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28. Monedas de oro

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Esa misma noche, Lorenzia y Florentino me riñeron porque creían que había comido poco solo para aguardarles comida, pero también se emocionaron. Los dos decían que era la primera vez que comían lo que los señores con riqueza degustaban siempre. Sabía de sobra que era la servidumbre quien hacía todo el esfuerzo para que los alimentos se sirvieran sobre las mesas, aun así, no recibían nada por la que trabajaban arduamente.

"Nadie sin estatus puede vivir como alguien como tú o como yo. Son solo muebles que deben servir a sus amos, Rías. Jamás lo olvides" decía mi padre.

"Guarda mis palabras y muchas personas te respetarán, tendrás todo lo que quieres y vivirás como princesa. Solo hace falta buscar un buen esposo para cerrar con broche de oro nuestra riqueza." Las palabras de mi padre acudían a mi mente como pensamientos propios, no quería escucharlo, pero tampoco podía evitar borrar esas ideas.

La pareja se disculpó conmigo por no haberme despertado, pues creían que estaban siendo considerados conmigo al dejarme descansar un poco más para lidiar con mi estado extraño de la noche anterior. Decidí también contarles mi procedencia, el lazo que compartía con Jhören y lo que había hecho esa noche. Les conté casi todo de mí sin tapujos ni restricciones y me sentí bastante bien al liberar toda la información que me abrumaba. Solo obvié mi conversación con Sauto porque no quería preocuparlos.

—Para que venga a verte y tome esas molestias contigo... debe haberse enamorado. —Fue la primera conclusión a la que llegó Lorenzia al terminar de narrar.

—No es así.

Don florentino se mantenía al margen de la conversación, permanecía sentado sobre la cama, escuchando.

—¿Qué otra razón podría ser?

Me encogí de hombros, restándole importancia al asunto.

—He disfrutado mucho de la cena, pequeña Rías. Gracias por pensar en nosotros. —Don Florentino me sonrió, el ángulo de sus ojos se arrugó ante el gesto. Él era un hombre delgado, con una mirada amable al que con mucha facilidad podía infundir confianza. Peinaba su cabello canoso hacía atrás todas las mañanas y vestía siempre un atavío color pardo con diminutos agujeros en diferentes zonas.

Me limité a asentir.

—Hace poco me comentaron sobre su sueño de formar un hogar por su cuenta —comencé a decir, un tanto nerviosa por la información que estaba por revelar—. Cuando abandoné el castillo, apareció esto entre mis pertenencias. Deduje que fue Sauto Jhüen la persona que me lo dio, él es muy amable.

Le entregué a don Florentino la bolsa con las monedas que había aparecido entrelazado a mi cuerpo aquel día. Él lo recibió, mirando a su esposa, dudó en abrirlo. Cuando se atrevió a mirar a dentro, su rostro se transformó en uno de asombro.

—Esto...

—No me sirve en absoluto —les aseguré a los dos al instante—. En verdad me gustaría que lo aceptaran y cumplan ese sueño maravilloso que tienen.

—No digas eso, pequeña. —Florencio me miró, entristecido—. Podría servirte más adelante cuando tengas una familia o decidas abandonar esta casa.

—Puede ser, pero sabré qué hacer cuando haga falta.

—Pero...

—Por favor, acéptenlo, me haría muy feliz si ustedes lo tuvieran... ¿o es muy poco?

La pareja se miró, horrorizados.

—¿Pero qué dices? ¡Esto es muchísimo! —Lorenzia se acomodó al lado de su esposo, lo abrazó por la cintura y reposó su cabeza sobre uno de sus hombros.

—Además, tengo el presentimiento de que no me hará falta —aclaré. Me llevé la mano derecha al corazón, sintiendo mis pálpitos chocar contra mi pecho. Sentía el leve movimiento por la piel de mi mano.

—¿Tan seguras estás? —preguntó Lorenzia, claramente desconfiada.

—No es eso —respondí—. Tanto si lograra casarme con un hombre humilde, me las arreglaría para sobrevivir a su lado, como ustedes —agregué.

Ellos se miraron y asintieron.

—Aun así —proseguí—, no es la verdadera razón. Él me dijo que debo hacer algo por él antes de ganar mi libertad, probablemente me llevará de vuelta al castillo. No sé cuándo sucederá.

—Y no quieres eso —rectificó el hombre, pensativo.

—No.

—Con esto podríamos comprar una casa que está en la aldea próxima, podrías vivir con nosotros —sugirió él, su esposa asintió emocionada ante las palabras. No podía evitar sorprenderme ante la propuesta, pero eso tampoco iba a ser posible—. No pasarías hambre con nosotros, si es lo que al señor Sauto le preocupa. Tu relación sentimental tendrá que esperar y te enamorarás como se debe, despacio y seguro. No quiero verte siendo miserable y arrepentirte después por tomar una decisión precipitada en el pasado.

—No estoy segura de que Sauto Jhören pueda acceder. Solo me dio una opción.

—Me aseguraré de hablar con él cuando venga a ver a la señorita Rosseta.

Me quedé callada sin saber qué decir.

—Piénsalo, no te presiones y toma las cosas con calma.

—Estoy de acuerdo, mi niña.

Les dije que lo pensaría, aunque la idea me tenía encantada; pero no quería depender de ellos tampoco. Lo más factible era dejar que su vida fluyera sin mí para evitarle molestias de mi parte. Lo último que quería ser en la vida de personas tan buenas como Lorenzia y don Florentino era ser una carga y un problema al que debían soportar. Tampoco quería hacerlos sentir que me debían algo solo por haberles dado esas monedas. Quizá era egoísta al hacerlo solo para poder conservarlos, porque ahora que lo pensaba bien, no se los habría entregado si hubiesen sido viles conmigo.

Era mi agradecimiento y, quizá, un seguro para hacerme sentir que tenía una familia a donde regresar, una familia que podría esperar por mí; aun si no era del todo mío. Sentía que si no hacía algo, ellos podían escapar de lado una vez que juntaran el dinero suficiente para cumplir su sueño. No deseaba que me abandonaran, los quería a mi lado y me sentía mal al ser tan egoísta y cruel con ellos de esta manera.

Me tranquilicé y me dije a mi misma que todo estaría bien. Ellos no me abandonarían, ellos eran buenas personas, eran amables y gentiles. No volvería a estar sola jamás. Tan solo quería asegurarme de ello.


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Princesa de un castillo de monstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora