro, y el ambiente comenzó a desaparecer.

No veía a Sauto en su forma de bestia ni humana, era una versión incompleta de los dos. No era ni uno ni lo otro, era algo diferente, algo inconsistente, volátil. Como si él fuera a cambiar en cualquier instante, como si su naturaleza fuera contenida e impedida por algo frágil, delicado. Era todo y nada a la vez.

En el preciso momento en que recobré el sentido, me percaté de que todo a mi entorno parecía haberse esfumado a la nada misma. En un mundo gris, terrible, el viento me abrazó con ligereza, cual amante depositara sus brazos en la cintura de su amada, mientras seguían el ritmo de un baile pasional.

Algo volvió a cambiar en él. Lo poco que alcancé a ver, fue el leve temblor de su cuerpo completo, y sus ojos, como agujeros negros, se expandieron aún más. Nadie me advirtió, pero de inmediato supe que ahora sí, en ese momento, iba a convertirse.

Estábamos suspendidos en el aire, con una vista lejana a la realidad, al menos para mí; y pronto Sauto se ocultó, se desvaneció. No quería que lo viera.

Y entonces, su voz, profunda y con cierto deje lascivo, llegó a mis oídos como chirrido, áspero; como si engranajes oxidados se friccionaran entre sí.

—Está bien tener miedo —susurró cerca de mi oreja.

Asentí con lentitud, mientras hacía el esfuerzo de volverme hacía él, de encontrar dónde provenía la voz que se repetía como ecos en todos lados. Sentía su presencia a mi espalda, a mi lado, pegado a mi rostro, en todas partes. Parecía estar disperso. Entonces, tomándome desprevenida, el aliento tibio de Sauto sopló contra mi cuello y parte de mi espalda desnuda.

Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora